La genealogía del liberalismo: una lectura económica del 'Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil' de John Locke - Núm. 1, Julio 1999 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 846746575

La genealogía del liberalismo: una lectura económica del 'Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil' de John Locke

AutorMauricio Pérez Salazar
Páginas59-88
R
EVISTA
DE
E
CONOMÍA
I
NSTITUCIONAL
, Nº 1, N
OVIEMBRE
/ 1999
LA GENEALOGÍA DEL LIBERALISMO:
UNA LECTURA ECONÓMICA DEL
“SEGUNDO TRATADO SOBRE EL
GOBIERNO CIVIL” DE JOHN LOCKE
Mauricio Pérez Salazar*
Cuando los hombres han cometido y sufrido injusticias y han experimentado ambas
situaciones, sin poder gozar la primera ni eludir la segunda, piensan que es mejor
acordarse entre sí para evitarlas ambas; de allí surgen las leyes y los convenios recíprocos;
y lo que está dispuesto por las leyes se denomina justo y legítimo ... Ningún hombre
digno de ese nombre se sometería a tal acuerdo si pudiera resistirlo; sería loco. Tal, mi
querido Sócrates, es la versión recibida de la naturaleza y el origen de la justicia.
Platón, La República, Libro II
INTRODUCCIÓN
E
n uno de sus Ensayos de Persuasión Keynes resumió el problema político
de la humanidad en la combinación de tres cosas: libertad individual,
eficiencia económica y justicia social (Keynes, 1926, p. 313). Aunque hay una
bibliografía muy amplia que busca definir la noción del liberalismo
1
estas tres
ideas representan una buena aproximación a lo que de ordinario se ha referido
con ese término en nuestro siglo.
La breve enunciación de Keynes encierra dos problemas de gran importancia.
Al unir los tres elementos los plantea no sólo como un desideratum o un deber
ser sino como algo realizable como proyecto concreto de organización social.
Además de ella se infiere que los tres en conjunto pueden alcanzarse.
Según el marco analítico usual del los economistas no hay contradicción
entre las condiciones de la libertad individual y la eficiencia económica, que se
cumplen en el mercado mediante la interacción de agentes independientes y
codiciosos buscando su propia satisfacción. Pero para hacerlas compatibles con
la justicia social debe contemplarse la posibilidad de que se adopten y ejecuten
decisiones colectivas encaminadas al logro de la justicia distributiva.
* El autor agradece los comentarios de Homero Cuevas, César González, Fernando
Gaitán, Fernando Hinestrosa, Laura Palacio, Eduardo Wiesner, Jesús Antonio Bejarano y
Alberto Castrillón a una versión anterior de este artículo.
1
Entre ella, Wolin (1960), Merchior (1991) y Cuevas (1998). Véase también Gaus (1996).
Mauricio Pérez Salazar
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¿Es eso factible? Tal ha sido el eje central del debate político y económico en
Occidente desde la época de Locke. Muchas de las contribuciones recientes de
los economistas, que podrían resumirse en el enfrentamiento entre los enfoques
de la elección publica y la elección social, han tratado de aportar nuevas luces
para dilucidar la cuestión sin que se haya acercado a un consenso sobre si es
posible reconciliar intereses individuales y colectivos de manera justa y eficiente.
Es esa la incógnita del teorema de Arrow que sugiere que bajo ciertos supuestos
esa reconciliación es imposible (Sen, 1987; Cuevas, 1998).
John Locke es el precursor, para no decir el fundador, de la tradición liberal.
Su obra fue “probablemente la contribución más importante hecha al derecho
constitucional inglés por un no abogado” (Pollock, 1904, p. 237) y fue la
inspiración de las célebres palabras de la declaración de independencia de las
colonias norteamericanas de Inglaterra:
“Sostenemos que estas verdades son evidentes por sí mismas, que todos los
hombres son creados iguales; que están dotados por su Creador con ciertos
derechos inenajenables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de
la felicidad. Que para asegurar estos derechos se han instituido los gobiernos
entre los hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los
gobernados”.
Esas premisas fueron asimiladas por los países latinoamericanos cuando
alcanzaron su propia independencia y han sido la base de su accidentada
trayectoria constitucional. También sirvieron de fundamento para la definición
de las formas de gobierno de los países europeos y de otras partes del mundo.
La literatura económica reciente ha sido poco generosa con Locke, como
con otras fuentes del pensamiento liberal. La mayoría de las contribuciones se
ha dedicado a sus breves escritos sobre el dinero (ocasionales y más polémicos
que académicos) y con base en ellos ha sido catalogado como un mercantilista
menor. Ha recibido tal vez más atención su pensamiento epistemológico (EHU),
del cual se desprende el empirismo que sirve de base para el método científico,
que sus reflexiones acerca de las relaciones entre individuos, sociedad y Estado
en el Segundo Tratado sobre Gobierno Civil
2
. Entre ellas se cuentan su exposición
sistemática de la teoría del valor trabajo como determinante de los derechos de
propiedad y su visión de las implicaciones del dinero como un artificio, cuyo
valor es esencialmente convencional, sobre la distribución de la riqueza. Varios
argumentos del Segundo Tratado, como se verá más adelante, prefiguran los que
luego fueron utilizados por la economía neoinstitucional.
La obra de Locke, y en especial su Segundo Tratado sobre el Gobierno Civil, no
puede evaluarse por fuera de su contexto histórico. El gran debate político inglés
de la década del 1680 giró en torno a la eventual sucesión al trono de Jaime,
hermano de Carlos II. El futuro Jaime II despertaba recelo entre los whigs por
su catolicismo y sus ideas políticas de corte absolutista. Uno de sus detractores
más fervorosos fue el conde de Shaftesbury, quien era a la vez jefe político de los
whigs y patrono de Locke. Shaftesbury promovió un proyecto de ley en el
Parlamento para excluir a Jaime de la línea de sucesión real, conocido como el
Exclusion Act. Para evitar su aprobación Carlos II disolvió el Parlamento en 1682.
Shaftesbury se vio obligado a exiliarse en los Países Bajos, donde lo acompañó
Locke. En 1688 Jaime II debió huir de Inglaterra en razón a una incipiente
2
Una excepción importante es Karen Vaughn (1980).

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