La historia detrás del desayuno premiado en Bogotá y el mundo - 11 de Noviembre de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 696405865

La historia detrás del desayuno premiado en Bogotá y el mundo

CAROL MALAVER - EL TIEMPO @CarolMalaver carmal@eltiempo.com

Domingo. Ir a la casa de sus abuelos, la cuidadosa elaboración con que ellos preparaban el cocido boyacense, esa sazón única que lo impregnaba de olores, los amasijos y el tradicional bistec de carnes selectas son su mejor recuerdo de la niñez. Eran días de relajación, en los que la familia de Rodolfo Chocontá se quitaba de encima las cargas, esas que los obligaban a viajar todo el tiempo. Sus padres cultivaban arveja, trigo y papa; por eso, durante lapsos de 15 días, que sucedían unas 4 veces al año, el niño de 13 años cuidaba a sus dos hermanos menores. Hacía las labores de padre y madre, procuraba su baño, los vestía, preparaba el desayuno, los llevaba al colegio, luego se iba a estudiar y en la noche, otra vez: recogerlos, llevarlos a la casa, hacerles la cena y dejarlos dormidos. En esa época vivían en el barrio Costa Azul de Suba. “La cocina me apasionó desde niño. Mis abuelos me enseñaron la exigencia con la comida”. La otra parte de su vida transcurrió en el colegio Emmanuel d’Alzon, de padres asuncionistas. “Ahí a prendí a trabajar en comunidad. Me llené de valores”. A sus 16 años, mientras otros jóvenes divagaban, Rodolfo tenía claro que viviría para ser cocinero; pero no iba a ser tan fácil. En el bachillerato se subsidiaba a punta de emparedados de pavo, cerdo o jamón, que vendía con gaseosa. “Luego llegó lo difícil: poder ir a la universidad”. Con muchas ganas y poco dinero, su única opción era el Sena. Allí entró a los 17 años, no sin antes investigar de dónde habían salido los buenos cocinero del país. “Averigüé que ahí habían estudiado los que trabajaban en el Hilton”. Ese primer tránsito académico fue bueno. Fueron dos años durante los cuales soportó con cariño las exigencias propias de la cocina, y en poco tiempo entró a hacer prácticas a la cadena Royal, cuando existía el Bogotá World Trade Center, el mejor hotel de la época. “Esa oportunidad me la gané golpeando puertas. Además, investigué, y ese era el que manejaba mayor volumen de trabajo y tenía gente muy experimentada”. Recuerda que el día de las pruebas tenía tanto miedo que se le rompió un frasco de jugo, pero, incluso con ese error, Rodolfo se quedó. Era de los que cumplían su turno de 5 de la mañana a 1:30 de la tarde; se bañaba, almorzaba y luego pedía permiso para poder quedarse de 2:30 de la tarde hasta las 11 de la noche. “Me tocó lidiar con los prejuicios de la gente, de que uno es un regalado. Yo...

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