El hombre que estudia a los muertos - 5 de Diciembre de 2013 - El Tiempo - Noticias - VLEX 480428534

El hombre que estudia a los muertos

María Paulina Ortiz Redacción EL TIEMPO Lo último que quería esa mañana era ver un muerto. Como todos los días, había llegado al trabajo sin desayunar y a las 11 y 30 ya estaba listo para un buen almuerzo. Salió hacia el restaurante de siempre cuando lo vio: un carro fúnebre. –¡Carajo, justo ahora! Se devolvió a buscar su bata blanca. Máximo Duque estaba haciendo su año rural en Turbo (Antioquia), como forense del Instituto de Medicina Legal. –Fresco, doctor, parece muerte natural –le dijo su asistente. –¿De verdad? Listo, hermano. Y se frotó las manos. Duque se tranquilizó: que fuera muerte natural significaba una mirada rápida a la historia clínica, revisar que el cuerpo no tuviera lesiones y expedir un rápido certificado de defunción. La muerta era una joven con un largo historial médico por epilepsia. Esa mañana había tenido una crisis. Duque firmó y se fue a almorzar. En la noche, cuando estaba en su casa, llegó el portero del hospital. –Doctor, que la Policía le pide que vaya urgente al cementerio. Hay un muerto vivo. –Eso es puro chisme, yo no me paro de aquí –dijo Duque. –Doctor, por favor, que todos dicen que es una muchacha epiléptica que resucitó. –No joda, ¿es ella? Duque arrancó en su moto hacia el cementerio, que era un potrero en las afueras del pueblo. El rumor se había regado y casi todos los habitantes estaban pendientes del milagro. Cuando vieron llegar a Duque, la multitud le abrió camino como cuando Moisés partió el mar. El médico podría decir si era cierto o no lo que estaba pasando. La cabeza de Duque daba vueltas. Pero estaba muerta, se repetía. ¿O sería que no miré bien? Cruzó la puerta del cementerio y vio el ataúd debajo de un quiosco, con velas prendidas en las cuatro esquinas. Se acercó y abrió la tapa del féretro, casi sin querer, con temor de que el cuerpo se levantara de un salto. No. El cadáver siguió quieto. El médico le buscó el pulso, le tocó la cara, puro frío. Miro a la gente y dijo: –Aquí no hay resucitado. A veces un cadáver abre un poco los ojos, es normal; o el cuerpo se deshidrata y suda y moja el vidrio del ataúd. Eso pasó. Y volvió a su casa. Tranquilo. Había firmado la defunción de un muerto de verdad. *** Máximo Duque recuerda este episodio del comienzo de su carrera con una carcajada. Está sentado en su oficina. Juega con unas calaveras de barro. Saca dulces de un ataúd de unos 20 centímetros de largo y ofrece a los visitantes. Después de haber trabajado en el Instituto Nacional de Medicina...

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