Ida Vitale - 26 de Enero de 2020 - El Tiempo - Noticias - VLEX 839527505

Ida Vitale

Ida Vitale es, sin duda, una de las grandes voces de la poesía latinoamericana actual. A sus 96 años ha recibido los más importantes galardones con los que se reconoce a los poetas que escriben en español: el Premio Federico García Lorca, el Reina Sofía, el Premio FIL de la Literatura en Lenguas Romances y el Premio Cervantes. Su vida, entre los viajes y los exilios, ha sido una permanente celebración de la palabra y de la dignidad poética. Ha regresado a Montevideo luego de muchos años de residencia primero en México y luego en Austin (Texas) y ha transitado por un siglo de muchas convulsiones y certezas. Es la última sobreviviente de una generación brillante de la literatura uruguaya y sigue siendo fiel a la búsqueda permanente de la perfección formal y de sentido en cada poema. Su voz es cercana y cálida y desde la sencillez y el afecto habla con profunda sabiduría. Su memoria está intacta y sigue leyendo con pasión, sobre todo, prosa. Su sentido del humor es el mejor antídoto ante las pérdidas y grandes ausencias de su vida. La vigencia y actualidad de su obra confirman la buena salud y la vitalidad de la poesía en español hoy. Conversar con ella es asistir a una ceremonia de la generosidad y el conocimiento. En muchas frases nos deja pequeñas sentencias y lecciones para siempre. Su vida, al igual que su poesía, están marcadas por exilios, retornos y desprendimientos. ¿Cómo atrapa su memoria esos lugares entrañables y perdidos? Como corresponde a mi edad, todo empieza a entrar en una nebulosa y, claro está, a veces aparecen nombres que alguien me recuerda y me sobresalto porque siempre vienen unidos a un momento. Son instantes del pasado, del pasado de un lugar, de un país. Pienso en México, que es un país enorme y lleno de gente talentosa que además tenía una infinita generosidad con los extranjeros. Cuando nos fuimos de Uruguay y no podíamos detenernos en tanta sutileza, había que irse, y había que irse ya. La biblioteca se quedó. La primera partida fue muy ordenada, entonces quedó todo en un depósito. Después la biblioteca se perdió porque las bibliotecas se pierden por esas dispersiones. Con mi primer marido (Ángel Rama) compartía biblioteca y cuando nos separamos él se la llevó prácticamente toda. Solo me devolvió unos libros, que eran de mi nueva suegra. No más. Tantas veces he rehecho las bibliotecas que sencillamente me despido y les digo adiós. Es como la piel: uno sabe que no lleva puesta la misma piel de años atrás, así que uno aprende y pierde muchas cosas en la vida. Desde que regresé a Montevideo he estado organizando la biblioteca. Uno no termina nunca, así que voy donde mi hija Amparo a consultar algunos libros. Uno deja amigos, deja libros, cosas que no vuelve a ver. En Austin tenía a dos cuadras una gran biblioteca que echo de menos, y también otros amigos. De esas mudanzas quedan la síntesis y la brevedad que intento plasmar en mi poesía. Hablando de recuerdos, ¿cómo fue su encuentro con la poesía por medio de un poema de Gabriela Mistral? La poesía es algo que no forma parte del currículo de una escuela normal y muchos maestros consideran que a los niños hay que darles una especie de puré patriótico en el que, a veces, la poesía o la pseudopoesía tienen un papel relevante. Yo tuve la suerte de tener una maestra muy inteligente y curiosa que nos dictó un día un texto muy simple de Gabriela Mistral. El lenguaje de Gabriela siempre fue muy simple, pero también muy chileno. Había cosas que yo no entendía. Quizá todavía lo recuerde, aunque cada día recuerdo menos, pero...

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