Ivette Cepeda, la maestra que no quería ser cantante - 31 de Octubre de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 541482262

Ivette Cepeda, la maestra que no quería ser cantante

Juan Martín Fierro Especial para EL TIEMPO Corrían los durísimos días del período especial en Cuba, a mediados de los noventa, cuando la vida de Ivette Cepeda dio un giro radical. Su padre cayó enfermo de cáncer, y ella, entregada por completo a la docencia desde los 14 años con una vocación a toda prueba, sintió que necesitaba un descanso. Hasta entonces, había seguido con orgullo la tradición familiar (madre, abuela y tías maestras), pero un día sencillamente no pudo más. Estaba agotada física y mentalmente. Tomó la decisión de renunciar en un momento en el que los cubanos aguantaban física hambre por causa del derrumbe de la Unión Soviética y el endurecimiento del embargo estadounidense. Amigos y familiares intentaron convencerla de no dejar el magisterio pero ya no había marcha atrás. Sin piso económico y padeciendo la crítica situación de la isla, Ivette pasó de ser una maestra con un empleo estable, a lavar cabezas en la peluquería y a vender tamales y croquetas para ganarse la vida. Una alumna que la reconoció llegó a decirle en plena calle: “Ay profe, pero qué pobrecita está usted”. Eran tiempos recios y, cuando menos lo esperaba, la música se atravesó de nuevo en su camino. Tres canciones En 1994, un viejo amigo guitarrista y maestro de música con el que había cantado años atrás en un evento del magisterio le pidió acompañarlo a una audición en un hotel. Su padre, al igual que el padre de Ivette, pasaba quebrantos de salud y la situación de ambos hacía casi una obligación quedarse con el trabajo. “Llegamos a un comedor enorme donde había unos 200 turistas almorzando y empezamos a cantar desde un rinconcito las únicas tres canciones que habíamos preparado, porque, la verdad, mi repertorio musical era nulo. Transcurrieron unos minutos y me di cuenta de que el bullicio de las mesas empezaba a silenciarse y toda esa gente, que venía de tan lejos sin entender una gota de español, se quedó en silencio escuchándome. Me puse muy nerviosa pero al mismo tiempo sentí que, por primera vez, mi voz flotaba con una fuerza indescriptible, amplificada únicamente por la acústica de aquel lugar. Al recibir esos aplausos inesperados, entendí que debía volver al canto y asumirlo con toda determinación. Hacía 17 años que lo había abandonado por completo”, recuerda Ivette. Emocionada e intrigada, una empleada del hotel se acercó y preguntó: “¿Por qué cantas una y otra vez las mismas tres canciones? ¿No podrías incluir otras?”. “Estas nos han quedado tan...

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