Juan Luis Londoño: ideas para la acción - Núm. 8, Enero 2003 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 846676385

Juan Luis Londoño: ideas para la acción

AutorJorge Iván González
CargoProfesor de la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Nacional de Colombia
Páginas223-239
JUAN LUIS LONDOÑO:
IDEAS PARA LA ACCIÓN
Jorge Iván González*
Para Juan Luis Londoño la actividad académica siempre estuvo
ligada a la política económica. Pensaba que la reflexión teórica
debe contribuir al cambio de la sociedad. Desde sus primeros traba-
jos, escritos a finales de los 70, buscó puentes entre el análisis abs-
tracto y la actividad concreta. Aunque conocía bien las grandes ten-
dencias del pensamiento económico, no parecía interesado en los
detalles de las discusiones teóricas básicas. En su obra académica no
hay espacio para la reflexión pausada. No lo desvelaba la preocupa-
ción por la consistencia de los teoremas significativos, de los que ha-
bla Samuelson (1947). No le atraía la evolución de las grandes escue-
las del pensamiento económico. Parecía no tener tiempo para disfrutar
el debate académico. Era pragmático y validaba los argumentos por
su capacidad para encontrar soluciones. La economía tenía sentido si
contribuía a interpretar y a modificar la realidad. En sus artículos
abundan las recomendaciones de política. Y durante los gobiernos de
Gaviria y Uribe logró que sus intuiciones se convirtieran en leyes y
programas.
Lo más sorprendente de su obra es la capacidad de conjugar el
dato con la imaginación. Su habilidad para construir historias. Shackle
(1972) dice que los economistas somos como los novelistas. Inventa-
mos cuentos. El literato recurre a las palabras. Los economistas dis-
ponemos de otros instrumentos (el dato, la econometría, la matemá-
tica, etc.) para contar historias. Reconstruimos el mundo a nuestra
manera. Y es buen economista, dice Shackle, quien narra historias
utilizando adecuadamente esas herramientas. Puesto que con los ins-
trumentos de la economía nunca sabremos si la historia es verdadera
o falsa, al final sólo importa la buena narración.
* Profesor de la Universidad Externado de Colombia y la Universidad Nacio-
nal de Colombia, jivangonzalez@cable.net.co. Fecha de recepción: 7 de abril de
2003, fecha de aceptación: 21 de abril de 2003. Agradezco los comentarios de
Alberto Supelano.
R
EVISTA
DE
E
CONOMÍA
I
NSTITUCIONAL
,
VOL
. 5,
N
.º 8,
PRIMER
SEMESTRE
/2003
Jorge Iván González
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La obra de Londoño despierta interés porque su lenguaje es di-
recto. Nunca olvida al lector. Lo invita a que lo acompañe en la argu-
mentación. La exposición es sencilla, clara y pedagógica. Las histo-
rias son completas. Ningún artículo acaba en punta. Comienza
aclarando el origen del problema, luego critica a quienes no han en-
tendido de qué se trata, y después presenta su versión del asunto y
propone soluciones. El mejor ejemplo de esa capacidad narrativa es
su tesis doctoral (Londoño, 1990b; 1995). Con la escasa información
disponible reconstruyó la historia de la distribución del ingreso en
Colombia desde los años 30. Ninguno de los estudios que se han
hecho en el país sobre ese tema es tan audaz como el suyo. Y hablo de
audacia en un doble sentido: capacidad para construir historias, y
habilidad para formular principios con carácter de ley a partir de las
tendencias observadas.
Londoño creó series impensables que van desde 1936 hasta 1986.
Para cada año, valoró la tasa de retorno de la educación, los precios
del capital humano, la productividad total de los factores en áreas
urbanas y rurales, los salarios diarios en la agricultura por departa-
mento, las retribuciones de la educación por sectores económicos (agri-
cultura, construcción), la distribución factorial del ingreso en áreas
rurales y urbanas, la participación en el ingreso de los cuatro factores
básicos (trabajo bruto, capital humano, rentas agrícolas, ganancia). A
estas series, que apenas son una ficción, Londoño logró imprimirles
una enorme fuerza narrativa.
También fue osado como reformador social. Sacó avante una de
las normas más importantes de los 90: la Ley 100 de 1993. Su con-
vicción, su optimismo, su facilidad de palabra y su fuerza
argumentativa hicieron posible que ésta y otras propuestas fueran
aprobadas en el Congreso. En su último cargo, pocos días antes de su
muerte, logró que el Parlamento concretara en tiempo récord las le-
yes laboral y pensional.
Cuando la Organización Mundial de la Salud –
OMS
– (
WHO
, 2000)
dio a Colombia el primer puesto en el mundo en la clasificación del
indicador imparcialidad de la contribución financiera (
ICF
), alzó la copa
y en la revista Dinero brindó con tono triunfalista: “salud por la salud
de Colombia”. Con un optimismo desbordante se apresuró a identi-
ficar imparcialidad con equidad. Y afirmó que el sistema de salud de
Colombia era el más equitativo del mundo. No compartí esta opi-
nión. Lejos de avanzar hacia la equidad, el sistema de salud colom-
biano es muy inequitativo. El indicador
ICF
es compatible con los
criterios de solidaridad que animan la Ley 100, no con principios de
equidad (González, 2001). En su afán por destacar las bondades del

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