Un mapa de la arqueología nacional
| Autor | Daniel García Roldán |
| Páginas | 257-281 |
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Un mapa de la arqueología nacional
C: M y arqueológicos, escrito por Luis
Duque Gómez y publicado en por el Instituto Panamericano de Geografía
e Historia () fue una obra de síntesis que recogió los logros y alcances
de las ciencias antropológicas en el país, cumpliendo una función análoga
a la Orfebrería prehispánica d e Colombia en el sentido en que dio a conocer
el patrimonio arqueológico, la legislación que lo protegía, los museos, las
colecciones y los institutos locales a nivel internacional. Para comprender
este trabajo desde una perspectiva h istórica y desentrañar el contenido latente
de su discurso y del “Mapa de los sitios arqueológicos de Colombia” que lo
acompaña, es necesario presentar las coordenadas temporales en las que se
enmarca, así como las condiciones que lo hicieron posible. En ese sentido,
el título de este capítulo no solamente se reere a una imagen car tográca,
sino también a la manera en que los informes de las labores realizadas en
Colombia, publicados por el entre las décadas de y , describen
el desarrollo y la transformación de los museos arqueológicos y de los insti-
tutos vinculados con ellos a nivel nacional.
El fue fundado en 1928, en el contexto de la Conferencia Interna-
cional Americana celebrada en la Habana, con el propósito de serv ir “como
centro de coordinación y divulgación de los estudios geogr ácos de los Esta-
dos Americanos, y de órgano de cooperación de los Institutos Geográcos
de América para facilitar el estudio de las cuestiones de fronteras entre las
naciones americanas”3. Debido al interés del Gobierno mexicano en su crea-
ción, una comisión de este país presentó el primer proyecto para llevarlo a
cabo; el documento fue evaluado positivamente por Laurentino Olascoa ga,
delegado de Argentina, y luego aprobado, con algunas modicaciones; la
más importante de ellas, debido a la sugerencia del delegado cubano, fue
que se incluyeran los estudios históricos dentro de los objetivos centrales del
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Instituto. Se estableció como sede para este organismo la Ciudad de México,
donde se celebró una Asamblea Preliminar en 1929, en la que se elaboraron
sus estatutos, que serían después modicados en el Primer Congreso del
en Río de Janeiro en 1932. En el artículo décimo de este reglamento
aparecieron por primera vez, de manera concreta, los lugares que ocupaban
las ciencias antropológicas en esta inst itución:
Art. .º — El instituto comprenderá las sigu ientes secciones: Geogra-
fía: .ª sección: Topografía, Car tografía y Geodesia. Geomorfología .
— .ª sección: Geografía hu mana y Etnografía, Geogra fía histórica,
Geografía biológica , Geografía económica. — Historia: .ª sección:
Prehistoria, Historia Precolombina y Arqueología. Historia de la
época colonial e investigac iones en bibliotecas y archivos, especia l-
mente en los españoles y portuguese s. — .ª Sección: Historia de la
emancipación de las naciones america nas. — Historia de la época
independiente. — Organiz ación de la biblioteca, hemeroteca, mapo-
teca y museo del Instituto, como elementos indispens ables para los
trabajos iniciales del gabinete.
Cinco años después de la aprobación de los estatutos del apareció
el Boletín bibliográco de antropología americana ( ); entre los motivos
para crear esta publicación se resa ltaba el hecho de que las expediciones y los
estudios antropológicos habían adquirido una i mportancia notable para los
pueblos y los Gobiernos, “desde Alaska hasta la Patagonia”, pero aún no existía
un órgano que fuera capaz de reunir y d ivulgar, gratuita y ampliamente, los
logros y procesos más signicativos relacionados con el desarrollo de estas
disciplinas. Así, se pretendía establecer una conexión entre la historiade la
antigua América (pues “desde el punto de vista físico y desde el punto de
vista cultural, las diversas regiones del continente no estuvieron aisladas
entre sí antes del descubrimiento por los europeos”5), y su situación actual,
en la que el diálogo, la colaboración y el intercambio cientícos se consi-
deraban esenciales. Si bien era justicable que cada investigador estuviese
concentrado en una “zona de trabajo” especíca, también era necesario que
comprendiera que su labor no era sino “una parte de la acción que se estaba
emprendiendo en todo el continente para tratar de resolver los problemas
del indio a mericano”6.
Durante las siguientes décadas , el se convirtió en el principal órgano
de difusión de los estudios antropológicos en América, dando cuenta de la
actividad de los institutos7 y museos de cada pa ís, así como de las principales
investigaciones y expediciones patrocinadas por ellos: en sus pág inas apare-
cieron amplios informes de las actividades l levadas a cabo en Estados Unidos,
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