La maquina se detiene - Núm. 44, Enero 2021 - Revista de Economía Institucional - Libros y Revistas - VLEX 853187247

La maquina se detiene

AutorE.M. Forster
Páginas265-294
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E.M. Forster
I
LA NAVE AÉREA
Imagine, si puede, un cuarto pequeño, de forma hexagonal, como la
celda de una abeja. No está iluminado por ventanas ni lámparas, pero
está lleno de un suave resplandor. No tiene aberturas de ventilación,
pero el aire es fresco. No hay instrumentos musicales, pero al momento
de empezar mi reflexión el cuarto vibraba con sonidos melodiosos.
Un sillón en el centro y a su lado un escritorio son todo el mobiliario.
Y sobre el sillón descansa un bulto envuelto; una mujer de poco más
de metro y medio de altura, con la cara pálida como un hongo. A ella
le pertenece aquel pequeño cuarto.
Sonó un timbre eléctrico.
La mujer oprimió un interruptor y la música cesó.
“Creo que debo ver quién es”, pensó, y puso su silla en movimien-
to. La silla, igual que la música, funcionaba con maquinaria y la hizo
rodar hasta el otro lado del cuarto, donde el timbre sonaba de manera
inoportuna.
“¿Quién es?”, preguntó con un tono de irritación, pues fue inte-
rrumpida varias veces desde que la música empezó. Conocía a varios
miles de personas; en algunos sentidos la interrelación humana había
avanzado notablemente.
* Publicado originalmente como The machine stops, Oxford and Cambridge
Review, 1909. Traducción de Alberto Supelano.
LA MÁQUINA SE DETIENE*
Pero cuando escuchó la voz por el receptor, en su rostro pálido se
dibujó una sonrisa, y dijo:
“Muy bien. Hablemos. Me pondré en aislamiento. No espero
que ocurra nada importante en los próximos cinco minutos; porque
puedo darte cinco minutos completos, Kuno. Después debo dar mi
conferencia sobre “Música durante el periodo australiano”.
Presionó el botón de aislamiento, para que nadie más le pudiera
hablar. Luego oprimió el botón de iluminación, y el cuarto se sumió
en la oscuridad.
“Date prisa”, exclamó, de nuevo con irritación. “Date prisa Kuno,
aquí estoy a oscuras, perdiendo el tiempo”.
Pero pasaron quince segundos antes de que la placa redonda que
sostenía en sus manos comenzara a brillar. La placa centelleó con
una tenue luz azul, que se oscureció hasta tornarse púrpura, y pronto
pudo ver la imagen de su hijo, que vivía al otro lado de la tierra, y él
pudo verla.
“Kuno, qué lento eres”.
Él sonrió, con seriedad.
“Creo que en realidad disfrutas perdiendo el tiempo”.
“Te llamé antes, madre, pero siempre estabas ocupada o en aisla-
miento. Tengo algo particular que decirte”.
“¿Qué querías decirme, querido? Date prisa. ¿Por qué no pudiste
decírmelo por correo neumático?”
“Porque prefiero decir en persona estas cosas. Quiero…”
“¿Qué quieres?”
“Que vengas a verme”.
Vashti vio su rostro en la placa azul.
“¡Pero puedo verte!”, exclamó”. ¿Qué más quieres?”
“Quiero verte, no a través de la Máquina”, dijo Kuno. “Quiero
hablar contigo, no a través de esta Máquina fastidiosa”.
“¡Oh, calla!”, le dijo su madre, algo sobresaltada. “No debes decir
nada contra la Máquina”.
“¿Por qué no?”
“Porque no se debe”.
“Hablas como si un dios hubiera hecho la Máquina”, exclamó
Kuno.
“Creo que le rezas cuando eres infeliz. La construyeron los hu-
manos, no lo olvides. Grandes personas, pero tan solo humanas. La
Máquina es muchas cosas, pero no lo es todo. Veo una imagen tuya
en esta placa, pero no te veo a ti. Escucho una voz parecida a la tuya
en este teléfono, pero no te escucho a ti. Por eso quiero que vengas.
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Revista de Economía Institucional, vol. 23, n.º 44, primer semestre/2021, pp. 265-294
issn 0124-5996/e-issn 2346-2450
Edward Morgan Foster

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