El medio hombre que salvó a Cartagena - 6 de Noviembre de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 542858262

El medio hombre que salvó a Cartagena

El monumento construido en Cartagena, en el que se rinde homenaje a los soldados ingleses que murieron intentando apoderarse de la ciudad en el siglo dieciocho, fue exactamente eso: un error monumental. Yo podría agregar que fue una metida de pata, pero no faltará el chistoso que diga que esa es, precisamente, la pata que le hacía falta a don Blas de Lezo, el marino que salvó a Cartagena y, de paso, a todo el imperio español. Ese agasajo a los enemigos de entonces desató un oleaje de protestas en todo el país y acaparó los despliegues de la prensa, hasta obligar al alcalde cartagenero a retirar el adefesio. Pero tuvo un lado positivo: sirvió para refrescar en la memoria de los colombianos lo que fue aquella auténtica epopeya en la que, hace 273 años, un mutilado de guerra, prácticamente inválido, derrotó a la armada más portentosa que había surcado los mares hasta entonces: 180 barcos que llevaban a bordo 27 mil combatientes al servicio del rey de Inglaterra. En estos días se ha reconstruido en todos los medios de comunicación lo que ocurrió durante los dos meses que duró la batalla, entre marzo y mayo de 1741, aunque falta por relatar la historia insólita, emocionante y novelesca de su principal protagonista. Es decir: se ha contado el milagro, pero no el santo. Héroe a pedazos Blas de Lezo Olavarrieta nació en una modesta localidad del país vasco español, llamada Pasajes, y estaba condenado a ser marino. La mayor parte de los hombres de su familia lo fueron. Cómo serían los sobresaltos de su vida, que a los 12 años de edad ya estaba enrolado en la armada francesa, que en esa época era aliada de España. Se convirtió en héroe desde chiquito. Tenía apenas 15 años cuando participó en la batalla naval de Málaga. Allí sufrió su primera desgracia: una bala de cañón le destrozó la pierna izquierda. Sus compañeros relatan, con admiración, que no emitió ni una queja y siguió combatiendo. Solo al final de la batalla aceptó que le amputaran la pierna, a palo seco, de la rodilla hacia abajo. Fue ascendido a alférez. Tres años después ya lo habían recibido en la armada española. En la batalla de Barcelona, donde hizo quemar paja seca para que el enemigo inglés no pudiera verlo, obtuvo una célebre victoria, pero, como siempre estaba en primera fila de los combatientes, una esquirla de madera que saltó de su nave se le enterró en el ojo izquierdo, y lo perdió para siempre. Cero y van dos. Como si fuera poco, ascendido ya a capitán de navío, en un acto...

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