La mujer en los tiempos del amor cortesano - 6 de Marzo de 2015 - El Tiempo - Noticias - VLEX 559899098

La mujer en los tiempos del amor cortesano

En la Edad Media, la mayoría de los matrimonios señoriales eran arreglados y obedecían al deseo de unir dos heredades, acrecentarlas o conservarlas. Era una alianza familiar fundada en la entrega de una niña (a los 7 se la prometía y a los 14 se la casaba) con su tesoro intacto a un hombre casi siempre mayor que ella, desconocido, y a quien le correspondía en adelante ‘domesticarla’, acudiendo, si era preciso, a castigos corporales con los cuales doblegaba su malvada naturaleza de mujer. Esos maridos licenciosos, borrachos y bárbaros aún, bien podían matar a sus esposas si estas se aventuraban a una relación extramatrimonial; por eso, las guardaban en sus casas, las encerraban, las custodiaban, y hasta si el esposo salía de viaje, dejaba a buen seguro el objeto de la “incontrolada sexualidad” de la mujer con un metálico cinturón de castidad cerrado con llave. Asegurado así el honor, con el tesoro a salvo, el señor se largaba a una cruzada de la que a veces jamás volvía. Caídas en el hastío, sin ser amadas, enredadas en matrimonios en los cuales no contaban el amor, los sentimientos ni la pasión, en sumisión a sus maridos, vivían las mujeres medievales del siglo XII. Así morían jóvenes las señoras castellanas. Les hacían falta el galanteo, el juego romántico, la elección del objeto amado, la adoración de sus cuerpos desnudos y gloriosos, de sus gestos adorables, de sus andares cadenciosos, de sus almas ligeras y sensibles a la cortesía de los amantes de fino corazón y decires zalameros. El gran invento de ese siglo fue el amor, que llevó a la promoción de la mujeres casadas que encontraron, al fin, caballeros que las exaltasen; trovadores capaces de sentimientos elevados hacia ellas; amantes que las cortejaran, las asediaran con palabras encendidas de pasión y que les permitiesen fijar las condiciones de la entrega, como premio a las hazañas, aventuras y sufrimientos corridos en nombres de sus damas. Amor para las rameras Entonces, como no se conocía el amor, no se llevaba. Sentir pasión por la mujer era pecado, y hasta amar a la esposa con demasiado ardor era adulterio, según la prédica de San Bernardo. Se podía matar a la mujer y disponer de sus bienes; ella no contaba, y solo estaba hecha para procrear. Gozar el placer de los sentidos reñía con la decencia de ser mujer, esposa y madre. Amor solo podían sentir las rameras –reglamentadas y toleradas por la Iglesia–: ese era amor carnal. El de los esposos era otro, era afectivo y su fin era...

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