El nieto que recuperó a su abuela 36 años después - 12 de Abril de 2015 - El Tiempo - Noticias - VLEX 564902278

El nieto que recuperó a su abuela 36 años después

Yhonatan Loaiza Grisales y Julio César Guzmán Cultura y Entretenimiento – ¿Cómo debemos llamarlo? – Ignacio, responde de inmediato. Su énfasis obedece a que, hace menos de ocho meses, él, Ignacio Hurban, un músico y docente argentino de 36 años, pasó a ser Guido, el nieto recuperado por la presidenta de la organización Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, que luchó media vida hasta arrebatarlo del olvido al que lo condenó la dictadura argentina, tras haber secuestrado, torturado y asesinado a su madre embarazada. En agosto del año pasado, supo su verdadero origen, pero desde entonces, Ignacio le fue ganando el pulso a Guido y solo le aceptó sus apellidos. “Justamente cuando tenía que haberse solucionado una crisis de identidad, esta empezó –bromea Ignacio, distendido, en un hotel de Bogotá, adonde lo trajo la Cumbre Mundial de Arte y Cultura para la Paz–. Guido es el nombre que mi mamá quería para mí. El nombre que nunca llegué a usar. Porque me bautizaron Ignacio y construí mi vida alrededor de Ignacio. En un momento, un poco por lo abrumador de la velocidad de estos días, y un poco por querer también probar cosas nuevas, coqueteé con la posibilidad de agregar el Guido al Ignacio. Tenía muy claro que iba a seguir con Ignacio. Pero la prensa, en su poder enorme que tiene, me bautizó Guido. Y fui Guido, y a la mierda... Durante un tiempo anduve dubitando. Pero después ya no lo soporté más. Y me di cuenta de que soy Ignacio, por lo que significa para mí, por la construcción que hice de mi persona, con mucho sacrificio, con muchísimos huevos... Viste que ahora están escribiendo un libro sobre mí. Y yo narré toda mi vida y cuando lo leí, dije: ‘Pobre pibe’ ”. Ignacio tuvo una infancia modesta, pues sus padres adoptivos eran peones de un campo a 300 kilómetros de Buenos Aires: “Yo vivía muy lejos, a 15 kilómetros de un pueblo que ya no existe, que se llamaba Cerro Sotuyo. No existe más porque era una zona de canteras, y el pueblo estaba arriba, así que la piedra granítica se comió al pueblo”. Vivía solo con sus padres y tenía que hacer esos 15 kilómetros todos los días para ir a la escuela. Con su acento porteño y añorando un mate, Ignacio prosigue: “Así y todo, fui superando los niveles de educación, y me tuve que ir a vivir, de muy chico, a la ciudad, porque no me daban los colectivos para ir hasta el campo. Calculá que yo me levantaba a las 5 de la mañana para ir a la escuela secundaria y volvía a las 9 y media de la noche al campo...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR