La nostalgia del viejo O Sole Mio - 14 de Junio de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 682630429

La nostalgia del viejo O Sole Mio

Sabores, olores y recuerdos

Florence Thomas*

No sé si es señal de vejez –y claro que sí lo es–, pero a veces me habita una leve nostalgia de tiempos pasados y de sitios específicos. Bueno, les cuento: ¿se acuerdan del Oma de la 15, donde descubríamos el sabor de un buen café, tan escaso en estos tiempos en la tierra del café, acompañado de un corazón tostado en un cálido ambiente? En los 70, ir a Oma era una fiesta, con una excelente pastelería verdaderamente artesanal. Nuestros postres del domingo eran de Cyrano con su famoso brazo de reina relleno de una crema pastelera en su justa medida de dulzura, y comprábamos pan en Pan Fino. No había más. Y hablando de nostalgias estomacales, estaban también el famoso Crem Helado de la Caracas y el Monteblanco de Casa Medina. Solía ir, de vez en cuando, a almorzar al O Sole Mio de la 72 para acordarme de los lejanos sabores de la bella Italia, o a la Poularde de la 53, uno de los pocos restaurantes franceses de la ciudad, sin olvidar el Refugio Alpino, donde siempre se comía muy bien para estos tiempos de escasez culinaria. Sé que había más restaurantes que hicieron historia, pero estos son los que se inscribieron en mi memoria. Siguiendo con ese registro de sabores y olores de antaño, un querido profesor de la Universidad Nacional me llevó un día a conocer el Pomona de la 100, donde descubrí con entusiasmo que ahí podía comprar mostaza francesa de Dijon, así como unas verduras aún desconocidas en ese país tropical como son los espárragos y las alcachofas. Estábamos en los 80, y les recuerdo lo complicado que era encontrar queso francés, baguettes o unas simples anchoas. Faltaban algunos años para la apertura económica. No quiero olvidar las fresas con crema de Alpina cuando podíamos salir de Bogotá en 20 minutos para ir a comer deliciosos postres sin hacer cola –Bogotá apenas tenía 2 millones de habitantes–. Hace poco, un domingo, volví, y fue un infierno: horas de viaje, colas inmensas, y fresas con crema que me supieron ya a estrés. Pasando a nostalgias más santas, no podemos olvidar la librería Buchholz de...

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