La odisea de los niños que atraviesan solos la frontera - 18 de Febrero de 2018 - El Tiempo - Noticias - VLEX 703338145

La odisea de los niños que atraviesan solos la frontera

ARMANDO NEIRA - ENVIADO ESPECIAL DE EL TIEMPO - Villa del Rosario (Norte de Santander) @armandoneira

Aún no ha aclarado. Son las 5 de la mañana y en el puente internacional Simón Bolívar, entre San Antonio y Villa del Rosario, inicia el bullicio. Se despiertan algunos de quienes pasan la noche en el asfalto, los vendedores ambulantes ofrecen café y los conductores de las busetas calientan motores. Del lado de la población venezolana, un grupo de niños espera en la fila. Van con camisa blanca planchada, falda azul y medias tobilleras bien puestas, en el caso de las niñas; y pantalón a la medida en los varones. Otros, sin embargo, están despeinados, somnolientos y un tanto desordenados, como cuando se tiene siete años y no hay papás para arreglarlos. El reflejo del azul del cielo y la bruma matinal le da una tonalidad pálida a sus rostros. Para entrar deben hacerse a la derecha del puente que una a Venezuela con Colombia y que tiene 315 metros de largo, dos carriles y un ancho de 7,3 metros. Los niños vienen desde distintos puntos del municipio Bolívar, estado Táchira, que con una población de 66.362 habitantes es el más ha impactado por la diáspora. Así, unos llegan desde donde se impone la ley del más fuerte, la Pequeña Barinas, una sumatoria de 16 invasiones, con población mayoritariamente colombiana. Según informa la Policía en Norte de Santander, la disputa arrecia en ese punto entre bandas criminales y el Eln por el botín de la gasolina de contrabando. Otros viajan desde Palotal, más distante. Se levantaron antes de las cuatro de la mañana y caminaron por la carretera hasta la línea de frontera. Ya aquí, una buena parte se ubica en la fila junto a su padre, su madre, una tía o una hermana que les sirve de guía. Los aprietan con fuerza para no soltarlos de las manos por temor a que el orden se transforme en turba. Otros están solitarios. Tratan de sacar la cabeza para ver si se acercan al puesto fronterizo. Es difícil. Son muy pequeños entre la multitud. Muestran su carné a la Guardia Venezolana y avanzan. Caminan 150 metros hasta el puesto de Migración Colombia. Son las 6 de la mañana y el lugar es un hervidero. El amanecer de un azul limpio deja ver la silueta desgarbada de la vegetación del río Táchira, bajo el puente. Arriba, el ruido de los rodachines de las maletas es monótono. La multitud avanza por los dos torniquetes, viejos e inservibles, que dan acceso oficial a Colombia. Los rostros de los inmigrantes son disímiles. Unos, sin...

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