Los orígenes remotos de Fedesarrollo - 26 de Agosto de 2020 - El Tiempo - Noticias - VLEX 847458034

Los orígenes remotos de Fedesarrollo

Con gratitud, a la memoria de Carmen Londoño de Botero, maestra de Escuela en Sonsón, Antioquia, y Ruth Day Lacour, profesora de primaria del Staff School, Tropical Oil Company, El Centro, Santander. En los últimos meses de la administración Lleras Restrepo, (1966-1970), en la cual desempeñé la Secretaría Económica de la Presidencia, me encontraba abocado a enfrentar el desempleo abierto a corto plazo. Por fuerza de los hechos, debía tomar decisiones acerca del rumbo de mi vida profesional a partir del mes de agosto. Estaba entonces en lo que Dante Allighieri denominaba "nel mezzo del cammin di nostra vita". Reduje la lista de alternativas de empleo a tres opciones que merecían ser evaluadas: la Embajada de Colombia en Londres, ofrecida por el presidente Lleras y el canciller López; la Dirección para América Latina del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, con sede en Nueva York; y la dirección de una entidad similar al FES de Cali, cuyo objeto social era recaudar fondos para las universidades, promovida por Manuel Carvajal. Le expliqué a Manuel que yo no servía para ese oficio, pero que si él me apoyaba para crear un centro de investigación económica y social me le medía al proyecto. Manuel, hombre visionario a la vez que realista, me dijo que no consideraba que el sector empresarial del país apoyaría a una entidad de esa naturaleza. Pero que si yo me creía capaz de lograr su financiamiento, él apoyaría el cambio de razón social sugerido. Acepté el reto que eso implicaba. En oficinas prestadas en el antiguo edificio de la Compañía Colombiana de Seguros en Bogotá, Fedesarrollo inició labores en condiciones precarias, enfrentando las suspicacias y reticencias. Tuve que sobreponerme a un aspecto de mi personalidad, la aversión al riesgo, para tomar un riesgo mayúsculo que me exponía al peligro de un fracaso personal y profesional estrepitoso. Lo hice porque no consideraba que estaba a la mitad de mi vida sino al final de la misma, a causa de un cálculo actuarial defectuoso. En base a las edades de defunción de mi abuelo paterno y de mi padre, había concluido que las probabilidades eran altas de que no llegaría a la edad de cuarenta años. Comparando los textos de mi obituario, cuya publicación parecía próxima en cada una de las tres alternativas, decidí que se vería mejor jugarme el todo por el todo para crear un centro de investigación en Colombia que disfrutar de unos años plácidos en Londres o Nueva York. El estimativo de mi expectativa de vida resultó ser equivocado. En cambio, la apuesta arriesgada acerca de las probabilidades de éxito...

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