El revólver que incendió un país - 14 de Abril de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 505136106

El revólver que incendió un país

Víctor Diusabá Rojas Para EL TIEMPO “Era un revólver que no valía la pena. Sonaba el tambor (…) Yo se lo entregué a Ferro (comisario de Policía), le pedí el recibo y me regresé. El revólver era 32 corto, marca Lechuza, una porquería”. Es 9 de abril de 1948, no son más de las 3 de la tarde y Benito Arce Vera, comandante de la Policía, llama así al arma que Juan Roa Sierra acaba de martillar tres veces, a la 1:05 p. m., en la cabeza y la espalda de Jorge Eliécer Gaitán Ayala, para incendiar primero una ciudad y, luego, un país. Al comandante Arce le ha entregado el revólver el dragoneante Carlos Alberto Jiménez, quien segundos después del magnicidio, captura a Roa Sierra y lo mete en la droguería Granada para proteger su vida. La furia popular se lo arrebata y lo lincha, primero ahí y después frente al local. Luego viene todo aquello que Colombia siempre recordará como ‘el 9 de abril’. ¿Cómo llegó a manos de Roa Sierra esa “porquería”, ese revólver “jurungo”, como lo llamó Rafael Galán Medellín, el apoderado de la parte civil? ¿Cuál es la historia de esa arma hasta cuando, por 75 pesos, llegó a ser de propiedad del asesino de Gaitán (o de al menos uno de los asesinos, en un caso nunca cerrado)? ¿Qué queda en la memoria de la Bogotá actual de los pasos que siguió el magnicida desde que se hizo con él, a menos de 48 horas de la tragedia? Las pistas de la investigación del crimen llegan hasta una de las más importantes casas de préstamos de la época, El Grano de Oro, en la calle 9.ª entre 10.ª y 11, casi al frente de las Galerías o Mercado Central, que abastecía a buena parte de la ciudad. No se supo quién la dejó empeñada ni por cuánto, pero en 1932 el ciudadano Juan Nepomuceno Reyes, a cambio de 12 pesos, convence a los dueños de la prendería para que le den con qué defenderse. La misión del Canario Tras el magnicidio, Reyes rinde cuentas por el arma. Dice que era marca Canario y que, en efecto, le costó 12 pesos, además de explicar la razón para hacerse con esa cosa a la que “le quedaba una cápsula forzada y el tambor (…) suelto”, como quedó en el expediente. Según él, la inseguridad era tal, que los ladrones amarraban las puertas de las casas con alambre, para tener todo el tiempo de cargar con las gallinas, en esa Bogotá del sur, más rural que urbana. “Yo compré (el revólver) para que en caso de que llegaran (los ladrones) a mi casa no me encontraran desarmado”, argumentó. Reyes, a quien conocían como ‘Puno’ en el asilo de ancianos donde...

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