El país de mi padre - 20 de Noviembre de 2013 - El Tiempo - Noticias - VLEX 476891206

El país de mi padre

Aquel aciago día, 9 de abril de 1948 Hay en el aire una vaga amenaza de lluvia. Faltan pocos minutos para la 1 de la tarde; acabo de salir con mi papá de la oficina y caminamos por la carrera séptima. En la puerta del edificio Agustín Nieto, mi papá se detiene: –Yo voy a almorzar con Gaitán –me dice–. Almuerza tú en cualquier parte y a las dos y media nos encontramos en la oficina. Lo veo entrar por el estrecho zaguán del edificio. Veinte minutos después estoy en aquel mismo sitio, en aquel andén de la carrera séptima, con una rodilla en el suelo, inclinándome ante el cuerpo de un hombre que ha sido derribado de tres balazos: Gaitán. La historia aquella la he referido en una novela: lo que vi, lo que oí. Pero nunca la he contado desde la perspectiva suya, de mi padre. Encontró a Gaitán en la oficina, con varios amigos. Los invitó a almorzar a todos. Debió soportar sus bromas de costumbre, por aquella manía suya de ser siempre el anfitrión. “Se ve que eres tú el oligarca”, le decían riendo. Salió con él, caminando delante del resto del grupo por el estrecho zaguán del edificio, hacia la calle, hacia la rumorosa claridad de la calle. Gaitán, con sombrero y pesado abrigo negro. Él, de gris claro. Tenían ambos la misma edad: cuarenta y seis años, en aquel momento. Se habían conocido a los veinte años en la universidad, cuando ambos eran dos muchachos pobres y desconocidos. –Tengo que hablarte de una pendejada –le dijo a Gaitán, una vez se encontraron fuera del edificio, dirigiéndose con él hacia la calle, y fue justamente en aquel momento cuando delante de ellos (sí, delante de ellos), a unos dos metros delante de ellos, surgió el asesino. Era pequeño, pálido, insignificante; una barba de dos días le oscurecía el mentón. Tenía un objeto metálico en la mano, un revólver, y en sus ojos había odio. Al verlo, Gaitán hizo un movimiento brusco e instintivo como si quisiera devolverse hacia el edificio. El primer disparo produjo pánico en la calle. El asesino disparó dos veces más sobre el cuerpo que había caído en el andén, y cuando mi papá intentó avanzar sobre él, hizo un cuarto disparo; la bala le perforó el sombrero y se incrustó en la pared del edificio. * * * * (...) “Estoy a sus órdenes, caballeros.” El presidente Ospina Pérez acaba de tomar asiento en la cabecera de la mesa y se dirige a los dirigentes liberales que durante largo rato lo han aguardado en silencio, en aquel solemne despacho de espesa alfombra y altos techos a donde llega de vez en cuando el eco de una descarga de fusilería y cuyas ventanas dejan ver en la luz...

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