Un ‘viaje’ al paraíso de la marihuana recreativa - 5 de Febrero de 2014 - El Tiempo - Noticias - VLEX 489717974

Un ‘viaje’ al paraíso de la marihuana recreativa

El vuelo fue un ardid del tiempo. Despegó a las seis de la tarde de Caracas y llegó a las cinco de la mañana a Ámsterdam. Desde el avión vio las tonalidades del amanecer y a una ciudad sumergida en el agua. Finalizaba el otoño y Ámsterdam tenía un color púrpura, producto de la falta de sol o del resplandor de su arquitectura que abarcaba íconos del siglo XVI hasta nuestros días. Tocó por primera vez tierra europea en el moderno y gigantesco aeropuerto de Schiphol. Sintió una felicidad extraña y efímera. Entraba a un mundo desconocido y querido, gracias a su relación con el arte del Viejo Continente. Pasó la severa requisa de las autoridades, rayos X y las preguntas de rigor: a qué viniste, es la primera vez, a qué te dedicas... todo debido al color y nacionalidad de su pasaporte; bromeó con el sabueso que lo atendió, un desconfiado y eficaz ciudadano holandés de origen portugués, quien no había leído a Saramago y hablaba con soltura el español. Eso le dio al señor P algo de glamour y confianza en sí mismo. Se instaló en el Misc Eatdrinksleep, un sencillo hotel de dos estrellas muy cerca de un gran canal y de la plaza Nieuwmarkt, un lugar pintoresco incrustado en el centro de la ciudad. En el atardecer salió a caminar. Conoció la Estación Central, que posee una impresionante fachada y que fue construida en el siglo XIX. Es un edificio de 306 metros de largo y 30 metros de ancho flanqueado por dos torres, que le dan a su arquitectura el carácter de “nueva puerta” de la ciudad. Allí sintió el vértigo de los trenes que llegaban y salían para cualquier ciudad de Europa. Al salir de su travesía turística lo recibió una imagen que no olvidaría, un puente de piedra y una incipiente noche multitudinaria, un color de cielo desconocido, de nata pasteurizada, de anuncio invernal. Se habían prendido las primeras luces de los faroles, y algo empezaba a hervir, en esa ciudad, algo, que lo jalaba con fascinación a sus misteriosas entrañas. Entró al Barrio Rojo, un laberinto de sexo y droga, vio a mujeres en jaulas de cristal, exhibiendo el portento de sus carnes y la diversidad de razas a los acostumbrados transeúntes, a jóvenes malencarados susurrando éxtasis y LSD, restaurantes de comidas internacionales, una torre de Babel en combustión, un perverso murmullo que la noche intensificaba; ingresó al primer coffee shop que encontró, lo atendió un camarero de origen asiático, le pasó el menú: marihuana tailandesa, hawaiana, colombiana la nuestra, hachís de...

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