Estas porquerías se mete con una raya de coca - 26 de Febrero de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 667390629

Estas porquerías se mete con una raya de coca

Especial para EL TIEMPO

Sinaí (Cauca). Lo hemos visto mil veces en películas. Un mafioso prueba, con la punta de la lengua, unos granitos de cocaína del cargamento que está a punto de comprar. “Muy pura”, sentencia con sonrisa burlona. Idéntica alabanza repiten sus clientes al aspirarla por la nariz. “Muy pura”, y se relamen con gula. Pregunto al dueño de un laboratorio de base de coca y a sus dos jornaleros, si en alguna ocasión la han consumido. Me miran perplejos, pasean los ojos por el rudimentario recinto donde trabajan y con una mueca de repugnancia responden casi al unísono: “Nunca; nosotros sabemos cómo es la vaina”. Me permitieron acompañarlos la semana que demoraron en transformar 264 arrobas de hojas de coca, verdes, blandas y frescas, en 7.292 gramos en algo parecido a lascas blancas. “La droga es lo más malo que hay, acaba con las familias”, alegó el propietario del laboratorio, situado en zona rural del corregimiento Sinaí, municipio de Argelia, al sur del Cauca. “Puede tomar fotos y grabar para que la gente conozca cómo es que se prepara esta vaina”. Pero nada de rostros que los identifique ni nombres. Le llamaré Daniel. Antes de empezar, anotar algo obvio: la base es solo la fase inicial. Daniel la venderá a un comprador que, a su vez, la llevará al cristalizadero para que, a golpe de más químicos, la conviertan en polvo fino. Después, en el lugar de destino, tanto en Colombia como el exterior, le darán el último toque: le meten cal, talco u otro producto a la cocaína para doblar el volumen y las consiguientes ganancias. A pesar de su rechazo hacia los estupefacientes, Daniel, un campesino nativo de la región que aprendió a producir base de coca a costa de fijarse en lo que hacen otros, me propuso convertirme en su socia para ampliar el negocio. Son buenos tiempos para los cocaleros, argumentó, en regiones como la suya, de dominio guerrillero, el Gobierno detuvo la erradicación y hay que aprovecharlo. Pero necesita un inversor que aporte unos 50 millones para levantar otro laboratorio en una finca de su familia. “Preguntaré a mi periódico si me lo permite, aunque no creo que les guste”, advertí. Presagió que rechazaría la oferta y lo lamentó. “Un pesar porque es una buena oportunidad”, reiteró. Hablar de “laboratorio” resulta pretencioso para un cambuche destartalado y sucio, con piso de cemento, techumbre de plásticos, sujetos con palos, y un arrume de canecas ennegrecidas y viejas. El lunes temprano Daniel y los dos...

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