Estar preso en Bogotá - 6 de Junio de 2013 - El Tiempo - Noticias - VLEX 439638034

Estar preso en Bogotá

Carol Malaver

Redactora de EL TIEMPO

Jhon Peña se había suicidado la noche anterior al 23 de abril de 2013 en el patio Nuevo Milenio de la cárcel Modelo de Bogotá. Se colgó de una sábana en una madrugada llena de soledad.

Pasaba sus días en un pequeño espacio, encerrado con 32 de los 48 enfermos de VIH/sida, cuyas vidas, dicen, están confinadas a terminar detrás de los barrotes y la indiferencia del Estado.

Simplemente no soportó todo lo que significa estar preso en Bogotá: discriminación, sin acceso oportuno a los medicamentos para su enfermedad, asfixiado por el hacinamiento en un patio con celdas diminutas y sin alguien que lo escuchara cuando su mente le jugaba malas pasadas. Lo pudo planear.

Como este preso, hay 16.469 más confinados en espacios donde solo deberían haber 9.113, distribuidos en las tres cárceles más importantes de Bogotá: La Modelo, El Buen Pastor y La Picota. Lugares donde la convivencia debe hacerse llevadera con ratas y gatos. Sobre todo, en épocas de lluvia, en las que las cañerías rebosan toda clase de porquerías.

Esto y mucho más es lo que hay detrás de la emergencia carcelaria decretada por el presidente Juan Manuel Santos, a través de la cual el Gobierno espera desembolsar los recursos necesarios para superar la crisis.

Durante varias semanas, un equipo de periodistas de EL TIEMPO siguió paso a paso la realidad que se vive en los centros de reclusión de la capital. El 'viacrucis' comienza, por lo general, en una de las cinco Unidades de Reacción Inmediata (URI) por las que pueden pasar a diario hasta 1.000 personas capturadas en flagrancia. Quienes llegan allá se exponen a permanecer más de las 36 horas legales de reclusión -si les va bien- o meses enteros reducidos en pequeños espacios, esposados a los barrotes de las celdas o durmiendo en el piso antes de que se les defina su situación.

Las cifras son escandalosas en todos los casos, pero no superan la realidad de una prisión. Hasta 10 presos pueden apeñuscarse en un espacio de tres metros de largo por menos de dos de ancho, es como meter a 10 personas en un ascensor. Están distribuidos en colchonetas sucias, compartiendo sus propios vahos y pasando las noches debajo de las improvisadas camas o en el suelo, con el olor a humedad que desprende la ropa raída y extendida por doquier. "Aquí la soledad se siente el doble", dijo una voz que consiguió abrirse espacio en medio del tumulto de manos sin rostro que asomaban por entre las rejas.

Ir al baño es un suplicio...

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