La reconstrucción del arte, la religión y la filosofía desde la perrspectiva del individualismo democrático - Parte III. Claves para la construcción de una cultura democrática - El individualismo democrático de John Dewey. Reflexiones en torno a la construcción de una cultura democrática - Libros y Revistas - VLEX 850621653

La reconstrucción del arte, la religión y la filosofía desde la perrspectiva del individualismo democrático

AutorDiego Antonio Pineda Rivera
Páginas377-452
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Capítulo VII
La reconstrucción del arte, la
religión y la filosofía desde la
perspectiva del individualismo
democrático
La reconstrucción es una necesidad periódica de la vida. Ella se hace
presente en la historia por el conflicto que surge entre las ideas y las
instituciones en que se encarnan dichas ideas; en la vida animal por el
conflicto que se da entre la función y la estructura que ejercita esa función;
en la vida del individuo, por el conflicto entre hábitos e ideales. En general,
se trata de un conflicto entre los fines o metas y los medios o la maquinaria
a través de la cual se realizan esos fines. Ninguno de estos dos asuntos es
nada sin el otro. Las ideas, las funciones y los fines son completamente
impotentes e inertes a menos que haya un sistema de poderes objetivos a
través de los cuales estos sean ejercitados. La maquinaria, la estructura,
la institución o el hábito son mera rutina, esqueletos muertos, a
menos que estén animados por un propósito. A pesar de esta necesaria
interdependencia de la idea y la maquinaria, del pensamiento y la
institución, llegan momentos en los cuales entran en conflicto los unos
con los otros. Cuando tal cosa ocurre se hace necesario un período de
reconstrucción.
(Reconstruction, EW 4: 97)
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[…] la causa de la democracia es la causa moral de la dignidad y el valor
del individuo. Es a través del respeto mutuo, de la tolerancia mutua, de
la confrontación de ideas, del compartir experiencias, que se constituye,
en último término, el único método por medio del cual los seres humanos
pueden tener éxito a la hora de llevar a cabo este experimento en el que,
querámoslo o no, estamos todos comprometidos; es este el más grande
experimento de la humanidad: el de vivir juntos de un modo tal que la vida
de cada uno de nosotros sea fructífera –en el más profundo sentido que tiene
esta palabra– tanto para nosotros mismos como para servir de ayuda en la
construcción de la individualidad de las otras personas.
(Democracy and Education in the World of Today, LW 13: 303)
En el curso de su amplia trayectoria filosófica, John Dewey fue definien-
do y redefiniendo una y otra vez lo que es la tarea del filósofo a través
de una doble función: una función crítica y una función constructiva.
La filosofía sería, para él, no solo una forma específica de crítica de las
diversas prácticas culturales (estéticas, intelectuales, religiosas, etc.),
sino una especie de “crítica de la crítica” (Cfr. Experience and Nature, LW
1: 298). La tarea crítica que corresponde al filósofo, sin embargo, no es
simplemente un asunto de hacer evidentes los errores teóricos en que
se incurre en las diversas facetas de la vida social; se trata de una crítica
que es en sí misma transformadora, pues es el punto de partida de un
serio esfuerzo de reconstrucción del conjunto de la vida, una tarea que
él considera a la vez necesaria y permanente.1
La crítica tiene sentido, entonces, desde una perspectiva pragmática
como la de Dewey, cuando es la base sobre la cual nos proyectamos hacia
el futuro en búsqueda de nuevos significados y valores. Las funciones
crítica y constructiva no son dos tareas separadas o aislables (Cfr. Cons-
truction and Criticism, LW 5: 125-144), sino dos aspectos de un mismo
asunto: la reconstrucción. Hacer crítica implica dividir, separar, distinguir;
construir supone unificar, relacionar, proyectar nuevas posibilidades;
y lo uno no se hace nunca sin lo otro. “Reconstrucción” es, entonces, y
en la medida en que unifica en uno solo estos dos movimientos, la tarea
1 Sobre la concepción que de la filosofía como ejercicio crítico tenía Dewey, véanse los muy
acertados comentarios de Richard Bernstein en Bernstein, 2010, pp. 224-228.
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clave que se propuso Dewey en todo su trabajo filosófico. La reconstruc-
ción como lo afirma uno de los epígrafes que hemos seleccionado para
comenzar este capítulo es una tarea necesaria y periódica de la vida;
y ello no solo porque el mundo es algo que se encuentra en continuo
flujo, sino porque el propio individuo no es una esencia fija, sino una
red de relaciones móviles.
En la noción de reconstrucción está implícita no solo la actitud
que mejor define lo que es una actitud experimental, sino, sobre todo,
aquella exigencia que resulta permanente, y que es irrenunciable, para
todo aquel que participe efectivamente de un modo de vida, de una
cultura, democrática. La muestra más convincente de que alguien par-
ticipa del espíritu democrático es que está dispuesto siempre a la tarea
de reconstruir sus prácticas, sus ideas, sus sentimientos, no por la mera
manía de “cambiar”, sino porque un examen inteligente de los asuntos
le conduce a detectar los supuestos dudosos o abiertamente falsos en
que se apoyan y a prever las posibles consecuencias que se seguirían de
la sugerencia de otras alternativas posibles. La reconstrucción, en una
cultura democrática, es y debe ser una reconstrucción inteligente que se
funda en el ejercicio individual y colectivo del pensamiento reflexivo;2
por tanto, debe basarse en procesos de investigación que, por su propia
naturaleza, no pueden ser aislados, sino sociales y cooperativos.
La idea de “reconstrucción” como característica de la vida in-
dividual y del modo de vida democrático fue algo en lo que Dewey
insistió desde los comienzos de su carrera filosófica, pero que se hizo
más patente en sus conferencias en Japón, publicadas posteriormente
como Reconstruction in Philosophy. Toda su filosofía, sin embargo, es un
esfuerzo reconstructivo, pues lo que él se propone ante todo es pensar en
qué consiste una cultura democrática y cuáles son aquellos factores que
requieren un particular esfuerzo crítico y creativo en orden a adecuarse
a los requerimientos de un modo de vida democrático.
Ya nos hemos ocupado, en el capítulo anterior, de ciertos elemen-
tos que constituyen las bases materiales de una cultura democrática: el
2 El pensamiento reflexivo es definido por Dewey en los siguientes términos: “Lo que
constituye el pensamiento reflexivo es la consideración activa, persistente y cuidadosa
de cualquier creencia o supuesta forma de conocimiento a la luz de los fundamentos que la
sostienen y las conclusiones hacia las que tiende” (How We Think: A Restatement of the Relation
of Reflective Thinking to the Educative Process, LW 8: 118).
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