Reflexiones sobre el populismo y la polarización en América Latina y sus consecuencias para la democracia. - Vol. 34 Núm. 2, Julio 2022 - Revista Desafíos - Libros y Revistas - VLEX 918011943

Reflexiones sobre el populismo y la polarización en América Latina y sus consecuencias para la democracia.

AutorMccoy, Jennifer
Páginas1d(19)

En la última década, el populismo y la polarización han disparado las alarmas de las amenazas a la democracia en todo el mundo. Una literatura emergente considera que la hiperpolarización es un factor clave que contribuye a la erosión democrática y a la creciente autocratización (Carothers & O'Donahue, 2019; McCoy & Somer, 2018; Levitsky & Ziblatt, 2018; Haggard & Kaufman, 2021). En América Latina, el populismo de izquierda y de derecha ha sido un elemento básico del debate popular y académico durante, al menos, las dos últimas décadas, especialmente a partir de la elección de Hugo Chávez en 1998 y cuyo mandato empezó en 1999. Por el contrario, en Estados Unidos el debate académico se centró en la polarización política durante las últimas tres décadas, pero solo comenzó a incorporar el populismo con la elección de Donald Trump, en 2016. Incluso entonces, quienes estudian política comparada, a menudo latinoamericanistas, dominaron el análisis del populismo (Hawkins & Littvay, 2019; Weyland & Madrid, 2019; Inglehart & Norris, 2016; McCoy, 2016).

En realidad, los dos conceptos están íntimamente relacionados, ya que la ideación populista es fundamentalmente divisiva y polarizadora, y su forma particular de polarización es perjudicial para la democracia. Pero, incluso al margen de la polarización populista, las segundas vueltas en las elecciones presidenciales latinoamericanas de los últimos años han enfrentado a candidatos de la izquierda con candidatos de la derecha, y los candidatos centristas se han quedado cortos en países como Chile, Colombia, Bolivia, Ecuador, Perú y Brasil. Los principales candidatos en las elecciones de 2022 en Brasil indican que esta tendencia continúa. Esta polarización ideológica se suma a la explosión de protestas sociales que, en muchos casos, reflejan una antipatía hacia el establishment político en su conjunto. A su vez, el apoyo a la democracia está disminuyendo (Zechmeister & Lupu, 2019).

?Está creciendo la polarización en América Latina y, de ser así, es peligrosa para la democracia? ?Cómo encaja la experiencia latinoamericana con las tendencias globales? En este ensayo, reflexiono sobre estas preguntas discutiendo primero el concepto de polarización como un proceso de simplificación de la política hacia una división binaria de la sociedad, en lugar del tratamiento más convencional que la entiende como la distancia entre posiciones ideológicas o posturas políticas. Sitúo el populismo como un clivaje, de muchos posibles, que subyace a la polarización. Después, analizo las tendencias globales de polarización y democracia, y a América Latina como región, así como a los países individuales. Para cerrar, interpreto los desafíos contemporáneos en América Latina desde la perspectiva de esta conceptualización del proceso de polarización.

El cambiante concepto de polarización

Del otrora enfoque convencional, en la ciencia política, el concepto de polarización se ha transformado en la última década en una escala unidimensional de distancia entre posturas ideológicas o preferencias. Algo típico consistía en pedir a los ciudadanos que se situaran a sí mismos, o a los partidos/líderes políticos, en una escala de izquierdaderecha. Esta escala usualmente se dejaba sin definir, pero surgía de la época de la Guerra Fría, centrada en las funciones económicas del gobierno: un enfoque liberal clásico más orientado al mercado versus un enfoque más intervencionista, orientado al Estado o socialista. En el análisis clásico de Sani y Sartori (1983), estos desplazamientos de las actitudes de los votantes hacia los extremos del espectro ideológico desestabilizarían la democracia y se correría el riesgo de llevar al desorden, a la violencia e, incluso, al colapso democrático. Hoy en día, esa polarización ideológica basada en clivajes de clase o socioeconómicos ha dado paso en muchos países a clivajes basados en preferencias culturales e identidad, ya sea racial, religiosa, étnica o de lugar (por ejemplo, nacionalista versus cosmopolita o urbano versus rural). En la literatura de política comparada surgió una conceptualización bidimensional de la polarización, la cual contempla una dimensión económica izquierda-derecha y una dimensión cultural, la cual suele ir desde un polo globalista/cosmopolita/posmaterial hasta el polo opuesto: nacionalista/étnico/religioso/tradicional. (1)

El aumento en la toxicidad de la retórica y las relaciones políticas en el siglo XXI dieron lugar a un nuevo cuerpo de literatura que analiza el conflicto partidista como un conflicto intergrupal. La polarización afectiva se identificó, primero, en Estados Unidos, como una dimensión espacial cualitativamente diferente de la polarización entre los votantes (Iyengar et al., 2012; Mason, 2015). Basándose en la teoría de la identidad social y en la psicología social, los académicos analizaron las crecientes divisiones partidistas de las masas en términos de conflicto intergrupal: los individuos se vinculan con los miembros de su grupo y tienen opiniones favorables sobre ellos, mientras desconfían y estereotipan negativamente a los miembros del grupo externo (Tajfel & Turner, 1979). La psicología de la polarización se convierte en algo fundamental, ya que los mecanismos de deshumanización, despersonalización y estereotipación contribuyen a la aversión emocional, al miedo y a la desconfianza hacia los miembros del otro grupo. A medida que crece la polarización partidista afectiva, esta adquiere las características tribales del conflicto intergrupal, en el que los miembros se vuelven ferozmente leales a su "equipo", puesto que quieren que este gane a toda costa, y con fuertes prejuicios contra el otro grupo (Green et al., 2002).

Los que estudian política comparada fueron pioneros en otro cambio en la conceptualización espacial de la polarización--ya sean las preferencias políticas o el afecto partidista--hacia un enfoque de proceso, para examinar cómo la simplificación de la política conduce a una división binaria de la sociedad en campos mutuamente antagónicos (Bermeo, 2011; McCoy et al., 2018). En este proceso, múltiples clivajes se refuerzan entre sí, en contraposición a los clivajes anteriormente transversales. Así, se avanza hacia una única frontera que divide a las poblaciones, tanto a las masas como a las élites políticas. Ken Roberts (2021) llamó recientemente a este enfoque la principal dimensión constitutiva de la polarización; mientras que la polarización espacial en función de los temas o las preferencias políticas de los votantes o de las élites partidistas es una dimensión secundaria. Mis coautores y yo ampliamos estos argumentos de Roberts para identificar la polarización como un proceso, un estado o condición y una estrategia política. Es un proceso de simplificación de la política en el que "[...] la multiplicidad normal de diferencias en una sociedad se alinea cada vez más en una sola dimensión y la gente percibe y describe cada vez más la política y la sociedad en términos de 'Nosotros' contra 'Ellos'" (McCoy et al., 2018, p. 16).

Cuando la polarización llega a un estado de equilibrio, con una sociedad dividida en campos políticos binarios y mutuamente antagónicos y ninguna de las partes tiene un incentivo para pasar a una estrategia despolarizadora, tiene consecuencias perniciosas para la democracia: los partidos políticos se vuelven reacios a concertar, los votantes pierden la confianza en las instituciones públicas y el apoyo normativo a la democracia puede disminuir...

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