Retorno al río Atrato y fin de una pesadilla - 24 de Noviembre de 2015 - El Tiempo - Noticias - VLEX 588033966

Retorno al río Atrato y fin de una pesadilla

Yhonatan Loaiza Grisales* Cultura y Entretenimiento Quibdó. Victoria Mendoza lleva más de 20 años con una espada atravesada en el pecho, y el pasado fin de semana comenzó a sacarla. Es la etapa final de un azote que se inició en Quibdó, donde trabajaba como médica voluntaria. Esta cartagenera de 50 años, toda una combinación de serenidad y dulzura y que ahora vive en Inglaterra, decidió volver a ese lugar que se convirtió en un polo fundamental de su vida, el río Atrato. Regresa en medio del Festival Ni con el Pétalo de una Rosa, que lucha contra la violencia de género, y de la mano de Alejandra Borrero, para presenciar un monólogo que escribió para la actriz y en el que cuenta cómo, mientras luchaba contra el cólera, se enteró de que había una red de trata de personas que estaba secuestrando niñas indígenas para obligarlas a trabajar en prostíbulos. Todo sucedió a comienzos de la década de 1990, cuando Mendoza llegó a Quibdó como parte de una organización misionera. “Éramos muy jóvenes los que veníamos acá. Vivíamos desconectados, estábamos concentrados en ayudar y nunca pensamos que estábamos en peligro, sino que teníamos que llegar a tal pueblo, hacer una brigada de salud, limpiar unas aguas, hacer unos pozos sépticos”. Quibdó era el centro de operaciones y el Atrato, su residencia. Por allí viajaban en chalupa para llegar a pueblos y resguardos, y durante esos viajes fue como ella y su compañera, Helena, se dieron cuenta de que había niñas que estaban desapareciendo. La culpable era una red invisible, que se movía en las tinieblas. “Era una fuerza mayor que todo el mundo –dice Mendoza–, pero nadie podía pelear con ellos porque nadie sabe quiénes eran, no tenían rostro”. Ella y Helena se fueron convirtiendo en una fuerza incómoda por sus averiguaciones, tanto que un día un hombre, que llevaba un arma visible en el cinturón, las amenazó diciéndoles que le tenían que entregar toda la penicilina en 24 horas. Era solo eso, una amenaza para desestabilizarlas y para mostrar poder, porque el hombre no volvió. Pese a esas intimidaciones, las dos decidieron enfrentarse a esa organización tenebrosa luego de que secuestraron a Kío, una pequeña niña indígena que ambas habían salvado de una fiebre. Empezaron a recorrer el Atrato buscando a Kío, pero la persecución finalizó cuando unos hombres en una lancha las interceptaron, pidieron ver sus papeles y luego las llevaron a una casa en una población deshabitada. Primero las amarraron, recorrieron sus...

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