Siete generaciones en dos siglos de La Puerta Falsa - 18 de Enero de 2016 - El Tiempo - Noticias - VLEX 591712474

Siete generaciones en dos siglos de La Puerta Falsa

“El párroco enfureció porque no le habían informado del refrigerio y le dijo que si había viandas, debían ser para todos”.

Carlos Eduardo Sabogal Rubio

Uno de los dos propietarios

Natalia Gómez Carvajal Subeditora de EL TIEMPO En Twitter: @nataliagoca Contaron las mamás, de las mamás, de las mamás de las abuelas, que el restaurante La Puerta Falsa fue un desafío que nació de una pelea entre una mujer y el párroco de la Catedral Primada, hace 200 años. Desde entonces, han sido siete generaciones de una familia que guarda la receta de los tamales más famosos de Bogotá, del chocolate más santafereño que se hace en agua y no se mata a porrazos, de la changua más apetitosa, la aguadepanela y los dulces más tradicionales del país, justo frente al templo, junto a la Casa del Florero de Llorente. Hace dos siglos sus sabores y aromas sirvieron para retar al ilustrísimo Juan Bautista Sacristán y Galiano que se disgustó cuando, en los preparativos de las fiestas de la Virgen del Carmen, la mujer invitó a algunos miembros de la comunidad a un refrigerio. En esos días de 1816, como aún se hace en los pueblos de Colombia, la Iglesia llamaba a todos a ayudar con las velas, los escapularios, los adornos y los atuendos de la celebración. Pero a ella le asignaron una de las tareas de menor relevancia: nadie recuerda cuál fue, pero con seguridad no fue la costura del nuevo vestido para el desfile de la Virgen, el 16 de julio. Así que quiso sentirse útil y compartió una merienda con los que pudo. “El párroco se enfureció porque no le habían informado del refrigerio y le dijo que si había viandas, tenían que ser para todos”, cuenta Carlos Eduardo Sabogal Rubio, octogenario dueño del restaurante, primer hombre en heredarlo. Por años, esta primera mujer en el linaje de La Puerta Falsa –cuyo nombre fue olvidado por sus descendientes con el pasar de los años y de la muerte– fue llamada Chozna. “Pero luego supe que el chozno era yo, y ya no supe cómo decirle”, reconoce Carlos. Ella era, para evitar confusiones, la trastatarabuela, así ese término no sea tan ortodoxo. Ofendida por el reclamo del párroco Juan Bautista, convenció a su marido de vivir más cerca al clero y abrir un local, no solo por rebelde si no porque los fieles salían con hambre. El lugar, que fue parte de una casa construida en los años 1600 y que pasó a una comunidad de monjas, fue adquirido por el trastatarabuelo, pues en esa época no se reconocía la propiedad a las a las mujeres. Así, el negocio...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR