El soldado-juglar urbano de la paz - 7 de Septiembre de 2017 - El Tiempo - Noticias - VLEX 692860885

El soldado-juglar urbano de la paz

Andrea Domínguez Especial para EL TIEMPO Édgar Bermúdez nunca ha visto la cara de sus dos hijas, pero las conoce mejor que nadie gracias a la sensibilidad de sus manos. Cuando Camila y Alisson nacieron, Édgar ya había perdido sus ojos en un campo sembrado de amapola, coca y minas antipersona. Ocurrió en Nariño, lejos de su natal Guajira, el 16 de agosto de 2005. Esa mañana, Édgar vio nacer el sol por última vez; fue un amanecer turbio en medio de una lluvia de plomo, granadas y cilindros bomba lanzados durante cinco horas por guerrilleros de las Farc. En sus oraciones, Édgar le había pedido a Dios que si alguna vez le tocaba enfrentar la muerte, le diera una segunda oportunidad de vivir. La tendría. Al cesar el ataque, Édgar y sus compañeros policías inspeccionaron los alrededores: devastación enmarcada en la exuberancia vegetal nariñense. Los cilindros bomba habían abierto enormes cráteres en el suelo, y un reguero de cartuchos de bala y de granadas cubrían la tierra fértil. En medio de tanta destrucción apareció temblorosa la Morochita, la perrita que vivía en el lote e inexplicablemente seguía viva. De regreso al campamento, aturdidos por la madrugada agotadora, los jóvenes entraron sin percibirlo en un sembrado fresco de minas antipersona. Eran latas de atún con detonantes, rellenas de metralla, excremento, vidrio, alambre y cualquier cosa que pudiera dañar un tejido vivo. Los hombres trepaban zigzagueando para hacer más llevadera la última pendiente cuando uno de ellos pisó una de esas brutales armas hechizas. Fue el fin de la luz para Édgar. “Yo me acuerdo que me voltee a ver mi ‘curso’ Andrés Téllez, que venía cinco metros detrás de mí. Ya veníamos agotados. Él me sonrió y subió las cejas cuando de pronto oí un “tiiiiinnn”; mi amigo había pisado una mina. Murió al instante”. Veintidós años tenía Andrés Téllez. Veintiséis, Édgar. Cuarenta, el conflicto armado en Colombia. ‘Esa guerra no es mía’ Doce años después de esa mañana sombría, Édgar ha recuperado gran parte de su autonomía. Tiene una elocuencia a flor de labios y un vozarrón vallenato. A diario camina por Bogotá con ayuda de su bastón y de los ángeles guardianes que se le aparecen a la hora de cruzar las calles. Como sobreviviente del conflicto armado y de la burocracia del Estado para tratar a sus uniformados lisiados en la guerra, Édgar tendría derecho al resentimiento. No porque subestime su calvario. Relata sin eufemismos sus vivencias frente a sus hijas de 7 y 5 años, que...

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