Capítulo I. La fábula y la prehistoria - Primera Parte. Derecho Indígena - Ensayo sobre la evolución del derecho penal en Colombia: derecho nacional - Libros y Revistas - VLEX 1028168454

Capítulo I. La fábula y la prehistoria

Páginas121-144
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En una tarde brumosa, cuando el sol moría, sus últimos dorados rayos,
llegaron a herir los cambiantes prismas del agua de un lago triste y apacible
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tranquila, rizada suavemente por el aura, tal cual sauce melancólico mecía
las ramas sobre solitario peñón, o alguna acuática ave tendía muy quedo sus
alas hacia el amado juncal.
Todo era paz, silencio y soledad: tal parecía que ese lago fuese un remedo
del Mar Muerto. Y así era en efecto, pues según las tradiciones del pueblo
ribereño, su dios había hecho salir de madre los ríos Sopó y Tibitó e inundado
la gran Sabana, en castigo de los pecados humanos. En la orilla de aquel
lago, como en la playa de aquel mar, algo como un torcedor intenso oprimía
el corazón y un hálito de muerte ahogaba en los labios la plegaria humilde.
¡La tarde a que nos referimos, sobre las crespas cumbres del Oriente, todo
aquel valeroso y fuerte pueblo, arrodillado y compungido, pedía a gritos,
gritos del alma! perdón a su dios –ese sol moribundo– por las faltas pasadas
y remedio a los estragos de la inundación.
Entre tanto, los prismas del agua, evaporados en la a atmósfera, subían
hacia el levante, del lado de Chingasa, y allá, en la mansión de los astros,
revolviéndose y juntándose, iban formando una ancha cinta con todos los
primores del más bello espectáculo celeste, con todos los encantos que
pudieron fascinar la vista y toda la novedad que pudo aterrorizar al hombre.
De repente, aquel pueblo que gemía, vuelve atónito la mirada hacia el
horizonte oriental, se sobrecoge de espanto, parece soñar, y enmudece: es que
tal espectáculo lo deslumbra, es que por primera vez aparece el arco iris de
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dragón y con el áureo bordón en la mano, desciende el dios  cual
ángel redentor de su pueblo. Aterrado miraba éste a su mismo dios acercarse
hacia él, le imploraba misericordia y perdón, y le rendía pleito homenaje.
122 Arturo Qu ijano
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por la expiación de los pecados, y dice cómo han sido oídas las protestas de
arrepentimiento. Luego, como prueba de su misericordia, arroja, cual rayo,
el dorado báculo sobre las enhiestas rocas del Sudoeste, las cuales se abren
como las puertas del templo de la felicidad, y con majestuoso trueno saludan
al bondadoso dios.
¡Oh divino espectáculo, asombro de los siglos! Despéñanse por allí las
aguas y nace el Tequendama, que desde entonces eleva blanca columna de
sutiles brumas, como humo de incienso ofrecido a  misericordioso.
El eterno y bronco bramido de la cascada gigante recuerda a los hombres
la omnipotencia de un dios, las gotas multicolores de su rocío diamantico,
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Entonces aparece a la vista del pueblo alborozado, la virgen Sabana,
fertilizada por el limo y envuelta en brumoso manto; y en medio de
las aclamaciones de todos,  desciende al valle, con los últimos
resplandores del sol que muere tras la cúpula cenicienta del Tolima.
¡Qué divinos contrastes los de aquella tarde en que  descendió de
su cielo! ¡Un sol que muere, un lago que suspira, un pueblo que clama, un dios
misericordioso que redime con la vara de la omnipotencia en una mano y las
Tablas de la ley en la otra, y una hermosa planicie que aparece! Jamás espectáculo
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ensayar cuadro más sublime y bello; el mármol mismo revelaría en la imagen
de cualquier espectador de esa tarde, los caracteres de la más honda sugestión.
Sin embargo, ni la Poesía ni el Arte nacionales han hecho esfuerzo alguno para

Más bien un extranjero eminente, el señor  dedicó algunos versos
de sus silvas clásicas al primer personaje de la fábula colombiana:
 
Todo era paz, contento y alegría;
Cuando de dichas ta ntas envidiosa
Huitaca bella1, de las aguas diosa,
Hinchando el Bogotá, sumerge el valle.
De la gente infeliz par te pequeña
Asilo halló en los montes;
El abismo voraz sepulta el resto.
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