Las cenizas y los rastros: la emergencia forense en el arte colombiano - Una mirada desde la crítica y la historia del arte - Narrativas artísticas del conflicto armado colombiano - Libros y Revistas - VLEX 911541080

Las cenizas y los rastros: la emergencia forense en el arte colombiano

AutorElkin Rubiano Pinilla
Páginas27-64
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LAS CENIZAS Y LOS RASTROS
L
las cenizas y los rastros:
la emergencia forense en
el arte colombiano*
Elkin Rubiano Pinilla
os cuerpos arrojados a los ríos dan cuenta de los excesos de la violencia en Colom-
bia. No solo la tortura, el asesinato y la eliminación de la identidad de las víctimas,
sino también la incertidumbre de los familiares que buscan a sus desaparecidos. Sin
embargo, aquello que parecería ser el límite de la atrocidad es sobrepasado mediante
otro tipo de prácticas. Cuando un cuerpo se rescata de un río o de una fosa común existe
la posibilidad de recuperar la identidad de la víctima mediante técnicas forenses. Es decir,
cuando el perpetrador del crimen elimina un cuerpo arrojándolo a un río o enterrándo-
lo en una fosa, es posible recuperarlo y que ese cuerpo sea testigo de su propia muerte
mediante las huellas inscritas en él. El problema, para los perpetradores, es que esas hue-
llas proporcionan indicios para su acusación y judicialización. Como el cuerpo, aunque
mutilado y descompuesto, tiene la posibilidad de testimoniar, los victimarios han buscado
formas para destruir hasta el mínimo indicio. Que no queden objetos: prendas, botas, es-
capularios; y que no queden, del mismo modo, ni carne, ni huesos, ni dientes. Que todo
se convierta en ceniza para que no quede ningún rastro de identidad. Desde luego, no
hay ceniza sin fuego. Un relato de esa ceniza, del “hay ceniza”1 y, por lo tanto, un indicio
de ser, una presencia, se encuentra en el testimonio de John Gerardo, uno de los pintores
de “La guerra que no hemos visto: Un proyecto de memoria histórica”, cuya experien-
cia se recoge en el cuadro titulado Sin rastro (véase la imagen 1.1). Allí están el suceso
* Para citar este capítulo: http://dx.doi.org/10.51566/paz2102. Ensayo ganador del Reconocimiento Na-
cional a la Crítica y el Ensayo: Arte en Colombia (2019). Ministerio de Cultura-Universidad de los Andes.
1. “Lo incinerado ya no es nada salvo la ceniza, un resto cuyo deber es no quedar, ese lugar de nada, un
lugar puro aunque se esconda”, plantea Derrida (2009, p. 23). Puro porque es el fuego el que consume
la cosa hasta reducirla a ceniza. Pero a pesar de que se busque eliminar todo rastro, af‌irmar “hay ceniza”
quiere decir que hay un lugar, aunque se esconda. Es decir, aún queda un rastro de lo sin rastro: “El ser
sin presencia no ha sido ni tampoco será ahí donde hay ceniza y donde hablaría esa otra memoria. Ahí,
donde ceniza quiere decir la diferencia entre lo que resta y lo que es” (Derrida, 2009, p. 25).
Capítulo 1
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NARRATIVAS ARTÍSTICAS DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANO
traumático, la catarsis a partir de la simbolización del suceso y la activación del habla. El
siguiente es el relato de John Gerardo sobre el descubrimiento de un horno crematorio y
la elaboración de la pintura.
Este era un horno crematorio del Estado y cremaban residuos hospitalarios: jeringas, fetos, cordo-
nes umbilicales, amputaciones que hacen en los hospitales. Inclusive cuando nosotros estuvimos
en tratamiento psiquiátrico, porque nosotros solo duramos una semana ahí y nos sacaron, lo
Imagen 1.1. Sin rastro (2007)
John Gerardo, excombatiente del Ejército Nacional de Colombia. Ingresó a los 19 años.
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LAS CENIZAS Y LOS RASTROS
primero que tuvimos fue tratamiento psiquiátrico; la psiquiatra decía que era muy exagerado lo
que estábamos contando, que las tripas eran cordones umbilicales, que las manos y los pies que
habíamos visto eran amputaciones que hacían en los hospitales.
Cuando yo estaba prestando servicio militar para un diciembre del 2003 me enviaron para la
Base del Gualtal. En esa época la utilizaban para enviar a los soldados que se portaban mal en el
batallón, los que robaban camuf‌lado, armamento o consumían droga. Yo estaba entre los que no
hacían caso, pues había tenido problemas con los comandantes. Cuando llegamos allá, la orden
que habían dado era que ningún soldado podía estar por allá, en lo que parecía una escombrera.
A lo lejos vi un búnker largo y, por fuera, f‌lores. En el desierto ver eso era como un oasis, es algo
imposible, algo no cuadraba ahí. Entonces eso me causó curiosidad.
No me arrimé mucho porque había mucha gente por fuera. Estaban trabajando, estaban
sacando tierra en carretas. Había carretas y gente. Yo le comenté al sargento, él llamó al batallón
para informar y lo regañaron, incluso lo castigaron porque los soldados estaban por fuera. Que
lo primero que habían dicho que no hicieran y era lo primero que hacían. Que mirara bien, que
nosotros éramos soldados problema y peligrosos, que no debíamos tener contacto con la pobla-
ción civil y que no sé qué, metiendo ahí terror. Él, como era de Inteligencia, sabía que cuando
aquí salían soldados profesionales de inspección encontraban guacas (armamentos, fusiles,
dólares, caletas). Cuando le negaron el permiso para inspeccionar, él pensó que por aquí había
algo grande. Él dijo “hagámonos cargo de eso, igual ya me castigaron y me hicieron castigarlos a
ustedes”. Él no pensó en la magnitud de lo que íbamos a encontrar.
Nosotros empezamos a subir y eso estaba en funcionamiento: el horno, esta motosierra
estaba encima de la nevera, así como se ve ahí, o sea que estaba en uso. Nosotros primero empe-
zamos a mirar esto, para adentro; las neveras estaban cerradas, pero por fuera sí se veía sangre.
El olor era muy insoportable. Imagínese el olor de carne humana chamuscada. Empezamos a
recorrer para buscar explosivos. Ya después de que miramos las canecas y todo eso empezamos
a mover esto, y eso son cenizas; y aquí, todo esto era metal [hebillas…]. Yo supongo que los
sacaban por acá. La ceniza la botaban acá, y allá lo que era metal. Aquí encontraba las tirillas de
los brasieres de las mujeres, entonces supimos que había mujeres: pulseras, candongas. Por eso
descubrimos que ahí iba a parar todo el mundo. Esto era ropa de marca: Pronto, Americanino, y
así supimos que aquí iba a parar gente rica. Estos duros yo creo que eran los líderes o los dueños
de las ollas. A las Autodefensas, como ellos conf‌iesan, el das les daba la lista para ejecutarlos. Los
que no eran así los encontrábamos en las bolsas. Empezamos a abrir las bolsas y ahí sí encontrá-
bamos a los consumidores de droga, torturados y descuartizados. Unos no tenían las puntas de
los dedos, la orilla de los ojos, las narices, los labios. Y estaban ya partidos en varias partes. En
cada nevera había un promedio de diez bolsas. En cada bolsa había un muerto. Las primeras
bolsas eran muertos recientes, las que estaban atrás eran fosas. Y de las cenizas de los cuerpos
cremados nacieron las f‌lores que yo veía a lo lejos.

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