Los conflictos de familia: ¿conflictos de autoestima? - Núm. 155, Enero 2013 - Estudios de Derecho - Libros y Revistas - VLEX 521582206

Los conflictos de familia: ¿conflictos de autoestima?

AutorMiguel Ángel Montoya Sánchez
CargoAbogado, Conciliador, Especialista en Derecho de Familia y Magister en Derecho de la Universidad de Antioquia
Páginas155-171

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Introducción

Negociar con alguien con la autoestima lastimada, es como jugar a la pelota con esta desinlada.

Miguel Ángel Montoya Sánchez.

De los conlictos de familia, de su comprensión y análisis a efectos de su tratamiento, muchos enfoques, técnicas y teorías se han ensayado. Todas ellas, generalmente, apuntan a identiicar el origen o génesis del conlicto desde el aspecto de lo relacional: de la relación entre quienes como familia o pareja se han entendido y ahora se encuentran empantanados en un determinado conlicto (Suares, Mediando en Sistemas Familiares, 2002) o de quienes, después de la ruptura como pareja, se encuentran en el impasse de manejar sus vínculos como familia en su rol de pa-dres. El acercamiento al conlicto para iniciar su intervención, se suele realizar, generalmente, bordeando sus causas o tomando distancia del sentir de cada uno de los involucrados o muy escasamente, desde la propia mirada o perspectiva de los afectados y de su relación con el contexto (Cigoli, Vittorio; Scabini, Eugenia, 2007). Al efecto, éstos opinan que:

[...] si quisiéramos utilizar el concepto de contexto familiar, lo entenderíamos no como intercambio y secuencia de miembros familiares, sino como matriz de origen de la persona como ser relacional y como encuentro entre géneros, generaciones y estirpes-culturas. Tal encuentro tiene una tensión especíica: la de volver similar lo que es diferente y de esta manera construir pertenencia y límites comunes. El conlicto es en realidad cum-ligere, es decir, algo que actúa junto a y con alguna otra cosa. Se trata de una verdadera paradoja de la cual se puede derivar tanto salud como enfermedad.

De las intervenciones en mediación desarrolladas en esta investigación y luego de analizadas las versiones y perspectivas del conlicto vivido por las partes, se logró concluir que cada uno de los interesados manifestó, desde su propia visión, la forma en que experimenta el conlicto con el otro. No importa tanto que el conlicto sea

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agudo o no, que se haya enraizado o que solo sea de coyuntura, lo que importa es quién lo sufre y cómo lo sufre, y la forma en que este ve relejada su condición en el entendimiento del otro y de sí es escuchado o leído desde su propia valía o autoestima por ese otro. El origen o causa del conlicto de familia, generalmente se suele poner en lo que deriva del otro o en lo que es el otro. Nada más alejado de la realidad, pues el conlicto no es el otro. El conlicto encuentra su causa, básicamente, en la forma de relación con ese otro. Los conlictos en la pareja, por ejemplo, como lo anota (Tena Piazuelo, 2013), al hablar de Mecanismos de prevención a las crisis familiares "...surgen con el devenir del tiempo y las renuncias personales que se deben producir como expresión máxima de la donación incondicional al otro, erosionan la ilusión inicial de los cónyuges y, junto con la visión hedonista, acelerada y cambiante de la sociedad actual, hacen que un matrimonio de por sí débilmente asentado en la realidad esencial del compromiso conyugal desemboque irremediablemente en ruptura. Si el matrimonio no se concibe en la realidad del ‘ser para otro’, el ‘estar con o junto al otro’ tiene fecha de caducidad".

En este estudio de caso, lo que se pretende mostrar, pues, es que en el tratamiento de los conlictos de familia o de pareja, es importante tener en consideración tanto la estima propia como la forma en que se insinúa o se muestra la autoestima del otro. La autoestima es entendida aquí, como el elemento clave en la toma de deci-siones y el relejo de la auténtica valía de quien se asume, en el tratamiento de los conlictos, en la calidad de contraparte. Se pretende entonces relievar, que en los asuntos conlictivos de familia al momento de su intervención, lo que los miembros, o al menos algunos de ellos ofrecen, más que la voluntariedad necesaria para negociar, es una voluntad precaria y afectada generalmente por carencias de índole afectiva o emocional, carencia que en más de las veces, conduce a que la causa o la impo-sibilidad de tratar el conlicto, se centre en la persona del otro.

Esta investigación cualitativa, soportada en el enfoque del Interaccionismo simbólico, permitió un importante abordaje a la descripción y al análisis de las relaciones de familia y de pareja, delineadas en los hallazgos que al inal se presentan, deri-vadas al efecto, del Programa de Atención a las Familias Usuarias del Consultorio Jurídico de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia -PAIFUCJ1.

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A partir de la observación participante2, los grupos focales y las entrevistas aplicadas a los interesados, se logró rescatar la concepción de los actores en cada una de las familias que accedieron a tratar su conlictiva, en la idea de que en la confrontación acompañada por el mediador3desde el Enfoque de Mediación Transformativo y desde los elementos que le son propios (la revalorización y el reconocimiento), se identiicara a esta forma de mediación como un mecanismo idóneo de intervención en los conlictos de pareja y de familia, evidenciándose, con ello, entre otros ha-llazgos, que la posibilidad o no de tratar tal conlictiva se halla precisamente en el elemento que por obvio, termina siendo obviado: la autoestima propia y la del otro. Elemento, que al permanecer cubierto o encubierto, según se le mire, termina por afectar la voluntariedad de las partes y la visión que se tiene del otro, al momento de tratar el conlicto y de asumir algún compromiso.

Los conflictos de la pareja y de la familia La autoestima como detonante

Para (Romero, 2002), citado por (Montoya Sánchez & Puerta Lopera, 2012) en las relaciones de familia, como en cualquiera otra relación humana, -o como en ninguna otra relación humana, podríamos agregar-, el conlicto se asume como un fenómeno consustancial, en donde se resalta, con todo, el hecho de que en ella se conservan naturalmente, sus potencialidades para el crecimiento o para la des-trucción. Lo peculiar del conlicto familiar en las sociedades modernas, anota el referido autor, se circunscribe principalmente al ámbito de la pareja, aunque no se reduce a ella, afectando ordinariamente a la familia de procreación y a las familias de origen.

En la consideración que se haya de tener de la familia4, de los conlictos habidos en ella y de las posibles formas de tratarlo, es necesario tener en cuenta los elementos

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que le son especíicos, si no exclusivos, a la relación que se gesta y desarrolla básicamente entre la pareja: la comunicación, la intimidad y la satisfacción emocional (Montoya Sánchez & Puerta Lopera, 2012). Esto, por cuanto dichas características se han asumido (Romero, 2002), como la razón para establecer el vínculo y el motivo principal para legitimar su permanencia. Por ello, el conlicto se origina principalmente en los espacios propios de la pareja y es dirimido generalmente por la misma, teniendo en cuenta para su resolución la satisfacción o insatisfacción de las dimensiones emocionales y afectivas que de ella se derivan -o de autoestima, añadiríamos-, y no tanto por otros criterios externos.

Redorta, 2004, págs. 60-61, por ejemplo, para quien la morfología o tipología de conlictos es una herramienta importante de mediación, los conlictos de identidad y de autoestima son, en especíico, tipos de conlicto a tener en cuenta en los casos en donde las personas conlictuadas presentan algún grado de intimidad o de rela-ción continua. Al hablar de algunas de las teorías que tratan de la intervención en conlictos, anota, citando a Maturana y Varela (1980), quienes a su vez son citados por Navarro (2002, pág. 106), lo siguiente: La autonomía es un rasgo obvio en los seres vivos que se sobreentiende. Los seres vivos tienen una extraordinaria habilidad para conservarse a sí mismos, esto es, para guardar su identidad y las relaciones internas que coniguran su organización. Desde el punto de vista de dichas teorías, sus consecuencias, anota Redorta, pueden ser pensadas así:

  1. Donde vemos vida debemos ver una red de relaciones. Las relaciones personales son la esencia de la vida. Así pues, deben ser revalorizadas.

  2. La primera función de un conlicto es poner a las personas en relación y esto es bueno.

  3. Para que una relación sea buena, de cara a la autocomposición de un conlicto, esta debe ser cooperativa.

  4. El conlicto es un proceso normal dentro del fenómeno de la vida.

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  5. La doctrina de la autocomposición de los conlictos tiene una base cientíica y biológica.

  6. La identidad tiene una base biológica importante que se proyecta continuamente en su expresión más psicológica, de ahí su importancia para el conlicto.

  7. Con este autor entonces, y a sabiendas de que la familia es el núcleo básico de la sociedad y que además es, por excelencia, el sistema que naturalmente más redes de relaciones teje en lo personal y en lo social, es necesario airmar que dado el resquebrajamiento de las relaciones en la pareja o en la familia y dadas igualmente las condiciones de proximidad, afectividad e intimidad entre sus miembros, es a estos a quienes corresponde, directamente, intentar su tratamiento, teniendo en consideración para ello la responsabilización en el conlicto por cuenta de cada uno, de la valía propia...

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