¿Es Colombia un estado corrupto ? La corrupción como problema jurídico y como estado sociológico-moral. Una reflexión sobre el presente de colombia en el tiempo de los 'eveilleurs - Núm. 125, Julio 2012 - Revista Vniversitas - Libros y Revistas - VLEX 493037790

¿Es Colombia un estado corrupto ? La corrupción como problema jurídico y como estado sociológico-moral. Una reflexión sobre el presente de colombia en el tiempo de los 'eveilleurs

AutorEloy García
Páginas187-217

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I Presentación del tema

La caída del muro de berlín y el fin de la Guerra fría (1989) han servido de catalizadores para el afloramiento de un colosal proceso de transformación, que llevaba gestándose años atrás, que tiene un evidente impacto sobre nuestra existencia cotidiana, que a estas alturas se encuentra todavía falto del imprescindible reposo para llegar a ser calibrado en todas sus fenomenales dimensiones y que, lo que aquí más interesa, no ha sido incorporado en la conciencia social como lo que es: la radical irrupción de un tiempo nuevo. anticipando una suerte de hipótesis provisional respecto a lo que está sucediendo, cabría afirmar que el tipo de hombre que albert ca-mus, en un célebre ensayo, definiera como "en revuelta" (L'homme révolté, 1951) se sitúa —podría decirse que se encoge— ahora ante una realidad que parece haberse tornado en su contra, obligándole a reconocer la insuficiencia de su voluntad para realizar el proyecto de la modernidad de crear el mundo. Para expresarlo en términos de roderick seidenberg (Post historic Man, 1957) —que más tarde haría suyos un genial lewis mumford (The transformation ofMan, 1956)—, el hombre histórico se ha hecho "posthistórico".

Pero advertir que es aún demasiado pronto para entender y, obviamente, para intentar racionalizar lo que ocurre, no implica negar que semejante nueva realidad exista ni que forme ya parte indisociable de un mundo que no podemos saber si finalmente será dominado por el hombre o terminará por imponérsele. la vida la hacen los hombres, pero no siempre de manera consciente y mucho menos siguiendo una senda deliberada y programada de antemano. en numerosas ocasiones el cambio en el quehacer social humano es elprius histórico de la nueva reflexión lógica que, a su vez, se manifiesta como suposterius cronológico. y es que a menudo el hombre, como el animal atávico que es, acredita una incapacidad congénita para adquirir conciencia de su propia contemporaneidad cuando lo contemporáneo encierra algo nuevo. lo expresa mejor que nadie un personaje hoy no demasiado en boga, león trosky, al advertir que "una revolución puede muy bien derrocar un régimen político en cuestión de minutos; un cambio tecnológico es capaz de liquidar en muy pocos años toda una estructura productiva; pero con frecuencia, no es suficiente una generación para que los hombres puedan tomar

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conciencia plena de las enormes consecuencias de un cambio que se ha venido operando en la realidad social desde mucho tiempo atrás".

Lo dicho no son divagaciones teóricas sino aseveraciones concretas encaminadas a clarificar los más urgentes problemas del presente, enmascarados, la mayoría de las veces, por estructuras comprensivas que solo aportan confusión. y es que si a día de hoy, de una parte, nuestra realidad histórica cotidiana se corresponde con lo que tony Judt ha llamado el mundo de postguerra (Postguerra. Una historia de Europa desde 1945, traducción española del 2006), de otra, la actual "fisiología social" —para recuperar la terminología acuñada por un clásico moderno (brillat-savarin, La Phisiologie du goût, 1825)— permanece completamente impregnada delfumus de las ideologías, y más precisamente presidida por el enfoque mental marxista que, pese a haber desaparecido del mundo operativo real, sobrevive de manera incongruente en buena parte del utillaje cognoscitivo y de las categorías intelectuales de nuestro inconsciente más profundo. y si ello es predicable del conjunto de la intelligentzia mundial, mucho más lo es —y con efectos considerablemente más drásticos— de las colonias que, como diría tocqueville, españoles y portugueses fundaron en américa del sur, en la medida en que, al menos desde los años veinte de la centuria pasada, el marxismo ha desempeñado en esta parte del mundo el papel de matriz ideológica capaz de infundir unidad sistemática y de dotar de coherencia discursiva a la, de otro modo, mal trabada colección de relatos desvaídos y culturalmente anémicos surgidos en las radicalmente diferentes realidades nacionales que pueblan las sociedades del centro y sur de américa.

En definitiva, la lectura marxista latinoamericana, tejida en buena medida de lo que marx nunca dijo, ha venido sirviendo, por casi un siglo, de instrumento cognoscitivo para interpretar de manera simplista, hartamente sesgada y muchas veces manipuladora, los problemas y fenómenos reales de la américa latina. y para corroborarlo baste solo hojear las páginas de uno de los manuales más pertinentes al efecto, Los conceptos elementales del materialismo histórico de marta harnecker (méxico, 1969), que por décadas ha servido de texto de cabecera a intelectuales y políticos de esta américa y cuya ingenuidad reduccionista, vista desde el siglo XXi, incita a la irrisión. se trata, en suma, de una explicación que en la

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actualidad no se sostiene, pero cuyo precipitado descrédito sitúa al continente ante un terrible vacío interpretativo y categorial que resulta muy difícil de colmar, toda vez que una de las carencias seculares más acusadas de la américa de habla hispana estriba justamente, en la multisecular ausencia de un pensamiento y de una reflexión concebidos desde el seno del marco mismo que estaba llamada a comprender.

En efecto, todo indica que américa latina ha resultado históricamente incapaz de alumbrar un mecanismo de comprensión intelectual forjado en términos autónomos desde su propia realidad. durante generaciones, sus más importantes pensadores se han limitado a importar acríticamente, uno tras otro, los sucesivos esquemas de pensamiento que habían ido brotando en centros de reflexión foráneos, gestados en contextos histórico-reales que nada tenían que ver con lo que aquí estaba ocurriendo, de suerte que la construcción teórica de la realidad latinoamericana no se ha realizado a través de la emulación de una imagen ideal configurada desde un substrato interno, sino replicando —o procurando imitar— experiencias ajenas. semejante proceder ha conllevado un elevadísimo coste: el mundo iberoamericano ha debido resignarse a sufrir los golpes de martillo de una acción política sustentada sobre ilusorios argumentos teóricos que, como el legendario Procusto, se esforzaba por configurar a mazazos la realidad patria para adecuarla, a muy duras penas y de manera siempre insatisfactoria, a los modelos y precedentes que constaban en libros concebidos en continentes lejanos para situaciones difíciles de trasladar o sencillamente intransferibles.

En este sentido, el marxismo o pseudo-marxismo del continente, no es más que uno de los numerosos intentos fallidos de importar acríticamente una cultura política foránea falta de auténticas raíces tanto en el entramado profundo de la fisiología cultural latinoamericana como en aquello que se ha venido en llamar condiciones estructurales objetivas. alto ha sido el precio a pagar por ello. Pero ahora, cuando se cumplen doscientos años del nacimiento de sus estados como entidades políticas autónomas, y más allá de otras consideraciones, todo indica que los acontecimientos de 1991 pueden, muy bien, significar para américa latina la oportunidad de dejar definitivamente atrás los esquemas de análisis que vertebra-

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ban el estudio del continente en torno a un criterio artificialmente unitario como si se tratara de una sola y común realidad política, económica, social, cultural y étnica. y es que el tratamiento ma-niqueo pero unitario que la Guerra fría había favorecido hasta el paroxismo, ha quedado, si es que alguna vez estuvo vivo en la realidad de los hechos, repentinamente ahogado y desacreditado por los acontecimientos, y es el momento de encontrar remedio al enorme vacío que deja.

Durante muchos, tal vez demasiados años, el rechazo a cuba, el temor a la propagación de la revolución, y el recurso a los estados Unidos como alternativa, han dibujado un modelo —y también un anti-modelo— de configuración nacional capaz de comprehender en una sola lectura integradora los sucesos de la totalidad de naciones que ocupan el espacio geográfico situado entre río Grande y el estrecho de magallanes. Poco importaba que en estos países la colonización ibérica hubiera discurrido de maneras muy diferentes, que bajo su epidermis hubiera subsistido o no una masa más o menos desestructurada de la antigua población indígena, que el proceso revolucionario que a principios del XiX había impulsado la independencia se hubiese decantado de una manera u otra o que su morfología económica, societaria y racial fuera de una variedad enorme en cada uno de los países. todo parecía secundario con relación a la gran bipolaridad de fondo que dividía a américa latina, al tiempo que la unía: ¡con fidel o contra cuba! ¡con la revolución o contra ella! Parecía ser el gran criterio interpretativo unitario de la américa de habla hispana en la era de la Guerra fría.

Se explica así que el derrumbamiento del socialismo real haya tenido un efecto fulminante en esta parte del mundo. el común peligro o factor externo que nucleaba la estructura constitutiva interna —o configuración estatal (Staatsbildung)— de las naciones de américa del sur se ha disuelto como un azucarillo en medio de un diluvio descomunal. Una circunstancia que habría hecho las delicias de uno de los más agudos estudiosos de la escuela alemana...

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