Sin la corte no existiríamos': sobre existencia y visibilidad de parejas del mismo sexo en el contexto nacional - Hasta que el amor les dure. Debates en torno a las parejas del mismo sexo en el contexto colombiano - Libros y Revistas - VLEX 934589554

Sin la corte no existiríamos': sobre existencia y visibilidad de parejas del mismo sexo en el contexto nacional

AutorCésar Augusto Sánchez Avella
Páginas36-89
“SIN LA CORTE NO EXISTIRÍAMOS”19: SOBRE EXISTENCIA
Y VISIBILIDAD DE PAREJAS DEL MISMO SEXO EN EL
CONTEXTO NACIONAL
Y si quieren saber de tu pasado
Es preciso decir una mentira
Di que vienes de allá, de un mundo raro
Que no sabes llorar
Que no entiendes de amor
Y que nunca has amado.
UN MUNDO RARO”, CHAVELA VARGAS
PARA un buen número de personas, la ansiedad en torno a
las relaciones afectivas y sexuales puede empezar a muy temprana
edad. El colegio es uno de los espacios de socialización en el que se
dan los primeros vínculos y encuentros que marcarán, presuntamente,
las transiciones entre la infancia, la adolescencia y la adultez. Mi caso
no fue la excepción, pues mi adolescencia estuvo marcada por una
gran ansiedad con respecto a la afectividad y la sexualidad, aunque no
por las mismas razones que mis compañeros. Al parecer, ellos vibraban
por el frenesí hormonal que recorría sus cuerpos, y lo manifestaban
abiertamente en acciones impulsadas por el gusto, la ilusión o la
decepción. Mis compañeros exhibían con orgullo un exitoso
performance20 de la masculinidad hegemónica21, que consistía en
demostraciones públicas de afecto o en la narración de aventuras
sexuales con jovencitas que podían o no ser sus novias. En cambio, mi
ansiedad se debía a la imposibilidad de performar dicha masculinidad
—heterosexual y sexista—. Se manifestaba en largos silencios que
expresaban de forma elocuente los detalles de mi vida sexual y
afectiva, miradas de aparente indiferencia frente a los objetos de mi
deseo abyecto y jornadas extra de lectura y estudio que pretendían
copar el tiempo que, supuestamente, podía dedicar a la consecución
de una pareja del sexo opuesto.
Dicha ansiedad —que se tornó eventualmente en angustia—
continuó en mi época universitaria. La presión social por tener una
pareja idealmente heterosexual me llevó a mentir sobre mi pasado, a
inventar relaciones afectivas fallidas con mujeres que solo habían
existido en mi imaginación y a manifestar un gran desinterés en
establecer vínculo alguno con otra persona. La mentira y la aparente
indiferencia, usadas como “mecanismos de defensa, me permitieron
responder a los constantes requerimientos del círculo social
heterosexista y homofóbico en el que me encontraba, y cubrir con un
manto de normalidad el profundo y doloroso conf‌licto interno que
atravesaba. La crisis emocional que experimentaba era producto del
choque entre mis deseos secretos y una crianza católica —en el temor
de Dios, en la percepción de la homosexualidad como una
abominación y en el sentimiento de culpa por los actos y
pensamientos contrarios a la ley divina—.
Otros factores que contribuyeron a esa desazón existencial fueron
mi origen (haber nacido en una población conservadora, cerrada y
moralista como Tunja no hizo mi vida fácil), la desafortunada
educación sexual que recibí (el silencio que el tema suscitaba en mi
familia y la formación escolar al respecto, en donde se hacía referencia
a la homosexualidad como una desviación), haber presenciado actos
de violencia y odio en contra de personas percibidas como
homosexuales y no tener ninguna referencia de relaciones entre
personas del mismo sexo —en la realidad o en la f‌icción— que tuviera
un f‌inal feliz.
En muchas ocasiones contemplé el suicidio como un escape de la
existencia vacía y falsa que llevaba, pero pese a planearlo y escribir
cuidadosamente las cartas que dejaría a mi familia y amigos, terminé
desistiendo de ello al encontrar personas que hicieron mi vida más
llevadera. Cuando dejaba de lado las ideas suicidas, terminaba por
imaginar mi futuro como un hombre solo. Pensaba en la dignidad de
la vida de uno de mis tíos, quien dedicó su corta vida al sacerdocio y al
servicio comunitario en un pequeño pueblo de Boyacá. O en respeto y
admiración que recibía constantemente uno de mis tíos abuelos, quien
nunca se casó o tuvo relación amorosa conocida, pero que pasó sus
años de madurez en el ejercicio exitoso de la abogacía y en los altos
círculos intelectuales y políticos bogotanos. Estos modelos familiares
de soltería me mostraban que era posible vivir solo, conservando “la
gracia y el decoro”, pasando desapercibido como una persona
consagrada a su profesión u of‌icio. Sin embargo, en aquel entonces no
me daba cuenta de que estaba asumiendo que la homosexualidad, más
que una orientación sexual, era un sino trágico, y que en cuanto
destino inexorable, las personas homosexuales estaban condenadas a
la soledad. Por otro lado, si asumían abiertamente su orientación,
entonces estaban condenadas al rechazo de la sociedad.
Para mí no era posible imaginar que existieran relaciones afectivas
estables y duraderas entre personas homosexuales, y la idea de que
llevaran una vida en pareja era poco menos que absurda. Una de las
pocas representaciones que tenía de la vida que llevaban los hombres
gay se encontraba en una novela que leí a los 14 años: La virgen de los
sicarios de Fernando Vallejo (1994). El protagonista de esta historia —
presumiblemente Vallejo— tenía relaciones cortas, intensas, y
ciertamente trágicas, con jóvenes sicarios de Medellín, a los cuales
daba dinero y regalos a cambio de su compañía. Esta obra fue
impactante, no solo por la crudeza y contundencia de la narrativa de
Vallejo, sino porque en cierta medida vi ref‌lejado mi futuro en su
historia, y me imaginé como un hombre mayor, soltero, que buscaría
muchachitos para satisfacer sus deseos y paliar su soledad a cambio de
una retribución material. Años más tarde me acerqué a otra obra que
también me marcó, porque tocó puntos muy delicados de mi pasado, y

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