Crónicas sobre la construcción de la ciudad - Núm. 11-2009, Julio 2009 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76066901

Crónicas sobre la construcción de la ciudad

AutorJuan Luis Piñón
CargoCatedrático de Urbanismo en la ETS Arquitectura de la Universidad Politécnica de Valencia, España. jlpinon@hotmail.com
Páginas126-147

Este texto deriva de la investigación La construcción de la ciudad global, desarrollada en el marco del Taller de urbanismo, del Departamento de urbanismo de la Universidad Politécnica de Valencia, España.

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I

Aunque los modelos urbanísticos y arquitectónicos impuestos por la cultura dominante siempre han jugado un papel principal en la configuración la ciudad, hoy su influencia parece diluirse por la presión del nuevo orden mundial, tanto en el "primer mundo" como en los países menos desarrollados. Antes las ciudades se movían en la órbita cultural de los países centrales: Inglaterra, EE.UU., Francia, Portugal, etcétera; eran su extensión natural. La arquitectura y los modelos de ciudad constituían instrumentos silenciosos de dominación. Se partía de un acuerdo tácito y de unos modelos avalados por una historia trashumante de corte barroco. Los recelos pululaban fuera de la órbita de las propias relaciones de poder y la dependencia había que buscarla en otro lugar, probablemente en las relaciones comerciales, porque lo que se imponía era la representación de una idea de Estado diseñado a imagen y semejanza de la metrópolis y, por tanto, libre de toda sospecha.

La forma de Nueva Delhi, Canberra, Río de Janeiro, Goiania o Bello Horizonte, si bien dan cuenta de una manera de hacer y de entender la construcción de la ciudad, sus trazados permanecen ajenos al sistema de relaciones que se establecen entre ellas y el capital corporativo de los países centrales. A finales del ochocientos nada inducía a pensar que entre esas ciudades y las ciudades capital de los países centrales pudiese desarrollarse un comercio asimétrico, ni que dicha asimetría se reproduciría en ciclos cada vez más cortos que darían pie a desarrollos urbanos informales como los que empiezan a desplegarse a mediados del siglo pasado. Sin embargo, siguiendo pautas de proyecto más ajustadas a los nuevos tiempos, allá en los años cincuenta los reajustes superestructurales -ideológicos, políticos y culturales- sí que influirán sobre la forma de construir la ciudad, y lo harán sustituyendo los modelos de tradición Beaux Arts por otros más modernos y universales cuya influencia alcanzará, no sólo los espacios y edificios emblemáticos del poder -en los que se resume la idea de Estado-, sino que se alinearán con las estrategias del capital corporativo y darán pie a conglomerados urbanos en los que será difícil distinguir las exigencias de los propios Estados de las del capital.

II

Un excelente caldo de cultivo en el que germinará el tránsito de una idea de ciudad concurrente -modulada por precisas relaciones entre Page 127 los sectores público y privado, a imagen y semejanza de los países centrales- a otra unidimensional, arbitrada por el capital y tutelada por su lógica. Dos visiones cuya confusión servirá para alimentar el productivismo ideológico que orienta gran número de ciudades y las predispone a participar en la última gran competición entre ellas, la convocada por la globalización y arbitrada por la productividad y las tasas de beneficio; aunque se trate a veces de beneficios difíciles de rastrear por el oscurantismo que suele envolver las contabilidades municipales o por los intereses vinculados al statu quo político.

Ahora bien, la naturaleza compleja de la ciudad impide que los engranajes que mueven el mundo lo hagan libremente. Se abre de este modo un debate sin límites precisos en cuyo punto de mira aparecen, no sólo los anónimos gestores de la ciudad sino los nuevos escenarios diseñados por la globalización, cuya resonancia se ve amortiguada por el intervencionismo de las instituciones dispuestas a colaborar en el diseño de esa comedia que envuelve a la ciudad global, cuyas reglas del juego se ocultan tras el escudo que desde hace aproximadamente tres décadas proporcionan los Planes estratégicos y la locuacidad de una adjetivación basada en la competitividad, la innovación, las tecnologías de la información o la productividad.

Se trata de un juego en el que las cartas están marcadas, en el que se conoce de antemano el ganador, pero no se quiere reconocer ningún perdedor aunque formen parte consubstancial del mismo. Una contradicción propia de una sociedad esquiva, que no sólo impone las reglas sino que lo decide todo: los jugadores, los ganadores y los perdedores; y para mayor escarnio, exige al perdedor hacer acto de presencia en los fastos del poder, participar en los espectáculos que cuidadosamente programa, rendir pleitesía y manifestar admiración, y a la vez ocultar sus verdaderos sentimientos, su desazón, su tristeza o indignación. Un juego trucado en el que cada actor juega su papel, sin interferencias, con complacencia y siempre con la convicción de que más pronto o más tarde recibirá la parte del premio que le corresponde a través de una mano invisible que, como la de A. Smith, beneficiará a todos. Sin embargo, la perfección del método exige una puesta en escena adecuada, verosímil, comprobada, suficiente, rigurosa, de forma que cada cual pueda asumir su papel con absoluta lealtad, de forma positiva, convencido de que con su aquiescencia está colaborando al engrandecimiento de su "patria". Se perfila de ese modo un entreguismo ciego que exigirá a todo ciudadano, tanto la renuncia a ejercer su facultad Page 128 de juicio como la pérdida de la conciencia, pérdida que lo sumirá en un estado de completa alienación y que comportará a la vez cierta inflexión sentimental, así como la inculcación de suficientes dosis de desesperanza para pensar de acuerdo con los dictados del nuevo ordenamiento mundial. Dicho de otro modo, sólo se les permitirá asistir a los ceremoniales que las nuevas democracias formales ofrecen a los "ciudadanos libres".

III

Si a mediados del siglo XX las argucias utilizadas por el poder para el adormecimiento de la población ya habían sido ampliamente experimentadas, en pleno siglo XXI, con la tradición acumulada en décadas anteriores y sin la nebulosa que representaba el muro de Berlín, las acciones de dominación suscritas por los Estados más poderosos alcanzarán sus cotizaciones más altas. La normalización política a la que estamos asistiendo -bajo la cobertura del pensamiento único-, amparada en la reducción de los procesos de adoctrinamiento político a sus homónimos mercantiles, invita a la formulación de nuevas tesis y a la incorporación de nuevas variables. Tesis que permitirán pensar, no sólo en la consagración del marketing1 como forma de pensamiento político, sino en el cambiante sistema de relaciones que el nuevo orden mundial impone.

En efecto, si bien el marketing en sus orígenes se concibe como la fórmula más adecuada para acercar el producto -ciudad, en nuestro caso-al consumidor, hoy, tras varias décadas de elaboración y perfeccionamiento su cometido se distancia del original, centrando su interés no ya en la información sino en el desarrollo de su potencial mixtificador y en su capacidad para deformar la realidad o, lo que es lo mismo, para fabricar realidades virtuales capaces de satisfacer la demanda, no tanto de consumidores -ciudadanos- de productos manufacturados -arquitectura-, sino de idearios de orden político, tarea que sobrepasa los planteamientos iniciales vinculados a la existencia y naturaleza de la ciudad y se sitúa en órbitas de las ideas políticas, económicas y sociológicas que la envuelven. En este contexto los productos son lo que son en tanto que apariencia, la misma que se manifiesta a través de su traducibilidad en imágenes, marcas y logos. De forma que la Page 129 manipulación de que son objeto los productos y su posterior conversión en símbolos de una realidad instrumental, inauguran un nuevo juego en el que se despojan de sus atributos, del mismo modo que los consumidores dejan de ser los individuos libres de los manuales de filosofía. Reducciones en todos los casos interesadas y arbitradas por la presión mediática impenitente, ejercida por una nueva clase de burócratas integrada por todo tipo de artistas, periodistas, intelectuales y críticos formados en los límites del marketing de ciudades y en su capacidad de transformar la ilusión en negocio. Espacio en el que los arquitectos entran de lleno en el juego.

De este modo, una vez resuelto el problema logístico y aislados sus protagonistas, sólo hace falta encontrar la fisura que permita manejar la ciudad, atender sus pretensiones provincianas o fomentar su disposición a participar en el ranking de ciudades más activas; tarea que recae sobre las acciones que tratan de confundir la ciudad con sus símbolos -impuestos por las agencias de marketing-, la idea de participación ciudadana con la democracia formal, la arquitectura con la ciudad, el arte con la ocurrencia y la historia con el relato. Se busca confundir, además, la creatividad y el rigor con el esperpento o la extravagancia. La ciudad, ante la sequía de ideas encargadas de informar su recomposición, la dificultad para resolver sus problemas de gobernanza -como gusta decir ahora- o los apuros para corregir los abusos derivados de su abandono institucional, se ha convertido en el oscuro objeto de deseo del nuevo capitalismo global, el mismo que amparado en las nuevas tecnologías y el beneficio a corto plazo, no tiene reparos en hacer gala de una gran incultura, ni en desdeñar el patrimonio que a lo largo de años ha legado la humanidad. Pero lo que desde una perspectiva participativa sólo sería una desiderata, se convierte en algo más grave cuando observamos cómo el proceso de apropiación de la ciudad por el capital suele estar apadrinado precisamente por la misma clase política que debería fijar los límites de esa apropiación. La misma que siempre vemos dispuesta a ocultar la verdad, a negar la evidencia y a echar la culpa de todos los males de la ciudad a los propietarios del suelo; es decir, a los propietarios de los suelos agrícolas que rodean las ciudades, los mismos que, herederos de otro...

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