Cuando la democracia moderna se divorció de las libertades públicas
Autor | Juan Pablo Sarmiento Erazo |
Cargo | Abogado de la Pontificia Universidad Javeriana, Magíster y Doctor en Derecho de la Universidad de los Andes |
Páginas | VII-IX |
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Ciertamente, el brexit, los resultados del referendo del 2 de octubre de 2016 para aprobar los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano con las FARC-EP, los resultados de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, la posible convocatoria a referendo para modificar la Constitución colombiana y prohibir la adopción de parejas del mismo sexo, así como desconocer la existencia de familias monopaternales, han sido muestras de una nueva democracia que emerge como consecuencia de un alterado proceso deliberativo por lo que algunos autores han llamado la “posverdad” (Carmagnola, 2006), y que, de la mano de nuevos “populismos”, ha empobrecido el concepto de ciudadano y ha llegado al proceso que Owen Fiss anticipaba, para depositar las decisiones políticas en “consumidores” de un “libre” mercado de ideas.
El populismo, como lógica social y un modo de construir lo político, ha prevalecido en buena parte las decisiones recientes, y se ha construido desde las relaciones antagónicas y una visión totalizante o diferencia-dora de la sociedad, que ha definido la expresión ideológica entre grupos sociales, que se construye a partir de la negación del otro, llámese musulmán, extranjero, cristiano, homosexual, negro, mientras que las demandas colectivas realmente relevantes han permanecido aisladas (Laclau, 2005). Las instancias representativas, sean candidatos, prime-ros ministros, congresistas, expresidentes, presidentes, han optado por construir la identidad popular mediante la articulación de demandas sociales sin contenidos específicos y, con ello, han dado a luz una “democracia autoritaria contemporánea”. Esas demandas se desplazan, contingentemente, unidas por su común insatisfacción frente a un otro antagónico (Salinas, 2011).
Por supuesto, los anteriores renglones no están desconociendo un hecho evidente: no hay un umbral de democracia. El concepto de demo-cracia ha sido siempre nebuloso, ha cambiado de significado con frecuencia y la tradición liberal le ha dado una carga emotiva importante. Empero, la democracia contemporánea se caracterizaba, por lo menos en su formulación institucional y formal, por la ponderación y reconocimiento de las minorías, como portadoras de derechos fundamentales y mínimos de dignidad humana.
No obstante, la experiencia reciente ha agotado esta característica, y con la ayuda de crisis de representatividad y la amenaza constante de
viii revista de derecho, universidad del norte, 47: vii-ix...
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