Hannah Arendt. El Juicio y la Acción - Núm. 5-2006, Julio 2006 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76721923

Hannah Arendt. El Juicio y la Acción

AutorClaudia Patricia Fonnegra Osorio
CargoLicenciada en filosofía de la Universidad de Antioquia. Profesora de cátedra de las universidades de Antioquia y Eafit. Actualmente cursa una especia-lización en Hermenéutica Literaria. cfonnegr@eafit.edu.co
Páginas204-219

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Cada uno de nosotros es culpable ante todos,

por todos y por todo.

Dostoievski

Revisar las opiniones que cada hombre posee, a través de un proceso crítico en el que se confrontan diferentes perspectivas sobre un mismo tema, ha sido desde Sócrates tarea de la filosofía. Se trata de una revisión minuciosa de los conceptos utilizados indiscriminadamente en el lenguaje cotidiano en aras de darle sentido a la propia existencia. Esta actividad, sin duda, se reivindica en un mundo en el que los valores políticos y morales tradicionales han dejado de ser operantes ante la aparición de los Estados totalitarios, en los que se demostró que los hombres pueden ejecutar grandes crímenes sin reflexionar acerca de sus alcances.

Norberto Bobbio define los Estados totalitarios como instituciones "omni-inclusivas" que interfieren en todos los ámbitos de la acción humana, por tanto desconocen la existencia de límites en el ejercicio del poder político. Para Bobbio, al igual que para Arendt, los Estado totalitarios utilizan el monopolio ideológico para condicionar el comportamiento de los hombres y dirigirlos hacia un único objetivo (Bobbio, 2003, pp. 183, 246). Isaiah Berlin, por su parte, explica cómo los Estados totalitarios son el producto de teorías monistas en las que todo gira en torno a la evaluación de los medios que permiten alcanzar su objetivo. Guiados por valores absolutos, los Estados totalitarios se oponen a una visión pluralista del mundo. Al respecto, Berlin escribe:

Una de las estratagemas de los regímenes totalitarios es presentar todas las situaciones como estados críticos de excepción, lo cual exige la inmisericorde eliminación de todas la metas, interpretaciones, formas de conducta salvo el fin inmediato, concreto, absolutamente especifico, que obliga a todo el mundo, que requiere de medios y fines tan clara y estrechamente definidos que resulta fácil imponer sanciones para quienes no los persigan (Berlin, 1983, p. 250).

Ahora bien, teniendo como referente histórico la experiencia de una forma de organización social que demostró de manera radical la pérdida del sentido de lo político, Arendt recurre al mundo de la polis griega para, desde ahí, afirmar que la dignidad de la finitud de la existencia humana depende, en primer lugar, de fronteras territoriales definidas en las que los hombres puedan aparecer y desaparecer de la esfera pública y, en segundo lugar, del permanente ejercicio de la facultad de juzgar que permite adquirir una experiencia genuina del mundo.

Para muchos críticos, el hecho de que Arendt retome categorías del pasado como medio para definir el sentido de lo político, la sitúa entre los pensadores románticos que no distinguen, como diría Benjamin Constant, la libertad de los antiguos de la libertad de los modernos. Habermas, por ejemplo, afirma que Arendt desconoce los nuevos retos políticos planteados por la sociedad civil, por lo tanto señala que su propuesta carece de sentido (Habermas, 2000, p. 214). Paul Ricoeur, por su parte, asegura que su recurrencia al pasado sirve para describir las categorías antropológicas de la Page 205 existencia humana que han permanecido a lo largo de la historia (Ricoeur, 1983, p. XII). Aquí proponemos presentar y defender la tesis, según la cual el método de Arendt es justificado a partir de lo que ella llama la pérdida de la tradición. Frente a un horizonte incierto en el que la política parece no tener sentido, Arendt asegura que su recurrencia al pasado (a propósito de la constitución americana) busca establecer, a partir de hechos históricos, "tipos ideales", los cuales permiten señalar como modélicas experiencias concretas en las que la aparición de la política fue posible (Arendt 1995, p. 162).

Siguiendo el pensamiento de Arendt, en la primera parte de este texto se presenta la pérdida del sentido de lo político al interior de los Estados totalitarios; en la segunda parte, se muestra cómo este fenómeno produjo la pérdida del sentido común; en la tercera, el lugar que ocupa el sentido de lo político dentro de las actividades que condicionan la existencia de los hombres y, en la cuarta parte, la importancia de la acción y del juicio para dar lugar a una definición positiva de la política.

I Pérdida del sentido de lo político

Hallar una verdad que oriente la acción de los hombres protegiéndolos de la angustia que trae consigo la fragilidad de las relaciones humanas, ha constituido una de las máximas fundamentales de la filosofía política.1 No obstante, el surgimiento de los Estados totalitarios ha evidenciado el peligro inherente a esta idea cuando es llevada a sus extremos más radicales. Sin duda los hombres necesitan establecer pautas para orientar su manera de vivir en sociedad, de lo contrario la propia existencia carecería de sentido. Pero, ¿qué sucede cuando los miembros de una comunidad son preparados para destruir su mundo en nombre de la defensa de su verdad? Para comprender lo anterior debemos partir del análisis de los movimientos totalitarios y de los mecanismos que éstos utilizan para llevar a cabo su conquista del poder.

Pues bien, para alcanzar sus objetivos los movimientos totalitarios se sirven de ideologías que les permiten adquirir control de la realidad de los asuntos humanos. "Una ideología es muy literalmente lo que su nombre indica: la lógica de una idea" (Arendt, 1974, p. 569). Page 206 No obstante, poco importa el contenido de la ideología, lo realmente decisivo para que los movimientos totalitarios puedan someter sociedades enteras, es que a partir de ella se hace posible interpretar la construcción del mundo humano en el que cada hecho queda sometido inexorablemente a una lógica interna, suprimiendo así el carácter contingente de las acciones y de los discursos de los hombres. "Las ideologías nunca se hallan interesadas en el milagro de la existencia. Son históricas, se preocupan del devenir y del perecer, de la elevación y de la caída de las culturas, incluso si tratan de explicar la historia por alguna ley de la Naturaleza" (Arendt, 1974, p. 569).

Una vez seleccionada una idea cualquiera, útil para someter a los hombres, los movimientos totalitarios la presentan como premisa a partir de la cual se deduce cómo debe ser la humanidad. Bajo su poder, los movimientos totalitarios suprimen el pensamiento espontáneo de los hombres, puesto que su irrefutable poder lógico no admite ningún argumento que no sea deducido de sus premisas. Niegan la realidad, puesto que las ideologías no requieren de la experiencia; basta su coherencia interna para demostrar "científicamente" el transcurso de la historia.

Para que los movimientos totalitarios logren asumir la misión histórica de crear un modelo de humanidad acorde con sus ideologías, deben suprimir los códigos civiles operantes en una comunidad, ya que éstos, al delimitar un espacio jurídico en el que se regula la convivencia, se presentan como obstáculos que interfieren el desarrollo de sus movimientos. Así que el totalitarismo no necesita decretos públicos puesto que la humanidad debe convertirse en portadora de sus leyes; no se presenta como gobierno arbitrario, puesto que afirma que la legitimidad de su dominio le viene dada de la necesidad presente en el devenir del progreso de la humanidad, llámese histórica o natural -para el comunismo, el flujo de su movimiento ideológico debía hacer posible la desaparición de las clases sociales, mientras que el movimiento Nazi buscaba la evolución de la especie humana. La fuente de legitimidad de los gobiernos totalitarios procede de una idea a la que se le otorga un poder absoluto que reclama llevar en sí mismo su legitimidad, por tanto no necesita de convenios ni de pactos: "La ilegalidad totalitaria, desafiando la legitimidad y pretendiendo establecer el reinado directo de la justicia en la tierra, ejecuta la ley de la Historia o de la Naturaleza sin traducirla en normas de lo justo y de lo injusto para el comportamiento individual" (Arendt, 1974, p. 561).

El totalitarismo necesita aniquilar todo espacio normativo; para dominar no necesita asentar su poder sobre leyes, antes bien, debe eliminar todo lo que se interponga en su propósito de sumir a los hombres en la ficción de que su obrar está determinado por algo que excede su capacidad de acción. Bajo gobiernos totalitarios los hombres no pueden tener un espacio para discutir con otros hombres, sus pensamientos y acciones deben seguir la lógica de los movimientos ideológicos sin presentar objeción alguna. Si una ideología prescribe que para que la humanidad progrese hay que eliminar ciertos grupos étnicos o determinadas clases sociales, hay que ejecutar sus leyes como una necesidad inmodificable de la naturaleza humana, tal como Page 207 comer o dormir, lo cual sólo es posible cuando se ha eliminado por completo la libertad de los hombres en favor de la libertad de los movimientos ideológicos. "Desde una perspectiva teórica lo decisivo es que la libertad no se localice ni en el hombre que actúa y se mueve libremente ni en el espacio que surge entre los hombres, sino que se transfiera a un proceso que se realiza a espaldas del hombre que actúa, y que opere ocultamente, más allá del espacio visible de los asuntos públicos" (Arendt, 1997, p. 72).

Ahora bien, si los movimientos totalitarios se sirven de ideologías como argumentos teóricos para establecer el principio de su dominación, necesitan, en segundo lugar, del terror como instrumento que les permita aplicar la ley de sus movimientos. "El terror como ejecución de una ley de un movimiento cuyo objetivo último no es el bienestar de los hombres o el interés de un sólo hombre, sino la fabricación de la Humanidad, elimina los individuos en favor de la especie, sacrifica las partes en favor del todo" (Arendt, 1974, p. 565). Arendt define...

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