La memoria de las víctimas: un instrumento en la superación de la barbarie - Núm. 14-1, Enero 2014 - Criterio Jurídico - Libros y Revistas - VLEX 594122854

La memoria de las víctimas: un instrumento en la superación de la barbarie

AutorJulio Andrés Sampedro Arrubla
Páginas205-223

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"Si algún día vamos al infierno, uno de los tormentos más refinados consistirá sin duda en encerrar juntos en una misma pieza al hombre tal cual y las fotos enmarcadas de su tiempo”1. Estas palabras, del premio Nobel de literatura 1989 Günter Grass, nos sirven como punto de partida para aproximarnos, con una reflexión criminológica y victimológica a una fotografía, tal vez la de mayor dramatismo y sin duda la más oculta por la historia oficial: la que contiene la barbarie terrorista en el siglo XXI.

Esta fotografía que nos negamos a mirar, muestra una realidad en la que predomina la mentira y el olvido del ser humano. En ella coexisten sociedades deshumanizadas e indiferentes, signadas por la barbarie, en las que no ver al otro, al que sufre, es un mal generalizado que devela relaciones humanas pervertidas por el uso de la violencia que ahoga la voz de las víctimas que reclaman por sus derechos. Ante la barbarie dejamos de oír, de ver, de hablar.

Nos encontramos en un lugar privilegiado para descubrir esta fotografía, la que representa la barbarie de este siglo, porque Colombia es un lugar desde el que podemos hablar de barbarie y de terrorismo no de oídas, sino desde nuestra propia experiencia; una experiencia que muestra la realidad dolorosa y cruel de un pueblo que tiene mucho que enseñar sobre la tolerancia, porque lo puede hacer desde la experiencia y la memoria de la intolerancia, recordando que nuestros sufrimientos y las injusticias son el camino que conduce a una tarea pendiente: llegar a ser hombres.

Las pasiones desatadas ante la sola mención del término “terrorismo”, confluyen fácilmente en calificativos condenatorios o apologéticos. Lo que para algunos es un simple gesto de ostentación de poder, para otros puede ser un ejercicio en pro del mantenimiento de la ley. Así, por ejemplo, el gobierno de los Estados Unidos no consideró los hechos del 11 de septiembre como un atentado terrorista sino como un acto de guerra sobre el que se auto-legitimó para responder militarmente con bombardeos, destrucción y muerte de civiles en contra de quienes considera como sus enemigos. Si bien es cierto que los atentados del 11 de septiembre fueron crueles e injustificados, igual ha sido la respuesta

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despiadada de destrucción y muerte de los Estados Unidos y sus aliados Europeos en contra de Afganistán e Irak.

Por lo dicho, es preferible hoy, después de lo acontecido en los pocos años de este siglo, hablar de barbarie, pues es éste un término más amplio que el de terrorismo, el cual, como afirma J. Sobrino, conjura la penosa reducción de la barbarie a terrorismo y de terrorismo a lo ocurrido en las torres. Barbarie es un concepto fundamental que incluye todo lo que estamos viviendo en este siglo; tanto lo de Nueva York, Madrid, o Londres, como lo de Afganistán, Centroamérica, Colombia e Irak, acontecimientos de ruptura histórica que ponen de presente lo inhumano de lo humano, y rompen la continuidad de la historia.

La realidad que nos presenta la barbarie terrorista en el siglo XXI, enmarcada por la violencia, la polarización y la mentira, nos advierte que la razón —como aquella del dibujo de Francisco de Goya que produce monstruos mientras duerme—, cede espacio a la irracionalidad y es capaz de producir las más grandes perversidades a plena luz del día. Los engendros que componen nuestra realidad ya no los imaginamos, los creamos a diario y para reconocerlos basta solo con mirarlos y saber verlos.

Estas monstruosidades, las que se realizan a plena luz del día, nos hablan de lo que sucedió en Nueva York, en Madrid o en Londres, de lo que está

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sucediendo en Colombia, pero también nos hablan de los infantes de marina de los Estados Unidos tomándose a Irak por asalto. Son imágenes que desentierran el pasado trágico de nuestra historia y evocan a los que aterrorizaron a República Dominicana, a los que sostuvieron la saga de los Somoza en Nicaragua, o a los que “sacaron” a Noriega en Panamá. Son todas, realidades de barbarie que constituyen acontecimientos que perturban, ante los cuales es imposible seguir como si nada pasara. Son acontecimientos únicos, singulares, que nos obligan a la solidaridad, a denunciar el sufrimiento de las víctimas siempre inútil, y a dar testimonio por quienes no pueden hablar ya sea porque no están presentes o porque no quieren recordar.

La barbarie que expresa el terrorismo se nos presenta insoportablemente desnuda en el rostro de sus víctimas; invita a aprender a pensar de nuevo desde el punto de vista de quien padece la intolerancia, porque en nuestro mundo es habitual que quienes hablan de intolerancia son precisamente quienes no necesitan de ella. Se trata de pensar de un modo diferente que permita rescatar la imagen del hombre con sentido receptivo y sensible, capaz de dejarse afectar por lo otro, por la Diferencia; las víctimas saben que el tema no se reduce a un simple problema cultural, político o jurídico, sino que detrás de él hay miseria, tortura, desplazamientos y genocidios que ponen de presente la inhumanidad del hombre concreto y llaman la atención acerca de recuperar la memoria como estrategia en la superación de la barbarie.

La presencia de las víctimas es una realidad nueva que no estaba en el diseño original de la democracia, una realidad que cuestiona sus fundamentos, obliga a repensar todo planteamiento ético, político y filosófico, y señala que el camino a seguir es aceptar nuestra propia responsabilidad con el otro. Esta responsabilidad nos desvela que el sentido del hombre es el otro hombre y pone de presente que las desigualdades son creaciones del hombre, son un producto histórico y por ello somos responsables de ellas. Por ello, la base para una política que busque la superación de la barbarie terrorista, debe ser la de emprender un trabajo pedagógico para la elaboración de una memoria ejemplar que, tal como afirma F. Barcena, sin negar la singularidad del suceso, lo recupera como una manifestación de una categoría más general sirviendo como modelo o ejemplo para comprender situaciones nuevas y aceptando

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que las víctimas, auténticos testigos, tienen derecho al silencio, no para ocultar lo que debe ser visto, sino para sobrevivir.

En este orden de ideas, asumir nuestra responsabilidad frente a las víctimas nos obliga a recordar, lo cual significa atender al estruendo que produce su sufrimiento y rescatar su memoria como paso inicial en el andar por el sendero hacia la reconciliación y la paz. El recuerdo es más que un acto intelectual, supone una experiencia del sufrimiento equivalente al sufrimiento de las víctimas, es compasión que se produce con relación a un sufrimiento que conocemos, lo cual, sin duda, es el punto de partida para evitar la repetición de lo mismo. La recuperación del pasado fracasado es el escenario donde se decide el futuro, pues es la memoria no pensada, la de las víctimas, el instrumento capaz de abrir el expediente y reconocer que ahí hay derechos pendientes, derechos que pueden y deben ser saldados mediante el despertar de la conciencia del presente.

Con el pasado debemos establecer una relación existencial, en la que tengamos presente que no podemos cambiar los hechos, pero sí podemos interpretarlos con sentido, creativamente, de tal manera que logremos comprenderlos mejor, de un modo diferente, con cercanía, implicados personalmente en ellos, con tolerancia compasiva que, como lo expone Mate Reyes, es aquella que nace de la...

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