Naciendo muertos - La última utopía. Los derechos humanos en la historia - Libros y Revistas - VLEX 648995509

Naciendo muertos

AutorSamuel Moyn
Páginas57-100
Naciendo muertos
Cuando los “derechos humanos” entraron al idioma inglés en la década
del cuarenta, lo hicieron de manera poco ceremonial e incluso accidental.
Empezaron como una parte accesoria a la esperanzadora visión alternati-
va erigida contra el nuevo orden cruel y tiránico de Adolf Hitler. Al calor
de la batalla y poco tiempo después, esa visión de una vida colectiva de
posguerra —en la que las libertades personales encajarían con promesas
de social democracia más ampliamente difundidas— daba las principales
razones para luchar. Bien sea como una manera de expresar los principios
para todas las sociedades de posguerra, o incluso como una aspiración a
trascender al Estado, el concepto nunca se extendió —como sí ocurrió más
tarde— alrededor del mundo al público en general, ni siquiera cuando la
ciando. ¿Por qué no?
Desde una perspectiva global, el ascenso de los derechos humanos
desplazó una promesa anterior de autodeterminación de los pueblos
construida durante la Segunda Guerra Mundial en la Carta del Atlántico
de 1941. Pronto, sin embargo, se hizo evidente que los Aliados querían
que los principios básicos de las organizaciones internacionales de pos-
guerra fueran perfectamente compatibles con los imperios. Incluso en el
Atlántico norte donde nació y en los países de segundo nivel de América
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LA ÚLTIMA UTOPÍA
Latina y Australasia que estaban fuera del acuerdo, los derechos humanos
no germinaron. En un principio, como si fueran un vago sinónimo de
algún tipo de socialdemocracia, los derechos humanos no enfrentaron la
importante cuestión sobre qué tipo de socialdemocracia debía instaurarse:
una versión de un capitalismo de bienestar o un socialismo con todas sus
consecuencias. Luego, para 1947-1948 y en la cristalización de la Guerra
Fría, Occidente fue exitoso en capturar el lenguaje de los derechos huma-
nos para su cruzada contra la Unión Soviética; en el continente europeo
los principales promotores terminaron siendo conservadores. Luego de
fallar en construir una nueva opción a mediados de los años cuarenta, los
derechos humanos muy pronto probaron ser simplemente otra forma de
abogar por uno de los bandos en la disputa de la Guerra Fría. Nunca fueron
entendidos como una ruptura radical con la comunidad de Estados que
las Naciones Unidas habían reunido.
¿Cómo parecería la década del cuarenta si se la libera del difundido
mito de que la era representó una especie de ensayo de un mundo de pos
Guerra Fría en el que los derechos humanos sí empezaron a hacernos vis-
lumbrar un imperio del derecho por encima de los Estados nacionales?
¿Qué pasaría si la historia de los años cuarenta se escribiera reconociendo
adecuadamente la deuda que eventos posteriores tienen con esta década y,
así, resaltando una serie de causas radicalmente diferentes para entender el
significado actual y la centralidad de unos derechos humanos reconstrui-
dos? La conclusión principal tendría que ser que releer la Segunda Guerra
Mundial y sus secuelas como fuentes esenciales de los derechos humanos
tal como son entendidos hoy es engañoso, aunque tentador. Los derechos
humanos terminaron siendo un sustituto para lo que muchos alrededor
del mundo querían: la creación de una prerrogativa colectiva para la
autodeterminación. Los súbditos de los imperios no estaban en un error
al ver los derechos humanos como un tipo de premio de consolación. Pero
incluso para los angloamericanos, los europeos del continente y los Estados
de segundo nivel en donde tuvieron al menos una mínima publicidad, los
orígenes de los derechos humanos tendrían que ser vistos dentro de un
marco general que explicara no tanto su grandiosa anunciación sino sobre
todo su marginalidad general a lo largo de los cuarenta.
La formación de las Naciones Unidas debe ser central en esta narrativa
en la medida en que hasta la década de los setenta los derechos humanos
fueron un proyecto exclusivo de su maquinaria, de la mano de algunas
iniciativas regionales, y, por ende, no tenían un significado independiente.
Sin embargo, la fundación de las Naciones Unidas —la naciente institución
responsable de la originalmente periférica existencia de los derechos huma-
nos— de hecho muestra una cara muy diferente a la que algunos cronistas
recientes se han empeñado en exhibir. En los sorprendentes esbozos de los
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SAMUEL MOYN
Aliados en 1944 para la formación de la futura organización internacional
para la posguerra, lo que se conoce como los documentos de Dumbarton
Oaks, ya era claro que la retórica de la época de la guerra, que incluía un nuevo
concepto de derechos humanos, estaba ocultando otras agendas. Además,
la campaña de varios individuos y grupos para alterar este resultado, la cual
llegó a su clímax en la paradigmática conferencia de San Francisco a media-
dos de 1945, fracasó estruendosamente a pesar de la concesión simbólica de
la reintroducción de los derechos humanos en la Carta de Naciones Unidas
que se redactó en dicha ciudad. Dado el realismo de las grandes potencias en
las decisiones de los años de la guerra, la historia de los derechos humanos
en la posguerra, desde sus primeros días, tiene que ocuparse tanto de su
reanimación, como de la definición del término, y el fracaso catastrófico
de lo primero no puede dejarse a un lado para magnificar la importancia
de lo segundo1.
Si una visión diferente es más conocida, ello se debe a dos estrategias
entendibles pero inviables. La primera consiste en sobredimensionar
—frecuentemente de manera drástica— los efectos de la campaña en
contra de los acuerdos de Dumbarton Oaks. La segunda trata de aislar el
camino hacia la Declaración Universal como una senda que las personas
aún transitan, incluso cuando la Guerra Fría erigió temporalmente una
barrera para impedir el paso. Esta historia profundamente selectiva debe
ser reemplazada por una en la que esos eventos, los cuales también tienen
su lugar, son puestos en sus justas proporciones, mostrando que son fases
en un relato más largo, complicado y en muchos sentidos más deprimente.
La ahora bien entendida redacción de la Declaración Universal, el foco
común, no puede ser separada de fuerzas históricas mucho más intensas
que la condenaron a la irrelevancia en su tiempo. De hecho, un enfoque
retrospectivo de los derechos humanos durante este periodo es riesgoso,
pues puede ignorar el punto más importante, el cual es la marginalidad
y el fracaso del concepto en una era en la que se perfilaba el debate sobre
órdenes globales futuros. La difusión del término durante la guerra, la
Declaración Universal y los desarrollos relacionados, tales como la Conven-
ción Europea de Derechos Humanos (1950), fueron subproductos menores
de esta era y no sus principales características. Los derechos humanos ya
estaban a punto de caer del escenario en la posguerra, incluso antes de
que fueran completamente empujados fuera de escena por la política de
1 Uno de los propósitos de este capítulo es enmendar la separación entre la historia de los derechos
humanos y la historia de la organización internacional en general, esta última como la que se
encuentra en John W. Wheeler-Bennett y Anthony Nicholls, The Semblance of Peace: The Political
Settlement after the Second World War (New York: Macmillan, 1972) y G. John Ikenberry, After
Victory: Institutions, Strategic Restraint, and the Rebuilding of Order after Major Wars (Princeton:
Princeton University Press, 2001), cap. 6.
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