Nación y narración: la escritura de la historia en la segunda mitad del siglo XIX colombiano - Núm. 12, Enero 2010 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 217823637

Nación y narración: la escritura de la historia en la segunda mitad del siglo XIX colombiano

AutorPatricia Cardona
CargoDoctorando en Historia, Universidad de los Andes, Bogotá. Profesora, Departamento de Humanidades, Universidad EAFIT. azuluaga@eafit.edu.co
Páginas162-179

El presente artículo se inscribe en el marco de la Investigación Narrativas de Nación, desarrollada con el apoyo de la oficina de Investigación y Docencia de la Universidad EAFIT. El curso de Historiografía de Colombia del doctorado de Historia de la Universidad de los Andes, maduró algunas de sus tesis. Agradezco a los estudiantes de la Maestría en Estudios Humanísticos de la Universidad EAFIT el haberme permitido desarrollar con ellos la relación Historia, narración y nación.

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De lo que se trata es de popularizar, sin boato ni exageración, los principios cardinales de nuestra organización política, las condiciones realmente ventajosas de nuestro país, y los hechos más notables de la historia nacional, a la vez que arrojar, principalmente en el corazón de los niños, simientes escogidas que el tiempo desarrolle y haga fructificar

Cerbeléon Pinzón. Catecismo republicano (1865)

Nación y narración Diversidad, ambigüedad y tendencias

La historia como saber definido por los lineamientos epistemológicos del siglo XIX, suscribió tempranamente su compromiso de convertirse en el saber responsable de darle vida al pasado, o mejor, en términos del siglo XIX de narrar el pasado tal y como éste había acontecido. Esta pretensión realista y objetiva de la historia como saber fundado en la certeza de la objetividad y la realidad del pasado, determinó buena parte de las posturas de los historiadores con respecto al pasado, y aún más, demarcó sus usos políticos, como bastión sobre el cual se sustentaron buena parte de las ideologías del siglo XIX y saber con la capacidad de movilizar la pasión de los hombres en la defensa de ardores recién nacidos, pero por efectos del uso de la historia, recién envejecidos. Esencialmente, los incipientes Estados recurrieron a la historia para validar sus novedosas fundaciones.

La emergente democracia, la lucha de las burguesías por reemplazar el lugar de las tradicionales aristocracias, la soberanía popular, y la definición del Estado a partir de la concreción de las fronteras, de la certeza de los enemigos y de las riquezas geográficas, necesitaron de una narración que estableciera vínculos sociales coherentes con el nuevo orden político. La historia se estructuró como discurso que, aunque despojado de explicaciones de orden sobrenatural y religioso, se definió como una narración de los hechos del pasado que tenían una significación mítica en el nuevo contexto político. Así, cada hecho narrado se revestía de un halo sobrenatural que Page 163 implicaba que aunque las acciones se enmarcaban dentro de las explicaciones puramente humanas, los móviles, o mejor la esencia de éstas estaba dada por lo sobrenatural. Por ello, en esta comprensión de la historia, el influjo divino es el punto de partida que dirige los actos humanos, y sobre todo, que permite la esquematización de la narración sobre modelos de virtud, discriminando a buenos y malos. Lo que también significa que cada una de las acciones de buenos y malos esté encadenada en una sucesión de hechos que encuentran su argumentación última en la voluntad divina que acompaña a los actos virtuosos.

Para explicarlo mejor nos referiremos a la historia denominada patria, cuyo esquematismo narrativo es un rico ejemplo de la concepción histórica del siglo XIX. Los libros de historia patria definen claramente quiénes son los buenos y los malos de la narración, pero además, las acciones de los buenos, por terribles que parezcan, están determinadas por la divinidad, quien mira impasible los actos, pero que además premia con la victoria las hazañas de aquéllos que se han definido desde el principio de la narración como los "mejores". Por eso, cuando aparecen los "otros", llámense indígenas, piratas, o españoles, en ellos se resalta el valor y la ferocidad, no tanto como un valor propio, sino como un medio de exaltar las dificultades y la grandeza de la hazañas de los victoriosos. Además, en función de la estructura retórica de la narración, los usos de los adjetivos ayudan a los lectores a identificar rápida y perentoriamente al vencedor que es en sí mismo el modelo de virtud.

La identificación de buenos y malos se anuncia en el relato, bajo la apariencia de la predestinación. Estos modelos históricos no son exactamente objetivos, ni corresponden a la realidad, pues es evidente que en el centro de la narración sigue presente la imagen de Dios que ubica a cada uno de los actores en el lugar que le corresponde y que organiza el tinglado de manera tal que los diversos hechos sucedan efectivamente de acuerdo con su voluntad. Antes que una historia en términos humanos, las historias patrias intentan sacralizar al Estado y a las figuras prominentes de su fundación, en la que cada uno de ellos no es más que un instrumento que permite Page 164 la concreción del plan divino. Se plantea una resignificación de los órdenes políticos modernos bajo la apariencia sacramental, tan importante en el orden político.

El Estado y su metarelato, la nación, necesitaron de dispositivos narrativos (Bajtín, 2002), de esta especie de mitificación de la historia para otorgar legitimidad al orden emergente y dotar a sus gobernantes de la sacramentalidad que legitimara su accionar, además de crear vínculos sólidos y fraternales entre los nuevos ciudadanos, que entonces debieron sentirse como "salvados" o liberados del caos y conducidos a un nuevo orden de luz. Por eso, la existencia del Estado Moderno, impuso la idealización de las relaciones sociales a través de la política en su sentido tradicional, e inauguró relaciones inéditas con el pasado: lugar de convergencia de la voluntad de estar juntos, punto de anclaje de la sociedad, presencia dispuesta a servir de justificación para la lucha, y depósito realista de una identidad apenas inaugurada (Bhabha, 2002). Los recursos retóricos y documentales para mostrar la historia como la realidad vivida del pasado, en la historia patria la ficcionalización 1 alcanza un alto nivel por cuenta de la necesidad de sacralizar la existencia y de justificar e incluso desear cualquier sacrificio que pueda hacerse por el Estado, envasado en su "ideal" la nación. Por ello, entender las dinámicas de las historias patrias, mostrar sus recursos narrativos, sus modos de ficcionalizar, lo que ellos definen como digno de historiar "de recordar y mantener en la memoria", resulta un ejercicio interesante para conocer las dinámicas discursivas y recursivas de una sociedad que necesita tejer una relación en el presente, sobre la premisa de ficcionalizar el pasado continuum que iguala, que hermana y que se objetiva, no en el presente, imperfecto y caótico, sino en el futuro que se concibe como el momento en el que tendrán sentido los sacrificios del pasado. Page 165

Algunas interpretaciones relevantes de los conceptos nación y nacionalismo

Al respecto hay una variedad considerable de corrientes que procuran entender la dimensión de un fenómeno complejo, ambiguo y paradójico como el nacionalismo. Al respecto se presentan dos posturas generales a partir de la cuales se desprenden interpretaciones que difieren en matices y tradiciones teóricas. Estas dos grandes posturas reúnen bajo idea de la nación como dato, de ella cual se derivan primordialistas y los perennialistas. Entre los primeros se destacan los trabajos de Pierre Van der Berghe, que sostiene la idea de que la nación se basa en la existencia de sentimientos étnicos conectados a su vez con una suerte de relación parental entre los miembros de las comunidades. Entre los segundos (perennialistas) se distinguen Anthony Smith, este autor sostiene que el nacionalismo, aunque producto de la sociedad moderna, requirió nutrirse en tradiciones étnicas que materializaron y dieron vigor a las nuevas formas de vinculación social introducidas por el mundo moderno y los ideales nacionalistas.

La condición familiar ha sido fuertemente criticada por los partidarios del nacionalismo-creación, vinculado a la preponderancia de los procesos de modernización, construcción y consolidación del Estado en su sentido moderno. Grosso modo, esta corriente define el nacionalismo como construcción de una élite política, que cimentó sobre la educación y el discurso cívico patriótico los ideales de identidad, integración y fraternidad nacional, representados en símbolos que sustentaron el carácter emotivo de nación. Pero en esta vertiente también se introducen matices, siendo las más importantes las representadas en Ellie Kedourie, quien entiende el proceso de nación y del nacionalismo en el contexto de las élites alemanas que retomaron la idea de autodeterminación kantiana, que a su vez remitía a un ideal colectivo cristiano y milenarista. De otro lado Ernest Gellner estableció las relaciones entre modernismo, industrialismo y nacionalismo; así pues, la transición de una sociedad agraria a una sociedad industrial requirió de la integración, consumada a través Page 166 de la educación y de la centralización de la escritura. En la misma dirección aparecen los trabajos de Hosbsbawm, catalogados como tendientes a la interpretación del nacionalismo como de ingeniería social y de invención de tradiciones que dan contenido y profundidad histórica al nacionalismo. Finalmente aparece una corriente articulada con la anterior, pero más identificada...

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