Nietzsche: Retórica, metáfora y filosofía - Núm. 3, Diciembre 2003 - Criterio Jurídico - Libros y Revistas - VLEX 43927571

Nietzsche: Retórica, metáfora y filosofía

AutorJulián Fernando Trujillo Amaya
CargoLicenciado en Filosofía de la Universidad del Valle
Páginas210-223

Licenciado en Filosofía de la Universidad del Valle, especialista en Derecho Internacional Humanitario de la Pontificia Universidad Javeriana Cali, con maestría en filosofía de la Universidad del Valle. Es profesor del departamento de humanidades de la Pontificia Universidad Javeriana Cali.

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1. Apuntes sobre la tradición retórica y sus orígenes

La retórica es el nudo que liga la filosofía, el derecho y la literatura con la gramática, la lógica y la reflexión sobre el lenguaje y la comunicación. A diferencia de las llamadas ciencias sociales, bastante nuevas e incipientes la mayoría, y el conocimiento sistemático de las ciencias naturales, posterior a la poesía, la filosofía y la música, la retórica tiene más de veinticinco siglos de historia y su desarrollo constituye una de las tradiciones más fuertes y fecundas del pensamiento occidental.1

La consolidación de la retórica antigua está indisolublemente ligada al litigio jurídico, a la instauración de la democracia y al intenso desarrollo de las técnicas de comunicación y persuasión mediante los símbolos del lenguaje en el marco de una compleja vida urbana, "sólo con la forma política de la democracia comienza la excesiva valoración del discurso, convirtiéndose ahora en el mayor instrumento de poder inter pares".2 En los primeros decenios del siglo V a. C. Dos tiranos, Gelón y su sucesor Geron I, realizaron grandes expropiaciones de propiedades y terrenos para distribuirlos entre soldados mercenarios. Pero más adelante, en el 467 a. C., cuando una insurrección derroca la tiranía e instaura un orden democrático, comienza una larga serie de procesos jurídicos para reclamar las propiedades confiscadas:

Estos procesos eran de un tipo nuevo: movilizaban grandes jurados populares ante los cuales, para convencer, había que ser elocuente, esta elocuencia, que participaba a la vez de la democracia y de la demagogia, de lo judicial y de lo político (lo que luego se llamó lo deliberativo), se constituyó rápidamente en objeto de enseñanza.3

La disposición para la argumentación, el debate y el uso de la palabra para persuadir, disuadir o convencer, largamente fomentada por los griegos desde tiempos inmemoriales, encuentra en el litigio jurídico y el debate político los escenarios para su despliegue y fortalecimiento. A la eficacia, precisión y belleza en el arte de persuadir por medio del discurso que el pueblo griego ya Page 211 poseía y admiraba en sus líderes, poetas y filósofos, se suman los métodos y técnicas cada vez más sofisticadas que estudiaron y enseñaron los maestros de retórica.

Corax y su discípulo Tisias son considerados, según una tradición muy difundida, como los fundadores de la retórica. Para ellos lo que parece verdad cuenta mucho más que lo que es verdad, de aquí que se centraran en el estudio sistemático de las pruebas, los medios necesarios para hacer verosímil una interpretación y las técnicas adecuadas para lograr la adhesión a una tesis. Según Aristóteles, otra tradición atribuye a Empédocles de Agrigento, filósofo con fama de mago, el haber fundado la retórica como estudio sistemático. Sea como fuere, lo cierto del caso es que tanto en Sicilia como en Siracusa se desarrollaron diversas formas de Téchne rhetoriké.4

Tisias y Corax fueron sobre todo maestros en pleitos judiciales, mientras que Empédocles y, más adelante los sofistas, ofrecieron más bien una formación enciclopédica. Esta tendencia se potenció con Gorgias, pero sobre todo con su discípulo Isócrates. Gorgias introdujo la dimensión estética del discurso y la puesta en escena como elementos claves en el ejercicio de la oratoria, fomentó el discurso epidíctico y estimuló la prosa artística como un estilo propio y legítimo. Isócrates, quien también había sido discípulo de Sócrates, tuvo una famosa y muy frecuentada escuela de elocuencia. En ella se ofrecía una formación que intentaba conciliar el adiestramiento en el hablar elegante y la educación para la vida política, la conceptualización teórica y la práctica formal de la eficacia demostrativa y argumentativa con los parámetros y reflexiones morales y filosóficas que orientan las conciencias y orientan las conductas en el seno de la vida social. Platón, quien competía con Isócrates en la formación de los jóvenes, le fue hostil al igual que su discípulo Aristóteles, realizaron críticas severas y le reprocharon su gran preocupación por las formas de expresión y el uso de las figuras y ornamentos discursivos.5

Según Isócrates, el buen orador debe tener una vasta cultura y una excelente reputación. Esta idea perdura hasta Cicerón cuando este afirma en el De Oratore que el perfecto orador debe tener la agudeza del dialéctico, la Page 212 profundidad de los filósofos, la habilidad verbal de los poetas, la memoria de los jurisconsultos, la voz de los trágicos y el gesto de los mejores actores6. Tal parece que el fuerte influjo de esta tradición y su gran competencia en el estudio de los recurso estilísticos y ornamentales indujo a Aristóteles a dedicar parte de sus reflexiones a la léxis, esto es, al modo de expresarse, como puede constatarse en el tercer libro de la Retórica.7

Debido a la ley que existía desde tiempos de Solón que obligaba a cada cual a defender su propia causa, los abogados, tal y como nosotros los entendemos, estaban prohibidos. Todo el mundo podía acusar y cada cual debía defenderse a sí mismo. Sólo estaban permitidos los asesores jurídicos, quienes no podían recibir dinero por su oficio. De aquí que la motivación de estos juristas estaba más ligada al prestigio y el reconocimiento público. Estos primeros abogados eran llamados "logógrafos". Eran juristas atenienses de los siglos V y IV a. C., quienes escribían discursos para que sus clientes pudieran interpretarlos de viva voz frente a los tribunales, "Nadie atribuía significación y valor al discurso forense de un logógrafo después que había sido pronunciado y, si era publicado, ello sólo era en provecho de los que aprendían con él".8

Se trataba entonces de una escritura pensada para ser leída en voz alta o memorizada y pronunciada en una situación concreta. Con esto surgió una tradición literaria de carácter jurídico, cuyos productos eran apreciados a la manera de partituras musicales que debían ser puestas en escena o pronunciadas de viva voz, con lo que se evidencia históricamente el aspecto dinámico y contextual que constituye la esencia del derecho y su aporte al desarrollo de los procesos de lectoescritura:

... cuando se publicaba un discurso de estas características después del éxito, servía en primer lugar para hacer famoso a su autor y para proporcionarle nuevos clientes; aunque pronto estos discursos adquirieron un interés absoluto como piezas artísticas (por no decir obras de arte); un público distinguido, con experiencia jurídica, se deleitaba en leerlos. Con ello se comenzó a tomar en cuenta el lector; los logógrafos Page 213 revisaban sus producciones estilísticamente antes de su publicación, como lo harían después los oradores políticos: pues se era muy consciente de la diferencia que había si se trataba de oyentes o lectores.9

Uno de los primeros logógrafos famosos, cuyos discursos fueron también leídos, fue Antifonte. Consejero y jurista, influido por Protágoras, Gorgias y Tisias, fue incluido entre los diez más grandes oradores áticos.

La retórica afianza la inclinación natural de los griegos hacia la argumentación discursiva y la discusión crítica, proporciona una técnica de debate que permitía atacar y defenderse con eficacia y precisión. Se trataba de una lucha o batalla con palabras en vez de espadas y, en tal sentido, de un ejercicio de sublimación y creación simbólica y cultural realmente admirable.

Amantes de la palabra y la sabiduría, los griegos hallaron en su condición de seres parlantes y su apertura a la discusión crítica y la argumentación, las condiciones de posibilidad para el goce de la comunicación razonable y la diferencia fundamental con otras culturas antiguas en donde la libertad de expresión y pensamiento fue coartada por el imperio de los dogmas, el misticismo, la superstición y el uso de la fuerza. La retórica y la argumentación hicieron de la palabra y la sabiduría, objetos del deseo y referentes de identidad para su afirmación vital como una cultura libre y autónoma.

Los Sofistas fueron los primeros en enseñar sistemáticamente la retórica. Eran maestros ambulantes que respondieron a la necesidad de ofrecer la primera educación demócrata y organizada de la juventud griega: cursos formales de capacitación, disertaciones aisladas, debates públicos y series de conferencias sobre temas diversos. Los valores que orientaron a los sofistas coinciden con los de la democracia y confirieron poder a todo el que se tomó el trabajó de practicar y transitar los senderos que ellos trazan. El público y libre intercambio de las ideas que garantiza una sociedad abierta a la discusión y escéptica frente a las sociedades secretas y las verdades reveladas que permanecen indiscutibles, la crítica rotunda a las posiciones ventajosas o privilegios...

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