Los oficios del comunicador - Núm. 2-2005, Enero 2005 - Revista Co-herencia - Libros y Revistas - VLEX 76949333

Los oficios del comunicador

AutorJesús Martín-Barbero
CargoDoctor en Filosofía de la Universidad de Lovaina y posdoctorado en Antropología y Semiótica en Paris jemartin@cable.net.co
Páginas116-143

Doctor en Filosofía de la Universidad de Lovaina y posdoctorado en Antropología y Semiótica en Paris. Ha sido profesor visitante de la Cátedra UNESCO de Comunicación, en las Universidades de Puerto Rico, Autónoma de Barcelona, Sao Paulo y en la Escuela Nacional de Antropología de México. Fundó el Departamento de Comunicación de la Universidad del Valle, Colombia.

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Debemos realizar un acto de violencia: obligar a que el mundo tome en consideración cuestiones de las que ha sido inconsciente y rechazar o evitar que esta inconsciencia del mundo haga de él algo distante e incomunicado para nosotros. El intento de comunicar contravendrá su propósito. En este proceso de conversión f orzada reproduciremos la esperanza de la comunicación más remota.

Zigmun Bauman

Introducción

Lo que sigue es un ensayo cruzado con un manifiesto.1 Hablo de ensayo en su acepción teatral, aquella en que ensayar equivale a una previa puesta en escena de los gestos y los tonos, las figuras, posiciones y acciones de una obra cuyo libreto se halla escrito pero debe convertirse en representación visible y audible. Manifiesto es aquel tipo de texto en el que se dibujan con libertad y radicalidad los trazos de un proyecto político y/o cultural. Los Page 117 oficios del comunicador es además un texto en su más fuerte sentido, ya que se halla tejido con fragmentos de textos escritos y publicados a lo largo de muchos años, pero juntos aquí por primera vez, y reescritos en su conjunto para hacernos cargo de las preocupaciones actuales. El proyecto que moviliza esta reflexión es el que lleva del comunicador-intermediario -voz de su amo, ilusionista que cree poder hacer comunicar a los que mandan con los que sufren sus abusos, o a los creadores y los consumidores, sin que en esas relaciones de poder nada cambie; iluso que se cree que comunicando a las gentes puede ahuyentar los conflictos y que todo siga igual- al comunicador-mediador, que es aquel otro que asume como base de su acción las asimetrías, las desigualdades sociales y culturales, que tensionan/desgarran toda comunicación, y entiende su oficio como el trabajo y la lucha por una sociedad en la que comunicar equivalga a poner en común, o sea a entrar a participar y ser actores en la construcción de una sociedad democrática.

No puede resultar extraño que, desconcertados por la vastedad y gravedad de los problemas que hoy entrañan los procesos y medios de comunicación, y tironeados por la multiplicidad de figuras que hoy suscita su ejercicio -desde los magos de la publicidad y las vedettes de telenovela hasta los animadores de los superprogramas, pasando por los periodistas estrella y los expertos en efectos especiales de audio o de video- muchos aspirantes a comunicadores se sientan perdidos, confundidos, apáticos ante la reflexión y tentados de dejarse seducir por lo que más brilla: las fascinantes proezas de la tecnología prometiendo el reencantamiento de nuestras desencantadas y desazonadas vidas. Y, ¿qué estamos haciendo los responsables de su formación por salir al camino de esas confusiones, desazones y fascinaciones? Que nadie espere recetas. En lo que sigue, más que puntuales respuestas, lo que se encontrará es un dibujo de los contornos de la situación y el esbozo de algunas pistas.

1. La inapelable pero ambigua centralidad de la comunicación en la sociedad actual

En nuestras sociedades experimentamos cada día con más fuerza que los logros y fracasos de los pueblos en lucha por defender y renovar su identidad y autonomía se hallan ligados a las dinámicas y bloqueos en la comunicación. Pero decir comunicación es hablar de procesos cargados de sentidos profundamente antagónicos. Pues, de un lado, la comunicación significa hoy el espacio de punta de la modernización, el motor mismo de la renovación industrial y las transformaciones culturales que nos hacen contemporáneos del futuro, ya que, asociada al desarrollo de las tecnologías de información, la comunicación nos proporciona la posibilidad de alcanzar al fin el tren de la definitiva modernización industrial, de la eficacia administrativa, de las Page 118 innovaciones educativas y hasta del avance democrático que entrañarían las virtualidades descentralizadoras de la informática. Pero, de otro lado, la comunicación es también hoy sinónimo de lo que nos manipula y engaña, de lo que nos desfigura políticamente como país y de lo que nos destruye culturalmente como pueblos. Asociada a la masificación que hacen los medios, la comunicación sigue significando para buena parte de la izquierda la punta de lanza del imperialismo y la desnacionalización, y para la derecha la expresión más visible de la decadencia cultural y la disolución moral. Desde ambas percepciones la comunicación aparece como un espacio catalizador de grandes esperanzas y temores, de ahí que se haya convertido en el escenario de las convergencias más extrañas y de las complicidades más cínicas. Entre los que se proclaman defensores de los derechos colectivos y los mercenarios de los intereses más privados -como es constatable cada vez que se intenta sacar adelante en nuestras instituciones legislativas unas mínimas políticas de comunicación realmente democráticas-, o entre los más aguerridos críticos de la manipulación y la alienación ideológica, a nombre de los intereses de las mayorías, y los defensores del elitismo y el paternalismo más rancio, como es comprobable cada vez que se reabre el debate sobre el sentido y el alcance de unas políticas culturales realmente públicas. Los gestos y los gritos de la retórica nacionalista, que satura los discursos contra la invasión de lo extranjero en los medios masi- vos, resultan con frecuencia bien rentables para empresas "nacionales" de la industria cultural, a las que la mediocridad de sus producciones, o una mala administración, han llevado a la crisis. Así mismo, las posiciones de indiferencia o de rechazo de la elite intelectual a tomar en serio las transformaciones culturales que se producen desde los medios masivos, encubren una obstinada y útil idea de cultura con la que legitiman el derecho a decidir lo que es cultura. La distancia que en el mundo desarrollado ha mantenido gran parte de la intelectualidad frente a las industrias culturales, se ha convertido con frecuencia en nuestros países, periféricos y dependientes, en una esquizofrenia que resulta de responder al imperialismo norteamericano con un complejo cultural de europeos, que se expresa en un extrañamiento profundo de los mestizajes y las dinámicas culturales que viven las mayorías de nuestros países. La parte que le corresponde a la dinámica y a la lógica de las comunicaciones masivas en la conformación de los nuevos modos en que experimentamos lo nacional o lo latinoamericano, es cada vez mayor. Pues en los medios de comunicación no sólo se reproduce una ideología, también se hace y se rehace la cultura de las mayorías, no sólo se consagran formatos sino que se recrean géneros en cuya trama narrativa, escenográfica y gestual trabajan bien mezclados el imaginario mercantil y la memoria cultural. Page 119

De otro lado, nos encontramos envueltos por un ambiente de intereses que, combinando descaradamente el más grande optimismo tecnológico con el más radical pesimismo político, convierte el poder de los medios en la omnipresencia mediadora del mercado. Pervirtiendo el sentido de las demandas políticas y culturales, que encuentran de algún modo expresión en los medios, se deslegitima cualquier cuestionamiento de un orden social al que sólo el mercado y las tecnologías permitirían darse forma. Interesado ambiente que nos sumerge en una creciente oleada de fatalismo tecnológico, frente al cual resulta más necesario que nunca plantearse la pregunta sobre cómo asumir el espesor social y perceptivo que hoy revisten las tecnologías comunicacionales -sus modos transversales de presencia en la cotidianidad desde el trabajo al juego, sus espesas formas de mediación, tanto del conocimiento como de la política- sin ceder al realismo de lo inevitable que produce la fascinación tecnológica, y sin dejarse atrapar en la complicidad discursiva que enlaza la modernización neoliberal -que proclama al mercado como único principio organizador de la sociedad en su conjunto- con el saber tecno-lógico, según el cual, agotado el motor de la lucha de clases, la historia habría encontrado su recambio en los avatares de la información y la comunicación.

La centralidad indudable que hoy ocupan los medios en nuestras sociedades resulta desproporcionada y paradójica en países -como los nuestros- con necesidades básicas insatisfechas en el orden de la educación o la salud, y en los que el crecimiento de la desigualdad atomiza nuestras sociedades deteriorando los dispositivos de comunicación; esto es cohesión política y cultural. Y, «desgastadas las representaciones simbólicas -afirma el politólogo chileno Norbert Lechner-, no logramos hacernos una imagen del país que queremos, y por ende, Page 120 la política no logra fijar el rumbo de los cambios en marcha». De ahí que nuestras gentes puedan con cierta facilidad asimilar las imágenes de la modernización y no pocos de los cambios tecnológicos, pero sólo muy lenta y dolorosamente pueden recomponer sus sistemas de valores, de normas éticas y virtudes cívicas.

Todo lo cual nos está exigiendo pensar...

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