Recordar para olvidar la desigualdad de género - Núm. 31, Diciembre 2013 - Revista de Derecho Público - Libros y Revistas - VLEX 514189910

Recordar para olvidar la desigualdad de género

AutorMarta Grau
CargoLicenciada en Periodismo (Universitat Autònoma de Barcelona) y en Humanidades, Máster Internacional en Resolución de Conflictos (Universitat Oberta de Catalunya)
Páginas2-23

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Introducción

En su andar decidido hacia la firma de acuerdos de paz, Colombia está dando relevancia a la memoria. Incluso, en medio de una guerra que todavía no cesa, viene realizando esfuerzos para elaborar y divulgar una narrativa sobre el conflicto armado que identifique los motivos del surgimiento y la evolución de los grupos armados ilegales. Así se define la razón de ser del Grupo de Memoria Histórica (gmh), que surge en el marco de la Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (cnrr), creada en 2005 por la Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005). Si bien la cnrr se extingue en 2011, esta primera apuesta por la memoria, lejos de quedar atrás, recibe un fuerte espaldarazo con la Ley de Víctimas y Restitución de Tierras (Ley 1448 de 2011). Esta norma crea el Centro de Memoria Histórica1, que asume el gmh y continúa y consolida la línea de trabajo iniciada.

En los primeros años, el Grupo apuesta por hacer memoria a partir de casos emblemáticos. En este artículo me planteo precisamente analizar algunos de estos casos, seleccionados a partir de un criterio temporal —uno por año desde el inicio del mandato del Grupo— y que en la parte II (análisis) se identificarán con el nombre del lugar que recoge cada publicación, entre paréntesis, así: Trujillo. Una tragedia que no cesa, 2008 (Trujillo); El Salado. Esa guerra no era nuestra, 2009 (Salado); La Rochela. Memorias de un crimen contra la justicia, 2010 (Rochela); Mujeres que hacen historia. Tierra, cuerpo y política en el Caribe colombiano, 2011 (Caribe) y El Placer. Mujeres, coca y guerra en el Bajo Putumayo, 2012 (Placer). Esta decisión puede añadir a las conclusiones algún elemento de evolución respecto a la forma como se narran las relaciones de género. Sin embargo, reconozco que se trata de una selección aleatoria que puede suponer un riesgo para la generalización de hallazgos. En cualquier caso, mi objetivo no es hacer un re-paso exhaustivo de toda la producción existente para dilucidar si el Grupo incorpora la perspectiva de género. Lo que pretendo es, a través de algunos ejemplos, percibir la forma como se dibujan las feminidades y masculinidades y su interacción en los discursos para preguntarme por el potencial transformador de la memoria en las relaciones de género en Colombia.

En este sentido, teniendo en cuenta que los discursos expresan significados y reproducen relaciones de poder, generan representaciones con visiones e imaginarios que terminan por tener incidencia en la realidad social y que, además, es a través del lenguaje que se construye la identidad de género (Scott, 1996), el método de investigación que consideré más adecuado para esta investigación es el conocido como acd: análisis crítico del discurso (van Dijk, 1999). Normalmente, el acd se ocupa de los discursos producidos por los grupos dominantes que son quienes tienen acceso a la manipulación y uso de estructuras de dominación. Sin embargo, en el presente trabajo planteo usar este método para los discursos de la memoria que preten-

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den, justamente, dar el poder de la producción de discursos a los/as tradicionalmente silenciados/as. A partir de ahí, lo que me interesa preguntar es: ¿visibilizar la desigualdad de género a través del discurso al igual que las iniciativas de resistencia a la dominación podría llevar a transgredir la tendencia que se le ha otorgado al texto en la perpetuación/legitimación de la injusticia? y por lo tanto, ¿se podría encontrar en los enunciados construidos por la memoria un mecanismo de acción política para transformar positivamente las relaciones de género?

Con la intención de buscar respuestas a estos interrogantes proyecto el análisis a partir de las siguientes categorías: transversalidad de género; interseccionalidad o múltiple discriminación; representación de la mujer/hombre como víctima, violento/a, pacífico/a; cambio de roles en la guerra y papel de la memoria en las relaciones de género.

Cabe señalar que este trabajo forma parte de un proyecto de investigación más ambicioso en el que pretendo analizar las relaciones de poder generizadas que entraña el discurso de la memoria en Colombia, su intencionalidad y su potencial incidencia en la conformación de los arreglos que existirán en el nuevo mañana que se está empezando a construir.

I Colombia y la memoria
A La memoria persigue un futuro diferente

La memoria histórica vuelve al pasado para permitir la construcción de un mejor futuro. En esa medida tal vez sea uno de los mecanismos más trascendentes de la llamada justicia transicional en el camino hacia la paz o la democracia.

Para las víctimas y la sociedad victimizada por un conflicto o una dictadura, la memoria forma parte del proceso necesario de recuperación. Las víctimas necesitan saber no solo qué pasó, sino también el porqué, así como conocer el paradero de sus muertos para poder empezar a superar su pérdida. Igualmente, las sociedades victimizadas, con un capital humano y un tejido social resquebrajados por la violencia, precisan conocer el pasado, que se esclarezcan los hechos de forma pública para procesar un duelo colectivo que parta del reconocimiento del sufrimiento de las víctimas y de la asunción de responsabilidades. Como señala Jelin (2001), los actores que luchan por definir y nombrar lo que ocurrió durante guerras o dictaduras, así como los que pretenden honrar y homenajear a las víctimas e identificar los/as responsables, visualizan su accionar como si fueran pasos necesarios para ayudar a que los horrores del pasado no se vuelvan a repetir.

La memoria tiene relevancia en la búsqueda de la no repetición, en la medida que puede contribuir al cambio cultural que requiere toda

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transición: conocer el pasado y horrorizarse con él puede provocar un sentimiento colectivo de rechazo a la violencia. La construcción de la memoria abre la puerta a la elaboración de una narrativa que permita la reescritura colectiva del pasado y las atrocidades que contiene, que elimine identidades y mitos violentos y facilite la recuperación o definición de nuevos mitos aptos para la coexistencia y la convivencia. Ofrece la oportunidad de contribuir a la formación de una nueva nación, una nueva comunidad o una nueva identidad étnica (Benavides, 2011). Permite identificar un compromiso nuevo entre el pasado y el presente (Jelin, 2001) donde el futuro sea más justo, estable y democrático (Bickford, 2007).

Por otro lado, la memoria ofrece información importante sobre la definición de los actores, las motivaciones, los marcos culturales y estructurales, así como los impactos y los costos de la violencia, y ello debería servir para aumentar la capacidad institucional y social en la adopción de medidas más acertadas para la prevención de las violencias, para contribuir a detenerlas y para evitar que estas se perpetúen.

B El poder en la memoria

La memoria no es ajena al poder y a las relaciones de superioridad o subordinación que este imprime. Depende de cómo hayan sido las condiciones de los acuerdos de paz o de transición a la democracia, y de las relaciones de poder que puedan permanecer después de estas. Los procesos de construcción de memoria pueden ser utilizados con beneficios partidistas quedando así desvirtuados y obteniendo resultados perversos. El lado vencedor puede usar la memoria para reescribir la historia en su favor y borrar de ella el lado vencido. También puede manipular los imaginarios y presentar a la parte vencida como victimaria para justificar las violaciones a los derechos humanos como actos de legítima defensa. Estos mecanismos pueden convertirse en instrumentos de nueva violencia simbólica que reproducen el ocultamiento y la opresión (Benavides, 2011).

Los procesos de memoria sufren, como el resto de mecanismos de justicia transicional, la tendencia dominante de ser promovidos por los centros de poder, en muchos casos por la cúpula de los gobiernos, y en ocasiones terminan por privilegiar un enfoque nacional centralizado y vertical marginando las perspectivas locales y rurales, las visiones diversas y plurales que puedan existir en la sociedad e incluso las experiencias de las propias víctimas. Para Guzmán y Uprimny (2010, p. 10) esta inclinación puede tener una explicación razonable: “las sociedades en transición usualmente atraviesan por rupturas institucionales y societarias de tal entidad que la única posibilidad de lograr una transformación rápida es a través de medidas centralizadas, con fuerte respaldo político y con grandes recursos económicos”. Señalan que para garantizar que los esfuerzos de transición fueran alcanzados en una sociedad con estructuras democráticas débiles, se ha tendido a fortalecer la acción pública unificada, centralizada y con pretensiones de universalidad. Sin embargo, la adopción de esta opción, como señalan estos autores, presenta serias debilidades.

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Es fácil deducir que en los casos en que el Estado fue uno de los principales perpetradores de violaciones a los derechos humanos y donde no se han dado transformaciones profundas en las relaciones de poder en su interior, el Ejecutivo tenderá a responder de forma más bien limitada a las demandas de verdad y reconstrucción de los hechos del pasado. Es en las borraduras y olvidos a las que se refiere Jelin (2001) donde se dan actos políticos voluntarios de destrucción de pruebas y huellas con el fin de promover olvidos selectivos.

Las élites juegan también un papel relevante en los procesos de transición, y en ocasiones se ha privilegiado su atención en detrimento del resto de la población, cosa que perjudica el fortalecimiento de la democracia. Es decir, la justicia transicional...

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