Reformar o abolir el sistema penal: ¿cómo? - Primera parte. Algunas preguntas centrales del abolicionismo penal - ¿Reformar o abolir el sistema penal? - Libros y Revistas - VLEX 857250523

Reformar o abolir el sistema penal: ¿cómo?

AutorJulio González Zapata
Cargo del AutorProfesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, UdeA, calle 70 n.° 52-21, Medellín (Colombia)
Páginas57-78
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REFORMAR O ABOLIR
EL SISTEMA PENAL: ¿CÓMO?*
Julio González Zapata**
El cómo del título de este artículo me ha despertado ciertas du-
das. Dudé si el cómo debería estar entre signos de interrogación
o de admiración. Haberlo colocado entre signos de admiración
seguramente evocaría la imagen de quienes consideran que el
sistema penal es algo natural, sin el cual es impensable cual-
quier sociedad, y reproduce la respuesta, casi siempre irritada,
de quienes consideran que hablar de la abolición del sistema
penal es asunto de lunáticos.
* Este artículo es el resultado de la labor de investigación realizada en el Semi-
llero de Política Criminal y Derecho Penal de la Facultad de Derecho y Cien-
cias Políticas de la Universidad de Antioquia durante 2010-2011. Asimismo,
fue presentado por primera vez en las Jornadas sobre derecho penitenciario:
Reformar o abolir, celebradas en esta misma universidad los días 23 y 24 de
noviembre de 2012.
** Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de
Antioquia, UdeA, calle 70 n.° 52-21, Medellín (Colombia).
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jul io g onz ále z za pata
Colocar el cómo entre signos de interrogación ofrece una
mayor apertura. Puede evocar la petición de un procedimiento
para hacerlo, pero, sobre todo, exige que se acumulen argu-
mentos que demuestren que la pregunta, si bien puede resultar
un poco utópica, no es impertinente.
Este escrito se refiere, en todo caso, a los ecos ya lejanos e
irrecuperables de la década de 1960, años de locura sin término,
de la imaginación al poder, de las drogas como acompañantes
cotidianos, de sexo sin condones y sin sida, y que anunciaban
también el fin de los manicomios, las escuelas, los hospitales,
las fábricas, y tantas otras instituciones que, por paradójico que
parezca, hoy están llenas de buena salud, como el derecho penal.
Eran los tiempos en los que se afirmaba con toda convic-
ción que los hospitales no curan, las escuelas no enseñan, los
manicomios no alivian y las cárceles no rehabilitan, ni sociali-
zan, ni reinsertan, en fin, que todas estas instituciones totales
y, particularmente, las cárceles, son incapaces de cumplir las
funciones que se les atribuyen, y tal vez como signo de los
tiempos de ahora, cuando todavía se siguen mencionando co-
mo principios rectores en los códigos penales, se discuten en
los textos académicos y hasta se diseñan enormes programas
para hacerlas viables.
Hoy, cuando algunos alumnos me preguntan si soy abolicio-
nista, siento el mismo escozor que sentía cuando de adolescente
alguno de los mayores me inquiría por las actividades sexuales.
Este interrogante cada vez me parece un tiro a quemarropa y
rara vez doy respuestas que puedan satisfacer a mis interlocu-
tores. Tengo que admitir que si esa pregunta me la hubieran
hecho hace algunos años, no tendría ninguna duda sobre mi
respuesta. Porque sé de la importancia de ella, he desempolvado
viejas lecturas para aproximarme a una respuesta.
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