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Sabemos lo que es cuando no nos preguntas: nacionalismo como racismo

AutorPeter Fitzpatrick
Cargo del AutorAniversary Professor de Derecho en la Universidad de Londres, Birbeck College (Reino Unido) y profesor emérito de la Universidad de Kent
Páginas105-144
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“SABEMOS LO QUE ES CUANDO
NO NOS PREGUNTAS”:
NACIONALISMO COMO RACISMO4
INTRODUCCIÓN
De manera algo obstinada comenzaré por referirme a la impo-
sibilidad de la nación. Abundan las explicaciones que tratan su
configuración esquiva e intratabilidad. La observación de su ca-
rácter puramente imaginado o inventado parece confirmarse en
los constantes intentos fallidos por descubrir lo que tangible-
mente intenta ser, o lo que tangiblemente puede originarla. Re-
nan lo expresó en su aclamada conferencia de 1882, ¿Qué es una
nación?: “[...] el hombre nacional no es esclavo de su raza, ni de
su lengua, ni de su religión, ni del curso del cauce de sus ríos, ni
de la dirección que toman las cordilleras” (Renan, 1990, p. 20).
Posteriormente, Hobsbawm describiría el resurgimiento del na-
cionalismo en los años ochenta de la siguiente manera:
La mayoría de esta literatura ha girado en torno a la pregunta:
¿Qué es una (o la) nación? Porque la característica principal de
esta forma de clasificar a los grupos de seres humanos es que, a
4 Traducción de María Carolina Olarte Olarte y Gustavo José Rojas Páez.
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pesar de que quienes pertenecen a ella afirman que la misma es en
cierto modo fundamental para la existencia social de sus miembros
o incluso para su identificación individual, no es posible entrever
ningún criterio satisfactorio que permita decidir cuál de las nume-
rosas colectividades humanas debería ser calificada de esta manera.
(Hobsbawm, 1992a, p. 5)
Incluso cuando logra una independencia expresiva, la nación
parece estar predestinada a permanecer atada misteriosamente al
criterio —lengua común, territorio, historia común, etc.— que
precisamente fracasó en el intento por definirla y determinarla de
forma definitiva (Hobsbawm, 1992a, p. 11). La solidez concep-
tual de la nación se contamina también por sus variaciones radi-
cales así como por su inconstancia. Las “situaciones históricas”
que dan origen a las naciones son, según Balibar, “antitéticas”
(Balibar, 1991, p. 45). Distintas naciones emergen en situaciones
diferentes; incluso después de haber sido originadas, las naciones
retienen su carácter evasivo: “la identidad nacional, y lo que se
cree que la misma implica, puede cambiar con el pasar del tiem-
po, incluso en periodos muy cortos” (Hobsbawm, 1992a, p. 11).
Sin embargo, con toda su mutabilidad, es necesario hacernos
el siguiente cuestionamiento: “¿Cómo es posible que la nación
parezca ser tan inmutable?” (Taussig, 1993, p. xvi). Tanto la po-
tencia de la nación, como su enorme búsqueda existencial conti-
núan latentes hoy en día, a pesar de la persistente preocupación
académica por explicarla. Este interés en muchas ocasiones suele
terminar en una macabra mezcla de exasperación y metáforas.
En la introducción a un estudio reciente sobre nacionalismos
se concluye que: “nos guste o no, vivimos en un mundo en el que
la dimensión nacional de la historia nos persigue por caminos
de los que, nos estamos dando cuenta, no existe una escapatoria
fácil” (Teich y Porter, 1993, p. xix). Otro estudio comienza resal-
tando el “carácter internacional” de los “impetuosos problemas
de nuestra era” y la necesidad de resolverlos a ese nivel y “en con-
traposición a una oleada espectacular de nacionalismo […] que
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nace en Europa y que se intensifica a escala mundial, intentando
sumergirlo todo a su paso” (Löwy, 1993, p. 125).
En términos que recientemente han ganado popularidad,
Smith dice que los poderosos “signos y explicaciones” ontoló-
gicos de la nación:
[…] tienen capacidades para generar emoción de generación en
generación; tienen un poder explosivo que va más allá de los usos
“racionales”, considerados como los apropiados por las élites y los
científicos sociales. Evocar un heroico pasado es como jugar con
fuego, tal y como pueden dar cuenta las historias de tantas etnias y
naciones atascadas en conflictos hoy en día. Los fuegos provocados
por estos pasados míticos continúan ardiendo por varias generacio-
nes, mucho después de los eventos que por primera vez estimularon
su inserción. (Smith, 1986, p. 201)
La nación parece incapaz de sostenerse con independencia de
los atributos que precisamente fallan en demarcarla de manera
definitiva. La nación, contenida en los precedentes míticos que
supuestamente corresponden a su equivalente en el pasado, pare-
ce resistirse a cualquier otro tipo de interpretación proveniente de
nuevos referentes. Aun así, la nación logra retener una presencia
poderosa. Es por ello que al referirnos a la nación es posible decir
que “Sabemos lo que es cuando no nos preguntan, pero [cuando
se nos pregunta], no somos capaces de explicarlo ni de definir-
lo rápidamente” (Bagehot, citado en Hobsbawm, 1992a, p. 1).
Para lograr identificar aquello que la invención de una nación
implica, como paso inicial procederé a analizar brevemente tres
prestigiosos intentos de definición del concepto de nación. Los
trabajos de Antony Smith, Ernest Gellner y Benedict Anderson
constituyen, de alguna manera, una base analítica de la renaciente
literatura sobre el tema del nacionalismo en nuestros días. Al con-
trastar las ideas de estos autores espero por lo menos demarcar las
características ambivalentes de la nación. Estas características son
propuestas con base en mi introducción a este volumen y a otros
escritos mucho más elaborados de mi obra, en los cuales señalo

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