Tensiones no resueltas: totalidad y singularidad en el siglo XX - Los dispositivos anímicos y simbólicos del totalitarismo - Totalitarismo y paranoia. Lecturas de nuestra situación cultural - Libros y Revistas - VLEX 851269472

Tensiones no resueltas: totalidad y singularidad en el siglo XX

AutorJuan Pablo Garavito
Páginas145-173
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Tensiones no resuelTas: ToTalidad y
singularida d en el siglo xx
Juan Pablo Garavito
A comienzos del siglo XX, Georg Simmel describió la tensión irreso-
luta entre la vida individual y afectiva y l a racionalidad imperante en
las condiciones de la moderna ciudad. Años más tarde, Heidegger,
en un famoso pasaje de Ser y tiempo, no olvidará las lecciones de
Simmel, elevando sus descripciones a un nivel ontológico y colocán-
dolas con el nombre del “uno” (das Man), entendido como el quién
del Dasein en su cotidianidad en conicto con el sí mismo propio
(auténtico). Estos dos textos precursores servirán en el presente es-
crito para introducir el marco que hace posible pensar la tensión
continua entre individuo y totalidad, que durante el siglo XX adquiere
diversos nombres, capital, razón, libre comercio, libertad, algoritmo,
inteligencia articial, etc., y que siguen marcando a nuestro tiempo
dentro de una lógica de la totalidad. Lo que llamamos totalitarismo
es, por tanto, la exacerbación de la tensión entre totalidad y singula-
ridad en el momento mismo de su supuesta disolución. Totalitaris-
mo adquiere para nosotros un carácter existencial antes que político,
o dicho de otro modo, es a partir de su carácter existencial que el
totalitarismo puede devenir un fenómeno político.
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Cada vez que releo el ensayo de Simmel, “Las grandes urbes y la vida
del espíritu” (1986) (y lo releo con frecuencia, por motivos profesionales
y personales), descubro alguna razón adicional para considerar que, en
esas pocas pá ginas en el albor del siglo XX, Simmel puso al pensamiento
en camino de descubrir lo que sería el conicto fundamental de nues-
tra época: la distancia entre la espacialidad y la temporalidad propia de
nuestra era tecnológica, la estanda rización de los ritmos, las valoraciones
abstractas y los espacios propiamente contemporáneos y el individuo,
por su parte, sometido a cargar con una vida nerviosa que, comparada
con la velocidad actual de los estímulos, aparece pobre y desadaptada.
Es como si durante el siglo XX hubiéramos dejado de poder existir “en”
el mundo y estuviéramos ahora condenados a quedarnos atrás, siempre
respirando más y más agitadamente hasta el límite del cansancio y, sin
embargo, repitiendo la carrera de la tortuga y la liebre, en donde noso-
tros, liebres desenfrenadas, no podremos competir con la regularidad,
impasibilidad e indiferencia de la tortuga. E l mundo, o lo que hoy queda
de él, un conjunto de declaraciones mediadas por aparatos, puras imá-
genes conceptuales como diría Flusser (1990, 24), nos muestra apenas
su parte trasera, y su c abeza, oculta para nosotros, se dirige hacia la met a
anónima. El tono aún optimista de Simmel (un optimismo gris y más
aullado que argumentado si se quiere, pero optimismo al n y a l cabo)
ha quedado atrás, en medio de la descona nza frente a lo que nos espera,
de la distopía que ha reemplazado a los sueños utópicos de la moderni-
dad, los cuadros oscuros de un futuro dominado por la duda acerca de
nuestra identidad o de nuestro puesto en el cosmos. Frente a la pregunta
¿animales o máquinas?, lo mejor es tomar la vía media del cíborg, de
nuevo tratando de alcanzar la tortuga inconmovible para no renunciar
a salvar lo poco de “humanidad” que aún es posible concebir en medio
de los anuncios de su próxima desaparición: las masas de sempleadas que
luchan por sobrevivir, mientras una concentración sin precedentes de
riqueza hace que solo para unos pocos la car rera continúe, no en sueños
de libertad absoluta, solo un ingenuo podría creer esto todavía, sino en
medio de una lucha por conquistar el rendimiento1 último y nal.
1 Sobre el rendimiento y el c ansancio en la socied ad actual, véase H an (2012).

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