La tercera muerte de la modernidad - El derecho colombiano y la apertura en los debates sociales contemporáneos - Libros y Revistas - VLEX 950961868

La tercera muerte de la modernidad

AutorJuan Guillermo Durán Mantilla
Páginas117-157
E
La tercera muerte
de la modernidad
JUAN GUI LL ER MO DUR ÁN MAN TI LL A
Introducción
l presente trabajo intenta demostrar una tercera muerte de la
modernidad, después de una primera muerte con el existencialismo
filosófico de Kierkegaard, a mediados del siglo XIX, que puso en jaque al
racionalismo característico de aquella época, y de una segunda con la
terminación de la Segunda Guerra Mundial, con el fin del dogma moderno
del progreso ilimitado que lo contradecía.
La tercera muerte es a raíz de la caída del marxismo comunista, luego
de los derrumbes de la URSS (primer Estado comunista marxista), de la
Cortina de Hierro (países satélites de la URSS), de la transformación de la
China comunista en una China capitalista (contrariando así la doctrina
original marxista del repudio a la propiedad privada y a la libre asociación),
de la existencia parasitaria y sin relieve de la Cuba castrista protegida de la
URSS, y, finalmente, del desastre doctrinal y humanitario del socialismo del
siglo XXI con Maduro en Venezuela, así este no sea, para algunos, un
marxista comunista, sino tan solo un retórico del marxismo comunista
aunque a juicio del autor con políticas y prácticas marxistas-leninistas—,
pero que en todo caso tiene el apoyo más o menos velado de cómplices
marxistas-comunistas.
El marxismo comunista ha caído en bloque desde finales del siglo X X,
en cosa de tres décadas con el punto final del castrochavomadurismo. Sus
resultados nefastos están a la vista.
De esta manera, la modernidad ha llegado a su fin de un modo
desastroso sin igual, en cuanto al marxismo comunista, llamado a
marchitarse definitivamente. En últimas, por sus pésimos resultados en el
ámbito de los derechos fundamentales y universales de la persona humana
en el mundo.
La modernidad, pinceladas,
antropocentrismo
Existe una historia “oficial”, estándar, aceptada de la modernidad.
Posee una serie de hechos y características, pero no es el caso hacer
un mapa o una descripción exhaustiva de ella, dado que no es el objetivo
directo de este trabajo. Podrían, sin embargo, mencionarse algunos notorios
y nos son suficientes, sabiendo que si hablo de una tercera muerte de la
modernidad, algo básico debe decirse.
Se habla de modernidad para contraponerla a la Edad Media,
inmediatamente anterior, catalogada injustamente como oscura, plana, tal
como lo afirma Augusto Hernández Becerra (1997):
Los historiadores del siglo XV II , influidos por su espíritu renacentista de los siglos
anteriores, que se ufanaban de haber redescubierto las obras de los grandes escritores y
artistas de la antigüedad griega y romana, convinieron en que los diez siglos precedentes a
ese Renacimiento habían sido tiempos oscuros y de barbarie. Y así, para denominar ese
lapso intermedio e inerte entre dos grandes épocas, la antigua, creadora de la civilización, y
la moderna, restauradora de aquella civilización antigua, adoptó con intención peyorativa la
expresión Edad Media. Ocurre sin embargo, que no todo es oscuridad en el Medioevo,
como no todo son luces en la modernidad. (p. 128)
La modernidad sería entonces, para dicha postura, renacentista, una
novedad, aunque paradójicamente con vuelta al pasado grecorromano, que
arroja luces para su propio presente y futuro, con un progreso ilimitado.
Debe decirse, no obstante, que existen posiciones contrarias a dicha
visión negativa de la Edad Media —además de la de Hernández Becerra—,
sosteniendo que esta tuvo inmensas positivilidades. Así, por ejemplo,
Ernesto Sábato (2000), que la defiende como época de grandes inventos
tales como el reloj, la catedral, la pólvora, la brújula, la imprenta (pp. 19 y
SS .), o Ernest Gombrich (2001), que define la época medieval desde un
punto de vista metafísico:
No se trataba de una noche cerrada, sino de una noche estrellada, pues por encima de toda
aquella oscuridad y de la inquietante incertidumbre que provocaba en las personas el temor
a magos y brujas, al demonio y a los espíritus malignos, como niños en un lugar sin luz,
sobre todo brillaba, no obstante, el cielo estrellado de la nueva fe que les indicaba un
camino […] Una cosa sabían con certeza: que todos los seres humanos han recibido su
alma de Dios, que todos son iguales ante Él, el pordiosero lo mismo que el rey, y que, por
tanto, no debía haber esclavos a quienes se tratara como objetos. (p. 134)
La modernidad arrancó con el descubrimiento europeo del mundo
americano a finales del siglo XV , generando con este una ampliación del
horizonte terráqueo, religioso y comercial del imperio español. Se
caracterizó por la aparición de un arte, sobre todo italiano, llamado
renacentista, donde en escultura y pintura predominó la imagen del hombre
por encima de la imagen religiosa, entreviéndose con claridad un
antropocentrismo artístico; también en literatura, donde existió una
caricaturización del ideal caballeresco medieval, con el libro Don Quijote
de la Mancha de Cervantes Saavedra.
En política, se manifestó con la obra de Maquiavelo, El príncipe, en la
que, lejos de los “espejos de los príncipes” —característicos de la época
medieval, en los cuales se invitaba al príncipe a gobernar, según parámetros
cristianos, tales como la justicia, el bien común, la limitación del poder, etc.
—, describe las prácticas y perspectivas del gobierno civil a través de
espejos crudos, inmorales, estatistas: el fin justifica los medios, el poder por
el poder cada vez más concentrado e ilimitado, originando el absolutismo
político monarquista (antropocentrismo político).
En el terreno religioso comenzó con Lutero; sus tesis pronto se
extenderían a una tercera parte de Europa, bajo el prisma de la libre
interpretación de las Escrituras por parte de cada creyente y no bajo la
dirección del magisterio eclesiástico, denotándose allí también un claro
antropocentrismo.
La modernidad en filosofía se inauguró con Descartes y su dogma,
“pienso luego existo”, fundador del racionalismo, con el que da pie a que
ser real dependa del pensar subjetivo. Hasta entonces la filosofía había sido

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