Los alumnos y los cursos del conflicto - Los saberes de la guerra. Memoria y conocimiento intergeneracional del conflicto en Colombia - Libros y Revistas - VLEX 857331712

Los alumnos y los cursos del conflicto

AutorAriel Sánchez Meertens
Cargo del AutorAntropólogo de Universidad Nacional de Colombia con maestría en Estudios de Conflicto y Derechos Humanos en la Universidad de Utrecht (Países Bajos) y doctorado en Antropología de la misma universidad
Páginas177-236
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CAPÍTULO 4. LOS ALUMNOS Y LOS CURSOS
DEL CONFLICTO
It’s by placing personal and collective memories at
the same discursive plain that history is instilled with
emotion and the Self is nationalised.
(Jackie Feldman)
Para un joven tikuna en el Amazonas, el conflicto armado colom-
biano es comparable con una película de terror. Esa cinta empezaría
a rodar según cuenta un estudiante arhuaco en el año 500, cuando
“un pueblo llamado Marquetalia, en el país Ibagué […] no tenía
luz, carreteras, puesto de salud ni escuela, así que estas personas
empezaron a exigir que les apoyara el Gobierno […]. Pero como
no ayudaron nada, allí comenzó el conflicto armado”. El argumento
lo complejiza un pupilo en Argelia, pues según él
[...] los ultraderechistas gobiernan la nación con tiranía y rigor mili-
tar, sin tener en cuenta al campesinado y la sociedad en general. Los
izquierdistas o comunistas, [luchan] con ideales fundamentales en el
pueblo, unidos por un solo objetivo, un solo pensamiento —derrocar
el capitalismo e imponer el socialismo dando al pueblo lo que es del
pueblo porque es para el pueblo.
En cambio, para una alumna en San Juan del Cesar, hija de ga-
naderos, su saber de la guerra es distinto. Ella perdió a su abuelo
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Ariel Sánchez Meertens
en el marco del conflicto armado, porque supuestamente “tenía que
pagar un dinero que no era necesario que él pagara, ya que él no
le debía a nadie. Eso que pasó no quiero que le pase a más nadie,
ni que se repita”.1
Las guerras son en buena medida disputas por la memoria,
combatidas incluso desde esas mismas memorias. En efecto, en la
producción de imaginarios violentos no hay mejor recurso para
justificar y sostener un conflicto armado que la representación de
violencias y sufrimientos pasados (Schmidt y Schroeder, 2001).
Pero si bien esos imaginarios se insertan en marcos interpretativos
y cognitivos más amplios, desde los cuales se reproduce la guerra
(Jabri V., 1996, p. 30), también desde ahí se cocinan sus resistencias
y transformaciones.
Por eso, para pensar en las intervenciones en medio de transi-
ciones políticas es fundamental abordar la relación entre memoria
y epistemología, entendida esta última como formas más o menos
estructuradas de saber. En esa relación se entrelazan procesos en-
tre el individuo y el colectivo, a veces con trayectorias opuestas.
Por un lado, están los actos subjetivos del narrar como estrategias
que buscan transformar significados privados en sentidos públicos
(Jackson, 2002, p. 15). Por el otro, están las nacientes epistemologías,
que persiguen la interiorización privada de narrativas oficialmente
sancionadas en diferentes instancias del poder institucional. Es mi
convicción que la ejecución de ciertas operaciones simbólicas en
este circuito narrativo tiene un gran potencial para cambiar radical-
mente los cursos del conflicto (Sánchez Meertens A., 2013, p. 14).
Al contar historias nos apoderamos de la decisión creativa sobre
cómo organizar, valorar y procesar las circunstancias objeto de la
narración. Narrando damos testimonio de la diversidad, ambigüe-
dad e interconectividad de las experiencias (Jackson, 2002). De tal
manera que algunas veces rediseñamos y disputamos las estructu-
ras y relaciones hegemónicas mediante la violencia; pero siempre
y sobre todo las retamos a través de las historias que contamos. La
incorporación subjetiva de las constelaciones de poder y sus resis-
1 Estudiantes de Puerto Nariño, 6 de noviembre de 2015; Santa Marta, 12 de abril
de 2016; Argelia, 22 de septiembre de 2015; San Juan del Cesar, 7 de abril de 2016.
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Los saberes de la guerra
tencias están pues fuertemente mediadas por el narrar (Sánchez
Meertens A., 2013, p. 33).
Sospecho que así también lo entiende Pablo Iván, maestro de
un colegio en San Vicente del Caguán y ahora bibliotecario móvil
para las zonas veredales de transición. El camino que encontró
con sus estudiantes para abordar el conflicto armado que tanto ha
golpeado al Caquetá fueron los cuentos. Primero usaba los relatos
de otros, luego empezó a producir sus propias ficciones; finalmen-
te inició un proceso de construcción narrativa tejida e imaginada
colectivamente con sus alumnos. Hoy dicta talleres de escritura a
sus más recientes pupilos, los excombatientes de las Farc. Ojalá los
relatos que de ahí surjan encuentren también su camino dentro de
las voces constituyentes del nuevo pacto social. Porque la ficción,
aunque suene paradójico, también debe ocupar un lugar importante
en una comisión de la verdad.
En sentido estricto, las que recogemos en este capítulo quizás
no califiquen como historias o narrativas, pero sí son en todo caso
descripciones, memorias, experiencias y opiniones entrelazadas
que permiten explorar una pluralidad de imaginarios que fungen
como portales para un sinnúmero de relatos. Emergen, así, voces
que deben dibujarse sobre todos los pilares de la justicia transicional
y que hacen de la memoria no solo un objeto analítico, sino que la
constituyen en una modalidad de indagación. Al fin y al cabo el tra-
bajo de recolección y las etnografías que lo acompañan se sustentan
en hacer que la gente recuerde (Fabian, 2007, p. 32).
Debe quedar claro, no obstante, que la gente acude a la violencia
no solo para buscarle solución a asuntos materiales, sino también
para reafirmar reclamos sobre la verdad y sobre la historia (Schmidt
y Schroeder, 2001, p. 9). Por lo tanto, los trabajos de la memoria
no son intrínsecamente actos reconciliatorios. Sin embargo, hablar
de los imaginarios violentos, explorar sus variantes, así como sus
contrapartes —los imaginarios de paz— historiza las confrontacio-
nes contemporáneas y permite recalcar que esos tejidos de sentido
solamente son convertidos en actos de violencia física mediante
la acción humana. No son, como tan frecuentemente se pretende,
consecuencia que brota automáticamente de condiciones estructu-
rales como la pobreza o la injusticia. De hecho, los actores sociales

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