Otras anécdotas - Segunda parte - Abogados de esto y de aquello de la abogacía, la literatura y el derecho - Libros y Revistas - VLEX 940463852

Otras anécdotas

Páginas191-226
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OTRAS ANÉCDOTAS
ACUSACIONES A NIMALES35
I
En un pueblecito colombiano, de los muchos que blanquean
escondidos entre la vegetación de las montañas nacionales, el señor
juez munic ipal perdió en días pasados los e stribos y dictó u n auto
que probablemente no se sabrá jamás si lo fue de buen o mal
gobierno, pero que se cumplió estricta, inexorablemente, como
se supone que deben cumplirse todos los fallos de la justicia.
Clavado en el estudio de sus expedientes se hallaba el señor
juez una mañana clara y alegre, antes de que asentara su sopor y
temperatura el conocido sol del trópico, cuando oyó pasos en el
andén próximo a su oficina, pasos de tanta pesadez y lentitud,
que difícilmente podían ser pasos humanos; además por su
repetición y extraño ritmo no podían ser los de una so la persona;
para producirlos serían necesarias dos de fuerte volumen y que
caminaran acompasadamente con suelas de madera. Alzó la
cabeza el grave y canoso funcionario y vio desfilar frente a la puerta
del juzgado una hermosa vaca criolla de ojos rebosantes de
mansedumbre, que tuvieron tiempo para enviarle una mirada
sin expresión particular alguna, antes de que su trascendental
propietaria hiciera lo que hizo, cediendo a quien sabe qué mandatos
fisiológicos. Es elemental y cristiano pensar que hizo lo que hizo
porque le era imposible imaginarse que haciendo lo que hacía
irrespetaba la majestad del juzgado. Y lo que hizo hecho quedó,
alterando seriamen te la limpieza del andén y el se vero ánimo del
juez.
35 MONTEZUMA HURTADO, Alberto, El Tiempo.
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El cual ánimo jurídico se quebró como un vidrio frágil y
llamando a grandes voces al escribiente, produjo una orden de
arresto contra la hermosa vaca criolla por irrespeto al juzgado y a
su titular, arresto que debería cumplirse durante veinticuatro horas,
sin pan ni agua, en el coso municipal. Tal vez su calidad de rumiante
le permitió al animalito aceptar filosóficamente su condena.
Que se tratara de una deformación profesional, de un exceso
de la conciencia o del humor, lo cierto es que el cuadrúpedo pasó a
ser, con excepción de la figura, las cuatro patas y otros motivos
característicos, casi una entidad humana, plenamente responsable.
Y todo pudo tener la actitud del señor juez, ya pasadito de años,
desdentado y cascarrabias, menos originalidad, porque diversos casos
de similar estilo se han producido en la historia universal de la
administración de la justicia, como algunos de los que refiere un
Monsieur de alto quilataje como investigador, que responde al nombre
de Michel Rousseau.
II
Según el Mo nsieur antedicho, una mar ranita tan redonda de
carnes como rezongona de la garganta, fue ejecutada en 1386
bajo la acusación de infanticidio en la persona de un niño, a quien
mordió por error o tentación, una mejilla y un pie, de resultas de
lo cual el angelito perdió las condiciones indispensables para
sobrevivir. Lo mejor de lo mejor fue que antes de ajusticiarla, el
verdugo y sus ayudantes vistieron a la reo con calzón y chaqueta
de hombre, empeñándose en humanizar así el acto de la justicia.
III
Un par de siglos antes, andando el año del Señor de 1172, se
hallaba San Bernardo ocupado en los oficios de bendición y
consagración de la Abadía de Foigny, y a pesar de su santa paciencia
y bondadosa serenidad, se incomodó al fin con el impertinente
movimiento de una legión de moscas caída sobre la solemnidad de
la ceremonia y en un rapto de destemplanza parecido al del juez del
pueblecito colombiano, exclamó con voz atronadora: Moscas del
diablo Yo os excomulgo!
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IV
Y qué decir de lo ocurrido en la antigua ciudad de Thasos, de la
vieja Hélade, cuando la bellísima estatua de una cortesana de
renombre, falló de su pedestal defectuosamente construido y
cayendo sobre uno de sus adoradores, lo puso en el trance inevitable
de fallecer bajo su marmóreo peso? En su alta sabiduría, los jueces
griegos dispusieron que a pesar de su belleza la estatua homicida
fuera precipitada a las profundidades del mar.
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DIVORCIO... DE LA REALIDAD36
Pero volvamos al divorcio. El esposo que quiere divorciarse
alegando la conducta desordenada de su mujer no tiene que probar
que ha sido adúltera. Le basta establecer que su comportamiento
es de manera habitual gravemente injurioso para él.
Veámos, por ejemplo, una mujer de maneras bastante libres,
que tutea fácilmente a los hombres, se deja besar y obtiene un
manifiesto placer con las bromas de los más atrevidos.
Como es lógico, el marido puede reaccionar ante esta actitud
provocadora. ¿Hay que considerar que ello basta para llevar a la
ruptura del vínculo conyugal?
El magistrado deberá mostrarse extremadamente prudente y
tener en cuenta, también en este caso, el medio en que evolucionan
los esposos. Entre los artistas y los cómicos es de rigor un
comportamiento muy libre. ¿Cómo podría ser de otra manera
cuando el director exige de una artista casada que por lo menos ante
la cámara comparta con las ropas más ligeras el lecho de pareja? No
creo, pese a todo, que haya en ese medio más adúlteros que entre la
burguesía. Pero correría el riesgo de cometer un error judicial si para
apreciar hasta qué punto la actitud general de una artista es injuriosa,
se aplicaran las normas habituales.
36 FLORIOT, René, Los errores judiciales, Editorial Magner, 1969.

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