Diálogo y exégesis - Primera parte. Características generales de la obra - En el principio era la ética. Ensayo de interpretación del pensamiento de Estanislao Zuleta - Libros y Revistas - VLEX 857251772

Diálogo y exégesis

AutorAlberto Valencia Gutiérrez
Cargo del AutorProfesor del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad del Valle (Cali, Colombia) desde hace más de 30 años y doctor en Sociología de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París
Páginas59-139
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II
DIÁLOGO Y EXÉGESIS
obServación o exégeSiS
El segundo gran escollo con que nos encontramos en el proyec-
to de elaborar una interpretación del pensamiento de Estanislao
Zuleta proviene del hecho de constatar que, sin desconocer
la complejidad de su trabajo, la exégesis de autores, textos y
teorías era el campo específico y prioritario en que este se des-
envolvía. La mayor parte de sus elaboraciones son resultado
de la lectura minuciosa y rigurosa, aprobadora y crítica, de los
grandes autores. Sus ideas tienden casi siempre a apoyarse en
referencias. Son muy escasos los textos construidos al margen
del comentario a un gran escritor. De esta forma, el estudio
de su pensamiento no deja de ser, en una buena medida, la
reconstrucción de sus exégesis, y no es fácil establecer los
límites entre lo que sería la presentación del pensamiento de
un autor y lo que se podría considerar como el propio pensa-
miento de Zuleta. Es indudable que si se tratara de una obra
escrita, limitada a una esfera del conocimiento y de un carácter
no exegético, el trabajo de interpretación sería más sencillo y
podría desarrollarse en un breve ensayo.
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Concedamos, para comenzar a discutir el problema, que
la labor intelectual de Zuleta no es propiamente la de un “in-
vestigador” en el sentido que puede tener este término en la
etnografía o en la sociología o, incluso, en el positivismo, que
sale de los libros a buscar “por fuera”, en el “otro libro”, en
“la prosa del mundo”, sus fuentes y sus orientaciones. Zuleta
no representa el modelo de investigador empírico paciente,
consagrado a la recopilación y clasificación de una información,
receloso de esquemas y de teorías, dedicado exclusivamente
a la producción de nuevos datos, cuya originalidad estaría
en sacar a la luz nuevos materiales o recuperar “documentos
ignorados”.
No afirmamos de manera alguna que no hubiera existido
en su actividad intelectual una disposición directa o indirecta
hacia la investigación empírica: una corta biografía podría
mostrarnos su compromiso con trabajos de economía, socio-
logía, historia económica, la práctica del psicoanálisis durante
una parte importante de su vida, la manera como sus obras
filosóficas se nutren de fuentes que no salen necesariamente
de los libros, las agudas dotes de observador que muestra en
sus ensayos sobre la situación colombiana de los últimos años,
etc. Pero sí queremos resaltar el hecho de que la práctica de
la observación de un mundo externo, en el sentido positivista
del término, es decir, como aprehensión directa e inmediata
de fenómenos, está supeditada a la primacía de la interpreta-
ción de autores y teorías. No se puede negar que en su obra
existe una combinación de ambas orientaciones, pero bajo el
predominio indudable de la segunda.
En términos generales, y con muy pocas excepciones, en
Zuleta no encontramos el desarrollo de unos temas por sí mis-
mos; casi siempre, sus reflexiones hacen referencia a la manera
como el tema es tratado por un autor. Si nos habla de la culpa,
por ejemplo, es porque se refiere a la culpa en un autor determi-
nado (Proust, Kafka, Freud). E igual sucede con la mayor parte
de sus reflexiones, como el lector puede corroborarlo a partir
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de una somera revisión de los ensayos publicados en libros:
la democracia en Thomas Mann o en Kant; el individualismo
en Marx; la propiedad, el matrimonio y la muerte en Tolstoi;
el amor y el matrimonio en las afinidades electivas de Goethe;
Nietzsche y el ideal ascético; la ambivalencia de sentimientos
en Dostoievski; experiencia y verdad en Freud, etc.
Para muchos —hay que decirlo— el privilegio otorgado a
la interpretación de textos, autores y teorías demerita grande-
mente el significado de su actividad intelectual y nos enfrenta
con una polémica sobre el valor de su obra. Para estos críticos,
la labor exegética es una tarea inútil, propia de especialistas,
que se ubica en los límites con el intelectualismo, el teoricismo
y el academicismo más estéril.1
En este sentido Zuleta sería, entonces, uno de los mayores
representantes del teoricismo propio de las generaciones de
los años sesenta y setenta. Su énfasis en la exégesis no sería
otra cosa que la otra cara de una despreocupación por la labor
“verdaderamente importante” en filosofía o ciencias socia-
les: ¿qué sentido tiene lanzarse a la empresa interminable de
interpretar textos, precisar el sentido exacto de lo que quiso
decir un autor, explorar la manera como varía su opinión de
una época a otra, contrastar sus opiniones diversas, mostrar
sus discontinuidades, sus rupturas, los dramas personales que
implicaron cambios en su obra, frente a la riqueza inagotable
del “mundo externo”, del “trabajo empírico”, del “libro de la
vida”? Observación y exégesis se enfrentan, pues, como polos
1 La escolástica medieval había llevado el problema de la exégesis a su extremo,
canonizando el método sagrado de buscar en los libros de Aristóteles el secre-
to del funcionamiento del universo. En lugar de observar el mundo exterior
había que buscar en un libro el significado exacto de cada palabra. El Quijote
lleva hasta el límite de la parodia esta idea con su intento de representar en
la realidad lo que decían los libros de caballería, su fuente de inspiración. La
exégesis se redujo después al estudio de textos religiosos, jurídicos y literarios,
hasta la época moderna en que la “filosofía hermenéutica” (Schleiermacher,
Heidegger, Gadamer, Ricoeur, Vattimo) ha restablecido la “dignidad” de esta
forma de acceso al saber.

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