Después de su muerte - Sobre Carlos Holguín Holguín - Carlos Holguín Holguín. Escritos - Libros y Revistas - VLEX 43287986

Después de su muerte

AutorTomás Holguín Mora y Paula Torres Holguín
Páginas539-563

Page 539

1. Carlos Holguín Holguín

Alfonso López Michelsen1

Está de moda hablar de la sociedad civil. Nadie tiene bien claro el concepto. Corresponde a la vieja noción del país nacional frente al país político, o de las mayorías silenciosas frente al país bullanguero. Los límites entre la sociedad civil y el país político y burocrático no están bien definidos en Colombia. Existe la vaga delimitación entre gentes valiosas nacionalmente, cuyo ascenso se ve entorpecido por no pertenecer al mundo político de los partidos tradicionales.

El ejemplo más claro que me viene a la mente es el de Carlos Holguín Holguín. Me atrevería a decir que fue un colombiano subutilizado. No alcanzó dignidades como la Presidencia, la Cancillería, la Magistratura de la Corte, o su asiento en una Constituyente como la del 91. Tenía la estatura para haber descollado en cualquiera de estos cargos, de los cuales se vio desplazado por personajes cuyos conocimientos en las distintas ramas del derecho, de la economía o de la historia, no le llegaban al tobillo. Dominaba por igual el derecho internacional, el derecho constitucional, el derecho administrativo, el civil, el comercial, cátedras que regentó por años.

Dominaba la historia universal y la patria con una propiedad increíble, gracias a su privilegiada memoria. Además, la historia de Colombia del siglo XIX y la de los primeros años del siglo XX estaban tan estrechamente ligadas a su propia vida, que eran una crónica familiar. Conocía al dedillo la historia de su tatarabuela, Nicolaza Ibáñez; la de los Holguín y Mallarinos, que ejercieron la Presidencia de la República; la de los Caro, cuya estirpe patricia entroncaba con la suya propia, y por esta vía estaba familiarizado con la vida de José Asunción Silva y de Tomás Rueda Vargas, el uno enamorado silencioso de una tía HolguínPage 540 y Caro, y el segundo casado con doña Margarita Caro. Era haber conocido el mundillo político y cultural como parte del propio recuento de sus apellidos.

La suerte quiso que fuera homónimo de su ilustre abuelo y que en último fuera, en mi generación, el más ilustre vástago de la estirpe Holguín. Le faltó haber sido un político para haber contado con un reconocimiento nacional mucho más extenso que el círculo elitista que lo admiraba, lo quería y lo respetaba.

En un mundo de celos y envidias, de la lucha por la supervivencia del más fuerte y empujador, Carlos, por su discreción y su buen juicio, no se granjeó un sólo enemigo. Muere sin que en el territorio colombiano haya un compatriota que hable de él con desvío o lo considere su rival. A nadie atropelló, a nadie humilló, a nadie menospreció. Contaba, sin embargo, con una clarísima inteligencia y atributos excepcionales que lo dotaban de un raro encanto.

Conocía el panorama nacional a cabalidad. Desde el Cauca grande, donde se originó la estirpe, hasta la Costa Atlántica, eran regiones que conocía como la palma de su mano. Lo veo apenas salido de la adolescencia y haciendo sus primeros pinitos de abogado, bailando con las morenas de Plato y El Difícil en los sábados de descanso, cuando ejercía sus funciones al servicio de la Shell. Le encantaba la música; lo mismo que aquel Hombre caimán de Peñaranda, que surgió, precisamente, de la región que menciono; y la música clásica, que se deleitaba cantando a capela. Conocía el repertorio musical como un maestro. Recuerdo muy bien el análisis de la Flauta encantada de Mozart y sus conexiones con la masonería, cuando dictaba una cátedra comparable a aquellas que dictaba en los distintos claustros en su calidad de jurisperito.

Con brillo se desempeñó en misiones diplomáticas, y en la penumbra fue consejero de casi todos los gobiernos entre 1940 y 1998. Un estudioso y un lector infatigable, lo mismo se paseaba por las altas cumbres de la teología católica que por la historia de la música, la filosofía del derecho, la influencia de los pensadores ingleses y franceses en la formación de nuestra cultura política. Católico convencido y de contera latinista, profesaba una gran admiración por los politólogos españoles anteriores al siglo XIX, casi ignorados en nuestro medio.

Supo aprovechar debidamente dos fuentes de interlocución que lo enriquecieron culturalmente por años: su hermano Andrés, un heterodoxo brillante,Page 541 y su mujer, doña Magdalena Fety, imbuida de civilización francesa, poetisa de quilates y un alma grande, muerta hace cuatro años y a quien, en una nota necrológica, pude rendirle tributo de mi admiración.

Un justo, en el sentido evangélico, como fuera Carlos Holguín debe tener su puesto en el cielo. Lo imagino, como debe ocurrirles a sus amigos más próximos, en el coro de los ángeles, cantando con su voz de barítono, las alabanzas del Señor, en que creyó tan firmemente. Muere dejando un legado de honestidad y de sabiduría, cuando había llegado a la cima de su carrera académica y profesional.

Su autoridad moral le había granjeado una clientela que sabía de sobra qué tanto, como sus conocimientos de derecho, valía la respetabilidad de las causas que defendía. Era todo un carácter en una época en que se pueden adquirir vastos conocimientos, pero el carácter se tiene o no se tiene. Carlos Holguín Holguín lo tenía en grado sumo.

2. El doctor Holguín

Alejandro Venegas Franco2

El deceso del doctor Carlos Holguín Holguín enluta a la academia, al derecho y a la juridicidad colombianas. Tengo de él la visión de quien fuera su alumno, en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en unas memorables cátedras de derecho internacional privado. Hay quienes tuvieron la envidiable fortuna de recibir sus lecciones como alumnos en cátedras como la de filosofía del derecho, la que le generaba mayor satisfacción intelectual, o en derecho de las obligaciones.

Sus clases eran pequeños y concisos compendios de temas fundamentales de la materia, presididas por un profundo conocimiento de todas y cada una de las aristas de la respectiva cuestión jurídica. Sus vastos y densos conocimientos los transmitía con una pasmosa sencillez y en un entorno de estimulante lucidez. Proverbial era su capacidad de identificar lo fundamental y de escribir breve sin prescindir de lo esencial. Se recuerda su expresión -que corro el riesgo de transcribir con yerros- "no tuve tiempo de escribir corto", como ilustrativa de esa vocación, que me la recordaba recientemente uno de sus sucesores en la Recto-Page 542ría del Rosario. Pero más que la lección jurídica, sus permanentes referencias a anécdotas de la historia universal o a episodios desconocidos de la historia colombiana hacían que sus charlas fuesen una jornada de estudio de humanidades.

Quien esto escribe no tendría la pretensión de identificar los atributos de su personalidad, pues no sólo sería vano sino pretencioso. Quisiera destacar una característica propia de esa condición superior de juristas: la autoridad entendida como el magisterio discreto mediante enseñanzas y ejemplo. Esa autoridad la ejerció, con finura y sin igual amabilidad, en sus clases (profesor honorario del Rosario), como dignatario universitario (rector del Colegio del Rosario), como académico (miembro honorario de la Academia Colombiana de Jurisprudencia), como árbitro nacional e internacional (se menciona su intervención en el conflicto entre Salvador y Honduras como ejemplo de tino y pericia diplomática) y también como ciudadano.

Con la desaparición del doctor Holguín se extingue también una ilustre nómina de juristas y ciudadanos de bien, como Antonio Rocha y Darío Echandía, quienes le dieron lustre a las letras y a la ciencia del derecho. En realidad son ciudadanos irremplazables.

3. Carlos Holguín Holguín Las pasiones del espíritu

Magdalena Holguín3

Lo que se escribe con ocasión de la muerte de una persona tiene aquel carácter definitivo y contundente de lo que ha terminado. Después de leer, con profundo y sincero agradecimiento, los artículos con los que destacadas personalidades han querido honrar la memoria de mi padre, Carlos Holguín Holguín, pareciera que queda poco por decir sobre sus actuaciones en la vida pública. Pero al resaltar los logros de una brillante carrera profesional, los hitos del camino ocultan el lento discurrir que los hizo posibles. No nos dicen nada sobre sus vivencias emocionales e intelectuales, sobre los días de esperanza, angustia, alegría o indiferencia que conforman en realidad nuestras vidas, y menos aún sobre la forma como se vivieron, cuando esto es lo único quePage 543 verdaderamente nos hace diferentes. Es ésta la razón por la que he aceptado el encargo de redactar estas líneas, de recuerdo y de homenaje, que en mi alma confunden la tristeza de su pérdida y la alegría de los años pasados a su lado.

Carlos Holguín Holguín fue ante todo un maestro, en el sentido entrañable y respetuoso con que usan los estudiantes de la Universidad Nacional de Colombia esta palabra para designar a sus profesores. No se refiere únicamente a quien se ocupa de transmitir una serie de conocimientos; sugiere también la idea de alguien que puede servir de ejemplo, guía y consejero, que puede darnos una orientación para encarar las situaciones difíciles que a todos alguna vez nos aquejan. Fue precisamente en la Universidad Nacional de Colombia donde inició su carrera docente en 1939, poco después de haber obtenido allí el título de...

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