Excepciones a la libertad de expresión - Discutiendo con el enemigo: Un ensayo sobre libertad de expresión en la era del neo-oscurantismo - Libros y Revistas - VLEX 1027312972

Excepciones a la libertad de expresión

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DISCUTIENDO CON ELENEMIGO: UN ENSAYO SOBRE LIBERTADD E EXPRESIÓNEN LA ERA...
§4.
EXCEPCIONES A LA LIBERTAD DE EXPRESIÓN
La libertad de expresión es poder decir lo que la gente no quiere oír.39
G. Orwell
Toda regla tiene una excepción. Y ya vimos que la regla general
respecto a la libertad de expresión es que ella es un «derecho huma-
no», tutelado en distintos instrumentos jurídicos internacionales y
reconocido en, prácticamente, todas las constituciones del mundo;
llámense democráticas o no. Se considera que la libertad de expresión
es también un correlato de la libertad de pensamiento, mediante la
cual se aspira al libre intercambio de ideas y opiniones que nos permi-
tan acercarnos, paulatinamente, a la verdad en las distintas materias
de interés, de tal suerte que se logre construir una sociedad más justa,
libre e igualitaria. Lo que está en el trasfondo de todos estos esfuerzos
doctrinarios, políticos y jurídicos no es más que la persecución de la
«buena vida», es decir, una vida más feliz para las personas.
Sin embargo, la libertad de expresión no es un derecho absolu-
to, ni se ejerce de manera irrestricta, ni siquiera significa una sola
cosa. Así, por ejemplo, su ejercicio implica el respeto a los dere-
chos de las otras personas, quienes también gozan de libertad de
expresión; se presupone la «dignidad humana» como un elemento
esencial, al igual que el principio de igualdad entre los interlocutores
en un diálogo abierto y simétrico. Se asume que, para la existencia
misma de la libertad de expresión , es necesario restringir la liber-
tad de expresión de otros (la «paradoja de la tolerancia», tal y como
se examinó ya).
39 De l a página: https://portalfrases.com/frases-de-libertad-de-expresi on/ El día
16 de agosto de 2019, 23:25 p.m.
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MINOR E. SALAS
Esta es, en apretada síntesis, la doctrina mayoritaria aceptada de
la libertad de expresión. Ella es la que se defiende y cultiva por la
mayoría de los teóricos y tribunales de justicia en distintas partes del
mundo. Esa doctrina, la cual se ha expuesto párrafos arriba, ha sido
objeto de nuestra crítica profunda y no es necesario volver sobre ello.
Ahora bien, además de los presupuestos epistemológicos, éticos
y políticos ya examinados, existen también las excepciones propia-
mente a la libertad de expresión. Es decir, aquellos supuestos en los
cuales no aplica la libertad, sino más bien la censura, la prohibición y
en algunos casos la criminalización de los actos de expresión desplega-
dos. Se cree que existe una justificación válida para coartar y eliminar
de fondo 󰜔incluso bajo amenaza física y prisión󰜔 el derecho de un
ciudadano a expresar libremente sus opiniones sobre ciertos tópicos
controvertidos o tabú para una agrupación humana. A continuación,
voy a examinar, de manera crítica, algunas de esas excepciones (sin
pretensión de ser exhaustivo), siendo la principal de ellas el denomi-
nado «discurso de odi que seguidamente se expone. Entremos en
materia:
Ya vimos que discutir con los amigos (aliados, discípulos, adep-
tos, seguidores, compañeros) es fácil. Debatir con ellos, también. Sue-
len estar de acuerdo con nuestras ideas. Ven el mundo como nosotros
lo vemos. Valoran la vida como nosotros la valoramos. Piensan como
pensamos. Las diferencias suelen ser solo de matiz. Un punto aquí,
una coma allá. Ellos, como ya dije, cultivan los mismos valores categó-
ricos que nosotros. Pero ¿qué pasa cuando nos toca discutir, o peor
aún, convivir, con quien no cree en nuestros valores íntimos y precia-
dos? ¿Y cuando rechaza de plano nuestras ideas, creencias y explica-
ciones? ¿Cómo se ha de actuar contra quien ofende nuestra fe, des-
honra nuestra esperanza y se ríe de nuestras opiniones más persona-
les? ¿Con la espada y la ira en la mano? ¿Con la indiferencia y el
silencio absolutos? ¿O con el argumento y la palabra? ¿Y si no se pue-
de ya razonar ni argumentar? ¿Si se topa con el límite infranqueable
de la impotencia de la razón? ¿Se ha, entonces, de acudir a la potencia
de la brutalidad?
Dicho en breve: ¿se puede discutir con el «enemigo», como reza
el título de este ensayo (no importa si este adopta la forma de un
adversario político, de una minoría rabiosa, de un contendiente ideo-
lógico o de un maniático de la agitación)? ¿Qué hacer en estos casos y
con semejantes interlocutores? ¿Es de verdad realista intentar una

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