I. Derechos animales. Una perspectiva histórica - Los derechos de los animales. De la cosificación a la zoopolítica - Libros y Revistas - VLEX 951904420

I. Derechos animales. Una perspectiva histórica

AutorJavier Alfredo Molina Roa
Páginas27-152
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I. derechos animales.
una perspectiva histórica
a. loS JuegoS roManoS. crueldad aniMal a gran eScala
Roma, ofreciendo fiestas, modificó la fauna de un continente
R. Auguet
Los animales exóticos siempre fueron motivo de curiosi-
dad y diversión, y símbolo de estatus en las civilizaciones
antiguas. Los griegos gustaban de coleccionar animales
raros llegados de tierras apartadas de África y Asia, algu-
nos de ellos ofrecidos como regalo por reyes y príncipes
cuyos dominios tenían trato comercial con las ciudades
estado griegas (Jennison, 2005). Aves y mamíferos hacían
parte de colecciones privadas o servían como adornos en
los templos, siendo exhibidos en las procesiones o en los
cultos religiosos (Shelton, 2011). Las palomas eran aves
muy apreciadas por los griegos y hay registros de su uso
como animales mensajeros. El guepardo, animal salvaje
y solitario por excelencia, fue muy estimado por egipcios
y asirios debido a sus habilidades para la caza, que su-
peraba con creces las de los perros, por lo que fue captu-
rado y domado para tal fin, llegando a vivir juntos hasta
mil ejemplares en un establo propiedad de un príncipe
mongol (Diamond, 2014). En la India grandes manadas
de elefantes eran mantenidas por nobles, así como en
Egipto algunos faraones crearon sus propios zoológicos
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con animales provenientes de las expediciones a Etiopía;
los reyes de Asiria y Babilonia patrocinaron sus propias
colecciones con monos, antílopes, camellos y elefantes
(Mackinnon, 2006).
Uno de los mejores ejemplos de prácticas tempranas de
bienestar animal lo dieron los egipcios, quienes mantuvieron
una verdadera cultura de respeto, cuidado y veneración por
los animales tanto domésticos como salvajes, elevándolos a
la categoría de deidades (Juvenal, trad. de 1996; Tertuliano,
trad. de 1789), y castigando hasta con la pena de muerte el
maltrato o muerte de ciertas especies como los gatos, los
perros, los cocodrilos y las cigüeñas, entre otros (Heródoto,
trad. de 2000), teniendo también un aprecio especial y estima
por los lobos; según relata Claudio Eliano (trad. de 1984), los
egipcios prohibieron la siembra de una planta denominada
matalobos, muy venenosa, actualmente conocida como acó-
nito, a fin de evitar que esos animales murieran en medio
de convulsiones al pisar sus hojas y ramas.
Los helénicos fueron también asiduos coleccionistas de
fauna durante la época de Ptolomeo, quien tuvo un enor-
me jardín en Alejandría con cientos de animales exóticos
capturados en Etiopía y Arabia, lo que motivó a Aristóteles
a escribir su texto Investigaciones sobre animales. El pueblo
griego tenía una especial predilección por las aves que ob-
tenían de sus intercambios comerciales con Asia y África;
estas y otras especies fueron muy utilizadas en festivales
y procesiones en honor de Artemisa, la diosa de la caza y
los animales salvajes (Pausanias trad. de 1918), donde iban
generalmente en jaulas, o si era posible, y estaban suficiente-
mente amaestradas, las llevaban caminando tranquilamente
entre la gente o arrastrando carruajes (Jennison, 2005). No
obstante, los griegos fueron muy aficionados a las peleas de
gallos y los combates entre toros, prácticas muy comunes
y altamente populares en las ciudades estado (Hughes,
2006), hasta el punto que los duros enfrentamientos de las
aves, y la tenacidad y resistencia de los combatientes fueron
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utilizados como ejemplos aleccionadores para los soldados
de Atenas (Shelton, 2011).
Al igual que los romanos, los griegos llevaban a cabo
sacrificios permanentes de animales domésticos como ove-
jas, cabras, cerdos y ganado vacuno1. Esos rituales tenían
un enorme significado simbólico y estaban precedidos de
procesiones festivas en las cuales la víctima, decorada con
flores y cintas, era llevada al altar rodeada de una alegre
comunidad. Si bien se buscaba la pureza y juventud de los
ejemplares destinados al sacrificio, en muchos casos los ani-
males que debían morir estaban enfermos, heridos, viejos, o
simplemente no podían trabajar más tiempo (Shelton, 2011).
A pesar del trato que se dispensaba a los animales en
los dominios helénicos, algunos filósofos de la época les
reconocían un estatus especial, dotándoles de atributos
semejantes a los de los humanos, como la sensibilidad y
otras similitudes físicas y mentales. Al respecto, Aristóteles
fue uno de los precursores en la investigación del compor-
tamiento animal, al igual que Teofrasto, quien destacaba las
diferencias mínimas en el aspecto sensorial entre hombres
y bestias. Por su parte, Plutarco, considerado el filósofo de
la antigüedad con una de las visiones más abiertas y com-
prensivas, en sus textos sobre los animales y el consumo de
carne daba las primeras puntadas acerca de unos hipotéticos
derechos, y tanto él como Plinio el Viejo referían casos de
juzgamiento y condenas al exilio de ciudadanos griegos
y romanos que habían matado sin ninguna justificación
1 La palabra latina sacrificere, significa “hacer un regalo a los dioses”. Por lo
general los practicantes de ese ritual pedían ayuda a los dioses o les daban
las gracias por lo que habían recibido. En algunas ocasiones el sacrificio iba
dirigido a apaciguar a aquellas deidades que habían sido ofendidas por una
acción humana inapropiada o para prevenir un daño o desastre. Como las
religiones romanas y griegas fueron politeístas había muchos dioses que
requerían este tipo de ofrendas; cfr. Jo-an Shelton. “Beastly Spectacles in
the Ancient Mediterranean World”, en A Cultural History of Animals, vol. 1,
Antiquity Linda Kalof Berg (ed.). New York, 2011: 106-107.

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