II. Los fundamentos teóricos de los derechos animales - Los derechos de los animales. De la cosificación a la zoopolítica - Libros y Revistas - VLEX 951904429

II. Los fundamentos teóricos de los derechos animales

AutorJavier Alfredo Molina Roa
Páginas153-196
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ii. los fundamentos teóricos
de los derechos animales
La verdadera bondad humana, en toda su pureza y libertad, sólo
puede aflorar cuando su destinatario carece de poder. La verdadera
prueba moral de la humanidad, la prueba fundamental (que
permanece profundamente sepultada a la vista), consiste en su
actitud con quienes están a merced suya: los animales. Y en este
terreno la humanidad ha sufrido una debacle fundamental, tan
fundamental que todas las demás provienen de él.
Milan Kundera (La insoportable levedad del ser).
La cita con la que se inicia este capítulo, y que tomo presta-
da de un impactante texto sobre la matanza de animales a
escala industrial (Patterson, 2009), proviene de uno de los
más interesantes novelistas de aquella Europa dominada
durante décadas por el socialismo alentado por la Unión
Soviética; el mismo Kundera fue víctima de la represión
que los estados comunistas ejercieron sobre millones de
ciudadanos y, al igual que miles de sus compatriotas, su-
frió la condena, el castigo, el rechazo y el aislamiento por
sus opiniones políticas. La maquinaria represiva de los
soviéticos iniciada en la época de Lenin, perfeccionada y
reforzada por el estalinismo, y mantenida con menor rigor
hasta la caída del gigante comunista en 1991, cometió mi-
llones de abusos contra personas indefensas y masacró a
millones de ciudadanos (Applebaum, 2004), en un proceso
macabro que si bien no mostró la crueldad de los campos
de exterminio nazis, cumplió con el objetivo de eliminar
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a las personas socialmente indeseables con la mínima
publicidad, gracias a la conocida capacidad soviética de
ocultamiento y enmascaramiento de la historia, lo cual se
llevó a cabo de forma mecánica, sometiendo a sus víctimas
a terribles abusos, donde sus mínimos derechos humanos
fueron desconocidos o negados por la doctrina oficial que
consideraba a esos pecadores políticos seres por fuera del
Estado a los que se debía eliminar o reeducar, no sin antes
exprimir inclusive hasta la muerte a una gran mayoría en
los campos de trabajo de Siberia (Solzhenitsin, 1976).
La alusión a las maquinarias de la muerte alemanas y
soviéticas del siglo xx toca directamente con uno de los
elementos esenciales de la condición humana: la capaci-
dad de ser reconocido como un ser moral, y contar con
unos mínimos derechos que le permitan desenvolverse
en sociedad y alcanzar los objetivos primordiales de su
vida, y, en últimas, la anhelada felicidad. Esos derechos
no existieron para los desafortunados que cayeron en el
siniestro engranaje de limpieza política y trabajos forzados,
sin mencionar la triste historia de la raza negra desposeída
de todo derecho y maltratada de todas las formas posibles
en muchos países occidentales hasta bien entrado el siglo
xx, cuyo terrible sino ha sido magistralmente relatado por
Alex Haley en su libro Raíces.
Por decirlo de alguna manera, el trato dispensado a
esos hombres considerados inferiores ya fuera por cues-
tión de raza o simplemente por políticas totalitarias de
Estado, en infinidad de ocasiones fue peor que el trato
dispensado a los animales. En los campos de concentra-
ción de la Unión Soviética, el ser humano experimentó la
terrible sensación de ser despojado de las prerrogativas
que le permitían reconocerse como miembro de una co-
munidad, ya fuera política, social, militar, familiar, etc., y
quedar bajo la única voluntad del poderoso Estado, para
el que no era más que una ínfima y desagradable parte
de la nación, y no merecía una situación diferente que no
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fuera el castigo punitivo y el constante maltrato físico y
sicológico, y cuya única esperanza, como lo revelan los
pocos testimonios de los que por allí pasaron, era recibir
la mísera ración de comida que mantendría vivo cada día
su cuerpo despojado de libertad y voluntad. La diferencia
con otros crueles regímenes de la antigüedad, e inclusive
con el eficaz sistema de campos de concentración nazis,
era que en este caso el sufrimiento y la sensación de in-
humanidad e impotencia podía llegar a durar décadas,
creando en los prisioneros una consciencia de total inde-
fensión y resignación frente a su destino, el cual dependía
de la gravedad de su error político y, en la mayoría de los
casos, de su fortaleza corporal y mental.
Si a lo largo de la historia el ser humano ha padecido
con exceso de dolor y sufrimiento el hecho de ser un animal
racional sin derechos, podemos imaginar una situación si-
milar en el caso de los no humanos; los constantes abusos y
la profusión de crueldad del hombre para con los animales,
su confinamiento fordista y su muerte con fines económicos
para utilizar su carne, sus plumas, sus pieles, colmillos y
huesos; la masacre de algunas especies como focas y ballenas
que está acabando con sus posibilidades vitales (Ponting,
1992); la manipulación de animales con fines de experimen-
tación; los raids de exterminio contra canguros, conejos,
perros y otras especies que “amenazan” los espacios bajo
control humano, así como la aún persistente diferenciación,
heredera del pensamiento medieval, entre animales buenos
y malos, obligan a reflexionar acerca de su condición en el
mundo, de la real justificación de su dominio por el hombre,
en que muchos de esos seres considerados inferiores existían
en el planeta antes del surgimiento del homo sapiens, en la
indiferencia con la que asistimos diariamente a los episodios
de crueldad animal, y a plantearnos la posibilidad de que, a
pesar de nuestra consabida arrogancia y antropocentrismo,
les otorguemos algún tipo de prerrogativas jurídicas o, por
lo menos, garanticemos de manera efectiva el cumplimiento

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