III. Disciplinas - Iniciación a la abogacía - Libros y Revistas - VLEX 1028504333

III. Disciplinas

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INICIACIÓN A LA ABOGACÍA
III
DISCIPLINAS
«... Sapiens, vitatu, quidqui petitu
Sit melius, causas reddet tibi: misalis est si
Traditum ab antiquis moren servare».
HORACIO, I, IV.
Cada añ o, el 12 de noviemb re, día siguie nte de la fiesta d e S an Martín,
reapertura de los tribunales, se reunía el Parlamento de París, entre las seis y las
siete de la mañana, en el Gran Salón, para oír la misa del Espíritu Santo, que se
acostumbraba llamar «misa roja», porque magistrados y aboga dos iban a ella ves-
tidos con togas de rojo escarlata; se encaminaban después a la Gran Cámara, para
escuchar la lectura de las peticiones por medio de las cuales los nuevos abogados
solicitaban su admisión y recibían de otros la ren ovación de su j uramento; el Pri-
mer Presidente tenía en sus manos el Evangelio según San Juan; los abogados y los
procuradores venía n, uno por uno, por ord en de antigüedad, a ponerse de hinojos,
y con l a diestra sobre el Evangelio, renovaban su juramento, cuya fórm ula leía el
secretario;78 el año judicial había empezado.
En el Châtelet de París, el juramento se prestaba ante el teniente civil79 y en las
demás jurisdicciones, ante el primer magistrado de la cabecera, presente en la audien-
cia;80 los abogados prestaban su juramento de acuerdo con una fórmula impuesta por
una ordenanza del Parlamento, del 11 de marzo de 1344; juraban ejercer su función
con dignidad y fidelidad, no encargarse sino de causas justas, defenderlas religiosa y
fielmente, abandonarlas en cuanto reconocieran que no eran justas, concluirlas lo más
pronto que les fuere posible, sin valerse d e ninguna dilación ni subterfugio y no
actuar en forma alguna, a fin de obtener parte de lo conseguido en el proceso.81
En nuestros dí as, con menos solemnidad, pero animado por el mismo ideal, el
Bastonero renueva en nombre de sus colegas, en la a udiencia de a pertura de la
78 BOUCHER D’ARGIS ,Histoire d es avocats, págs. 1 02-103.
79 Dictionaire des arrêts, T. I, pág. 369, co l. 2.
80 DENISART,Décisions nouvelles, pág. 191, col. 1.
81 Es una o rdenanza de Felipe III, de 23 de o ctubre de 1274, que al parecer exigía, por
primera vez, la prestación del juramento; la había tomado del derecho romano que pres-
cribía al iniciarse toda causa, un juramento que se llamaba «juramentu m calu mniae»,
pero Felipe el Audaz lo co locó al principio de l a profesión y exigió que anualmente se
renovara.
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JEAN MOLIÉRAC
Corte de Apelación, el juramento que cada uno de ellos pron uncia en el momento
de ser admitido en la profesión; solo la fórmula ha variado; presta juramento «de
no decir ni publicar nada, como defensor o consejero, contrario a las leyes, a los
reglamentos, a las buenas costumbres, a la seguridad del Estado o a la paz pública,
y no apartarse del respeto debido a los Tribunales y a las autoridades públicas».
La tradición
Así, de siglo en siglo, se perpetuó la tradición de la Orden de los Abogados,
que guarda cada Foro como un fuego sagrado; tradición fundada en la observancia
de reglas comunes de disciplina, como el sentido de la justicia, de la libertad o del
desinterés, que son características constantes de la profesión y que a través de las
revoluciones y de los trastornos de todas las cosas, renacen siempre de sí mismas en
perenne emulación. Representan para la Orden, lo que la idea de Patria es para la
Nación.
«Varias cosas gobiernan a los hombres, dijo Montesquieu: las leyes, las máxi-
mas de gobierno, y los ej emplos de cosa s pasadas, en las que se forma un espíritu
general que resulta de ellas» . Ese espíritu general es la tradición, experiencia re-
flexiva d e pasados tiempos que n os trae el mensaje de nuestros abuelos, una regla
y una disciplina, la más experimentada.
«Un j oven pasante acaba de prestar juramento. A los cuantos días tendrá los
tesoros que los viejos acumularon para él. Por poco que haga, sentirá crecer en él
esa per sonalidad abstracta que constituye al abogado, que para él han desbastado,
labrado y pulido. El joven no es tonto; no se deja llevar por una admira ción beata
y necia. Pero la tradición le habla y él escucha y se educa. Le muestra las r iquezas
acumuladas lentamente y él l as toma. Le dice que el entusiasmo es grandio so, pero
peligroso a veces; le hace adivinar ciertos errores, ver a qué equivocaciones condu-
ce la primera libertad que se toma respecto de una regla aparentemente demasiado
severa; el joven abogado se torna prudente. A medida que va conociendo mejor a
los viejos, va a dmirándolos más. Comprende entonces su insignificancia. Pero se
siente heredero de su gloria: la tradición ha cumplido su tarea, se ha convertido en
altivez ».82
Cuando ponderamos la grandeza de nuestra profesión, debemos recordar que
no es solo hacer justicia al presente, sino saldar una deuda con el pasado; la tradi-
ción es como la palma de oro siempre renaciente, cantada por Virgilio, pero tam-
bién se parece al campo de los ancestros, que no deja de producir, con tal de conocer
bien la tierra y trabajarla con ardor; proyecta sobre nuestro sendero el resplandor
de varios siglos de honor; pero como ya lo dijo Jules Fa vre, «el espíritu nuevo lo
anima y lo ilumina».
Sería traicionar esta tradición rendirle solo un culto de estricta conservación,
dejándonos llevar por la indolencia y la pasividad. André Rousseau expresó cabal-
mente su sentido: las herencias se nos dan —viejos muros, viejos techos—, no pa ra
que en ellos descansemos nuestra felicidad de haber recibido esos don es del pasa-
do, sino para que nuestros propios dones los acrezcan. La tradición no destruye el
pasado, pero tampoco le enfada el porvenir; no ignora los progresos que la activi-
82 MICHEL VITAL-MAREILLE,Elog d e Peyrecave, discurso pronunciado en la apertura de la Confe-
rencia de los abo gados de la Corte de Apelación de Burdeos, 1934.

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